Mis familiares del Norte están encantados con la climatología estival. Parece como si vendieran con gusto las sesiones de playa por el plato de lentejas de pasear a la fresca, salmonete arriba, salmonete abajo. Bien es cierto que en otras ocasiones se han achicharrado y daba grima verlos convertidos en surtidores humanos. Me recordaban una vez, en pleno agosto, en que mi mujer y yo nos escapamos de los rigores caniculares isleños para irnos a recorrer Suiza en tren y nos topamos con una infernal ola de calor; como mi francés no daba para explicar mis sensaciones, repetía a unos y otros el híbrido Je suis aixeregat cuando pretendía que me sirviesen una grossen cervezen (en los cantones alemanes, claro).
Bueno, entre el fresquito ambiental, la gelidez de la situación económica, y la relativa proximidad de las elecciones (erecciones para algunos) generales, apenas queda tiempo para relamerse de los soberbios éxitos del Barça. Solo el culebrón Cesc nos mantiene a los culés en un vivir sin vivir en nosotros, mientras ellos alardean de la mejor plantilla del mundo mundial y de la historia universal. Pobrecillos, me recuerdan tanto a nosotros mismos cuando éramos súbditos del inefable Gaspart, reyes del talonario y campeones...De verano. Pero para nosotros, una vez cautivo y desarmado el ejército de la frustración histórica, solo pediría un año más de éxitos, solo uno, por darme el gustazo de ver salir al taimado portugués con la cola entre las piernas y el por qué en los labios.
Por otra parte tenemos a nuestra flamante alcaldesa, con la que he mantenido off the record una breve pero agradabilísima conversación telefónica, que empieza pisando fuerte y no, no me parece mal que rompa el protocolo y se plantee en un acto oficial lo que hemos pensado la inmensa mayoría de los mahoneses en torno al nuevo centro de detención reconvertido como por arte birlibirloque en un mamotreto carcelario digno de un nuevo serial de artículos-denuncia del doctor Solé, enfrascado ahora en canalizar la indignación popular por el tema de nuestros vuelos VIP, o de Nacho Martín, azote del incorrupto ascensor portuario.
Y esta es otra: ahí está el afable conseller Luis Alejandre, alter ego de un aguerrido articulista de La Razón, la gran esperanza de los menorquines de todos los colores para, si no resolver, por lo menos paliar nuestros ancestrales problemas de movilidad. "No están los tiempos para proyectos ambiciosos", acaba de declarar con seny el conseller respecto del fallido desdoblamiento de la carretera general. Actuaciones concretas (puntuales se dice ahora), carriles de adelantamiento, tal como proponían los rojos, y es que, más allá de restricciones económicas, parece que el sentido común dicta que pel que és Menorca n'hi ha prou, ben prou con una carretera que estigui bé, que no sabemos muy bien lo que es, pero que aquí ya nos entendemos.
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