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Se comprende que tras sus últimos y pésimos resultados electorales, el PSOE haga catarsis, se reorganice, se refunde o se flagele, pero no que desaparezca absolutamente de la vida política porque está engolfado en sus cosas y no está para nada. Hay años en que, en efecto, uno no está para nada, pero uno no es un partido, sino un particular sin otro compromiso social que el que su conciencia y su voluntad le dicten, en tanto que un partido político, que vive del Presupuesto por aglutinar y dar cauce y expresión a los ciudadanos que coinciden en ideología, proyecto o ganas de colocarse, no puede irse de ejercicios espirituales mientras el que gobierna, amparado por una mayoría absoluta que percibe como un cheque en blanco, hace lo que le da la gana.

Hecho a la vida del poder, en la que ha permanecido desde 1982 salvo un interregno de ocho años, el Partido Socialista parece haberse olvidado no solo de que es hoy el principal de la oposición, sino de que es un partido. El poder convierte a los partidos políticos en empresas, en agencias de empleo, de suerte que no es raro que al perderlo crean que se han quedado en el paro. Deprimidos, en el paro y discurriendo el modo de matar el tiempo, o siquiera herirlo levemente. Sin embargo, que todo lo que sale de Ferraz sea lo relativo a la pugna entre Rubalcaba y Chacón para ver quién se hace con los manos de la empresa, con su correspondiente anexo de lealtades, traiciones, titubeos, reubicaciones e infidencias, perjudica gravemente al ciudadano, despojado del amparo de una oposición crítica, combativa y vigilante, que es lo que tiene que ser la oposición.

¿No le dicen nada al PSOE las primeras decisiones del gobierno?

¿No tiene nada que decir sobre algunos inquietantes nombramientos de altos cargos? ¿No sabe? ¿No contesta? Se halla ensimismado y no está, en consecuencia, para nada.