Perros que perciben la muerte de su amo a kilómetros de distancia, hormigas que reciben instrucciones de la reina aunque ésta se halle separada de la colonia.
Hechos que el autor atribuye a este tipo de particular de inteligencia no consciente que también tenemos los humanos.
Desde principios de los años noventa y a raíz del éxito del libro de Daniel Goleman Inteligencia Emocional han sido editados numerosos textos que, con mayor o menor rigor, han tratado de aproximarse a otras dimensiones de la inteligencia.
Pero poco o nada se ha escrito sobre lo que podríamos denominar la inteligencia instintiva, entendiendo el instinto como lo define el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española: "Conjunto de pautas de reacción que, en los animales, contribuyen a la conservación de la vida del individuo y de la especie". O también en su otra y muy interesante definición: "Móvil atribuido a un acto, sentimiento, etcétera, que obedece a una razón profunda, sin que se percate de ello quien lo realiza o lo siente".
Este concepto me hace pensar en el tipo de inteligencia que quienes amamos a los animales y disfrutamos de su compañía hemos podido observar. Mi interés por este tema se inició hace unos cuantos años y a raíz de una circunstancia inesperada y sumamente trágica. Un buen amigo falleció en un accidente de automóvil.
Tenia un bellísimo perro pastor alemán al que estaba muy unido. Según sus padres, en el mismo instante en que su hijo murió, Top, su perro, comenzó a aullar, llorar y gemir de una manera desgarrada y manifestó una especie de crisis de ansiedad. Tras unos minutos de desasosiego, Top quedó en una especie de estado aletargado que remitió progresivamente. La madre de mi amigo, al observar la reacción del animal, llegó a intuir que quizá algo grave había sucedido con alguno de sus hijos. Algo extraño, inquietante, se movió también en su interior. Una sensación de vacío y de tristeza que no podía explicar. Lamentablemente acertó. Al cabo de escasos minutos, el teléfono sonaba anunciando la tragedia. El caso es que entre el hogar de mi amigo y el lugar en el que tuvo el accidente había nada menos que cuatrocientos kilómetros de distancia.
Cuando escuché este relato quedé sumamente impactado y empecé a investigar si había otros casos similares. Hablé con veterinarios, biólogos y con personas que estaban en contacto frecuente con animales y empecé a recopilar casos de situaciones parecidas. Finalmente, di con la pista de un libro fascinante del doctor Rupert Sheldrake, que estudió ciencias naturales en Cambridge y filosofía en Harvard, además de obtener un doctorado en bioquímica por Cambridge y ser miembro de la Royal Society y del prestigioso Clare College. El título del libro era Dogs that know when their owners are coming home (Perros que saben que sus dueños están camino de casa). En él, Sheldrake recopila centenares de casos de animales que manifestaban este tipo de inteligencia instintiva o desarrolladas capacidades preceptuales que los llevaban a sentir, aparentemente, la muerte de un ser amado en la distancia, el regreso de su dueño tras una ausencia, el aviso de un movimiento sísmico o incluso encontrar el camino de regreso a su hogar tras haber sido abandonados a kilómetros de distancia, sin pista alguna sobre el camino, entre muchos otros comportamientos más que curiosos que no tienen explicación aparente ni por el sentido común ni por los criterios de análisis científicos disponibles hoy.
La ciencia no para de aportar explicaciones fascinantes sobre el mundo, pero quedan aún muchas respuestas que desconocemos. Se trata de un territorio apasionante a explorar con rigor y con los mejores métodos, ya que detrás de estas aparentes anécdotas quizá se ocultan unas habilidades que tenemos también como animales humanos que somos, y que aún no han sido analizadas con rigor. Como todo investigador de lo insólito, se podría tratar a Sheldrake de seudocientífico o de soñador. Poco importa. La lectura de sus libros resulta sumamente estimulante y trata de poner en orden algunas intuiciones y conceptos que nadie se atreve a abordar porque los paradigmas científicos no encuentran respuestas convincentes.
Pero no solo en el mundo de los mamíferos se dan hechos de difícil explicación atribuibles a eso que me gusta llamar la inteligencia instintiva. Entre los insectos, por ejemplo, abundan circunstancias curiosísimas, como lo que sucede cuando una hormiga reina es separada de su colonia: las trabajadoras siguen produciendo de acuerdo con un plan que regula sus movimientos. Sin embargo, si se mata a la reina, el trabajo de toda la colonia se detiene inmediatamente. La reina parece transmitir instrucciones y normas de funcionamiento a sus súbditos a distancia. Puede estar ella tan lejos como quiera para lograr una óptima transmisión y recepción, pero lo importante es que permanezca viva. Lo mismo parece suceder con la abeja reina y resto de miembros de la colmena.
Queda mucho por investigar, todo son preguntas y hay pocas respuestas convincentes. Pero no cabe duda de que Descartes se equivocó cuando dijo que los animales no tenían alma. La tienen, no lo dudo, incluso algunos parecen tener una alma más tierna y sensible que algunos humanos. Esa alma, esa psique nos mantiene en relación, como siguiendo un orden oculto, un campo "mórfico", en palabras del doctor Sheldrake: un código no consciente que transmite una especie de inteligencia instintiva que tal vez estamos olvidando y que algunos animales nos vienen a recordar de vez en cuando, quizá para nuestro bien.
Artículo cedido por Álex Rovira y publicado en "El País".
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