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El alumno lee, abúlico, el texto con el que arranca la primera unidad didáctica del año. El profesor le detiene para preguntarle el significado de la palabra "utopía". En el aula modular resulta difícil hablar de quimeras. El maestro, con demasiados sueños rotos sobre las espaldas, le apremia… El alumno se ha acostumbrado a responder mecánicamente a los requerimientos del docente y, a la par, vagar mentalmente por otros mundos, como lo hacen los devotos al rezar rosarios en los que rutinarias "avemarías" se combinan con pensamientos dispares. El alumno, abstraído, va a lo suyo y evoca las palabras de su padre que captó por un casual la noche anterior… Acariciado por las insalvables humedades de la "prefabricada", el profesor insiste, firme en su convicción de que aquella palabra es importante. Porque el alumno no sabe que Sancho representa realismo y el Quijote idealismo. Como tampoco sabe que su padre es un quijote –uno de tantos quijotes anónimos que, silentes, deambulan por las arideces de una sociedad en la que habitan demasiados "sanchos"-. Pero, desde ayer noche, lo que sí sabe es la causa de que su padre llegue cada vez más envejecido a casa; de que sus ojos sean más grises; de que las relaciones familiares se hayan ido ajando, como las macetas de su madre que, en extraña actitud, lleva días sin regar. También entiende, desde anoche, porque, día seis, y por vez primera, los Reyes no colmaron sus deseos y no le llegó el móvil anhelado… No obstante, después de lo de anoche, sí, lo del móvil le importa un carajo…

Mientras, el maestro habla de sueños, de valores, de esfuerzo, de trabajo bien hecho, de valentía, de coraje, de que podemos y aún debemos cambiar el mundo… El alumno los personifica en su padre. Lleva quince años –los suyos- viéndole luchar por levantar su pequeño negocio pagando religiosamente a los proveedores; conquistando el respecto de los dos operarios con los que cuenta su empresa; empecinándose en que el cansancio no quebrara ese cuento diario que le leía cuando todavía era niño… El alumno no lo sabe, tampoco, no... Pero su padre porta escudo y lanza en ristre y toda una vida combatiendo molinos… Sin embargo, ayer noche se cayó del caballo y le costará levantarse… Y se quebraron escudo y lanza… Los molinos son otros y el viento que los mueve es también otro y Sancho es también otro, desleal… Las astas tienen oficinas, y parámetros, y primas de riesgo y lo miden todo no en fanegas, sino en divisas… Hay muchos falsos "sanchos", sí, demasiados, en la novela cervantina e impensable de hoy.

El profesor mira al alumno que ahora repite cansino el texto. Conoce sus circunstancias familiares. Y sabe que será difícil, después de todo, hacerle creer en sus palabras. Porque la vida, injusta, habrá mudado su cerebro en un convertidor al uso. Alguien pulsara el vocablo "trabajo" y ese convertidor de los mismísimos escribirá "pelotazo". Y se irán sucediendo las conversiones, las traducciones de la indecencia. Donde los escolares lean "esfuerzo", entenderán "corrupción"; donde "honradez", "gilipollez"; donde "sacrificio", "chanchullo"; donde "justicia", "amiguismo"…

Finaliza la clase. Llueve en el patio de niños a los que los mercados les están hurtando un futuro. El alumno piensa de qué le han servido a su padre sus años de lucha. Anoche lo supo. Cierra el chiringuito. Dentro de poco cerrarán también su casa, hipotecada como opción alternativa al despido de sus empleados… De qué le ha valido su honradez, su constancia, su bondad… Al fin y al cabo un asta traicionera de molino lo ha echado, finalmente, por tierra. "No me hable de quimeras, no me hable de valores, no me hable de palabra, no me hable de decencia, no me hable de juego limpio, no me hable de esfuerzo… No me hable" –desea gritarle al profesor que abandona el aula consciente de que, también él, lucha contra molinos-. El alumno desconoce que, en esos precisos momentos, los dos comparten un sentimiento profundísimo de rabia. Rabia dirigida hacia toda esa gentuza (sin presunciones) que ha vivido, desde la más absoluta de las chulerías, a costa del pelotazo, de la desvergüenza, del peloteo, de los "enchufes", del "braguetazo"… Y les ha ido imponiendo su modelo… Esa misma gente que, no contenta con el hurto monetario, les ha robado los valores, la esperanza, la utopía…
No te arrugues –le espeta el profesor al alumno-.

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El alumno llega a casa. Mira a su padre. Los silencios que pululan por la vivienda son elocuentes. Llevaban días sin hablarse. Y, como empujado por potentes vientos invisibles, se acerca a él y lo abraza y le besa. Su padre pregunta. Y el alumno le contesta: "Es el viento padre, que sopla nuevamente, que soplará"…

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El maestro deja su maletín sobre la silla de la entrada. Se derrumba sobre el sofá. Enciende el televisor. Las noticias se mudan otra vez en la valoración del mundo a través de lo puramente económico y en una relación de "presuntos" corruptos… Y, sin poderlo evitar, escupe sobre el suelo. Es su primera vez. Suena el teléfono. Tras descolgar escucha la voz del alumno. "Gracias" –le susurra-. Y cuelga…

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A la mañana siguiente el alumno no asiste a clase. Alguien le comenta al "profe" que le han visto ayudando a su padre desmantelando un taller… Pero que volverá al día siguiente. Otro cuenta, divertido, como el alumno le ha dicho no sé que de comprar un escudo nuevo y una lanza nueva y…

- Y la modular es entonces otra –te susurra Roig-

- Y la modular es, efectivamente, otra –le contestas-.