Era verano, un calor sofocante y las vecinas regresaban a sus hogares con los cubos vacíos. El Ayuntamiento, había dado orden a la vez que permiso a la benemérita para que enchufaran una larga manguera desde la fuente del centro de la plaza de San Roque, llegando a los lavaderos del cuartel de la Guardia Civil. Era la primera vez que se llevaba a cabo tal acción. Todos se preguntaban ¿què ha succeït? El pozo, se había secado. Es fácil imaginar el sofocón de las civilas, como se las llamaba a las esposas de los guardias, al bajar a lavar y encontrarse sin una gota. Una de ellas, la más espabilada o menos empegueïdora, se dirigió a la oficina donde acababa de entrar el capitán del puesto, alarmándolo de la carencia en que se encontraban.
A buen seguro que el que no se enteró del tema debió ser mi amigo Antonio Viver Ventayol, que tenía más que suficiente con encargarse de la oficina. Un despacho muy humilde, tanto que debido a la escasez de material, folios, impresos, tinta, cintas para la máquina de escribir y papel carbón de calcar, por lo cual le entregaban 5 duros de aquellas antiguas pesetas, para cubrir los gastos. El propio Antonio, entre risas me hizo saber que la dependienta de la librería, tras hacer rodar la manivela de la calculadora, con carita risueña decía… total, 200 pesetas. Haciéndose cargo de su pago. Anava gros.
Aquella habitación, intentando ser un despacho, se encontraba en el primer piso, con una ventana que daba al puerto. La estancia , con escaso mobiliario, dos sillas. Lo que hizo que el capitán, ordenara se condenara una de las habitaciones del pabellón del sargento, que se hallaba contiguo, destinándola a recibidor de visitas… Aquel hombre que llegaba de una comandancia, puesta al día, cuando visitó por vez primera el viejo caserón de la calle de Santa Teresa 25 de Mahón, li va caure s'ànima en es peus.
Las funciones de los guardias civiles eran diferentes, muy distintas a la actualidad. La escasez de medios. El parque automovilístico se componía de un jeep Land Rover para uso del capitán y mandos. Cuatro bicicletas, de los tiempos de la guerra civil. Todas las noches salían de guardia como llamaban a las rondas dedicadas al paso de caminos visitando predios, recorriendo la costa. Por aquel entonces todos conocemos cómo funcionaba el tema contrabando. También el pueblo sabía quiénes estaban en ello. Pero como dice el refrán, del dicho al hecho hay un trecho y nadie es contrabandista de no ser cogido con las manos en la masa. Algo que tan solo sucedía cuando se producía un chivatazo. Promovido por envidia o rencor, ambos malos consejeros.
A los chicos del lugar nos gustaba el observar cómo partían aquellos hombres con su acharolado tricornio, envueltos con el capote que pesava un ronyó. Protegían el cuello con lo que ahora los jóvenes llaman una braga de lana. Una pila que alumbraba Déu sap fins avont y la luz de la escuálida bombilla de la máquina, como también llamaban a las bicis. Todo muy humilde, muy pobre, muy escaso, pero reinaba un gran compañerismo. Mucho sacrificio. No se tenía en cuenta si se hacían horas de más o de menos, se compartían las salidas, se llevaba en el calendario del puesto de guardia anotados los nombres de las parejas que iban a salir.
Por aquel entonces, Menorca era la reina de la bisutería española. Dando trabajo a todos cuantos deseaban ganarse unas pesetillas, que si se dedicaban horas y se montaba una cadena familiar, se podía convertir en muchos duros. De ello puedo hablar por que lo viví y lo vi de cerca. En una de aquellas habitaciones de un pabellón, habían dispuesto una mesa con dos sopletes, que manejaban los esposos. Un hijo cargaba sobre los ladrillos reflectarlos las piezas, la abuela colocaba el bórax y a continuación ellos iban soldando mientras con gran destreza con la mano izquierda y unas largas pinzas a propósito para ello depositaban aquel pedacito de plata para soldar, a la vez que con los pies daban a sa manxa, todo un ritual, que llevaban a la perfección. Cerca el depósito, el agua, el carburo y en uno de los lados de la mesa un aparato receptor comprado a plazos en uno de aquellos establecimientos de grato recuerdo. Juan Estrada, (Philips) Benito Sintes (La casa de la Radio) hoy Turronero; casa Catchot, actual boutique Blau de la calle de San Roque. Conforto, en la cuesta de la plaza. Pido disculpas de cuantos me pueda dejar sin citar, un altre dia serà.
Recuerdo, que una noche víspera de alguna festividad, cenábamos en casa con uno de aquellos matrimonios, muy amigos nuestros, cuando el esposo, en tono grave y cabizbajo nos hizo saber que a partir de aquel momento, la Benemérita debería cubrir un nuevo destino. Acudir al aeropuerto de San Luis. Muy pronto Mahón sería unida con Barcelona por unos aparatos, los Bristol, allá por el mes de agosto de 1949 ,si mal no recuerdo y que en estos momentos precisaría de mi buen amigo Toni del Rosabel, que sabe como nadie cuanto hay que saber de la aviación menorquina.
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