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Stephen Hawking es una persona a la que le tengo un gran respeto. Para mí, es el modelo del auténtico optimista: el que no ignora lo que le pasa, que es muy serio, sino que lucha con uñas y dientes para salir adelante. Y estoy seguro de que le cuesta mucho y de que tendrá sus bajones y que, gracias a su categoría personal y supongo, a la ayuda de su familia y de sus amigos, seguirá trabajando duro y siendo un modelo de cómo hay que afrontar las cosas malas que, de vez en cuando, nos pasan.

El señor Hawking ha dicho que no tiene miedo a morir, pero que no tiene prisa por morirse. Y ha añadido una frase verdaderamente optimista: "Es mucho lo que quiero hacer antes".

Todo lo que digo hasta ahora no implica que este señor acierte siempre. Nadie acierta siempre. Por lo menos, yo meto la pata con una cierta frecuencia, según me dicen amigos míos, a quienes les agradezco mucho que me lo digan, porque así puedo corregir mis tonterías.

El señor Hawking acaba de decir en un periódico británico quela idea del paraíso y de la vida después de la muerte es sólo "un cuento de hadas de gente que le tiene miedo a la oscuridad". Y, para aclarar las cosas, dice que "el cerebro es un computador que dejará de funcionar cuando fallen sus componentes".

Os tengo que confesar que yo le doy bastantes vueltas al tema de Dios, de la muerte, del más allá. Porque me parece que son asuntos de suficiente importancia como para tenerlos en cuenta de vez en cuando.

A mí, pensar que cuando me duele la cabeza, en vez de tomar Gelocatil, tengo que coger una aceitera y engrasar el computador que llevo sobre los hombros, es algo que no me gusta.

Me gusta pensar que soy algo más que un computador o que muchos computadores. Ahora mismo, cuando escribo este artículo en un PC Toshiba, me miro al espejo y me encuentro bastante diferente del chisme este. Y más guapo.

Cuando me enamoré de mi mujer, cosa bastante fácil porque es un sol, no tuve la sensación de que el computador se ponía en marcha y que, para evitar enamorarme, bastaba con apretar la tecla Del. Me pareció que era algo mucho más complejo, mucho más sofisticado y, por supuesto, mucho más bonito.

Mi padre era comerciante. Teníamos un negocio familiar del que ya he contado algunas cosas. Era un hombre prudente. Me decía a veces que, como buen comerciante, procuraba que el negocio fuera bien, sin demasiadas audacias locas ni demasiadas seudoprudencias cobardicas. Siempre pensaba en guardar "para el día de mañana".

Seguramente por su influencia, yo también pienso frecuentemente en el día de mañana. Y cuando uno está cerca de los 78 años, ese día de mañana incluye el día en que uno acaba su existencia en este mundo. Por eso, cuando en esta vida loca en la que estoy metido, alguien me pregunta: "y usted, ¿cómo ve su futuro?", siempre contesto: "corto". (Y si se alarga un poco, mejor. Me pasa lo mismo que a Stephen Hawking: no tengo ninguna prisa en morirme.)

Lo que pasa es que si pienso que soy un montón de chips y un montón de cables que hay que enchufar, me entra la depre.

Y si veo tanta canallada por el mundo y tanta gente buena por el mundo y pienso que, de aquí a unos años, todos serán computadores tirados a la basura, la depre va subiendo.

Y le empiezo a tener envidia a Helmut, mi perro, que el tío puede ser que no sea racional, pero se pega la vida padre. Cuando quiere comer, come. Cuando quiere dormir, que es casi siempre, duerme. Debe ser un computador de peor clase que yo, pero cuando se muera, que le quiten lo bailao.

Hay una cosa que no hace Helmut y que me parece que diferencia su computador del mío: no sonríe nunca. Cuando le hago caricias, me mira con unos ojos muy majos que tiene debajo de los pelos que le cubren la cara, me pega una par de lametones, hace un runruneo de mimo, pero el tío no sonríe nunca.

Pienso que, entre Helmut y yo, debe haber alguna diferencia.

Alguna diferencia que hace que yo pueda pensar que, cuando me muera, algo pasará. A mí, lo del Juicio después de esta vida me parece que es de sentido común.

En las empresas hay juicios, no finales, pero juicios, todos los días. Juzgamos a Fulano y decimos de él que es un impresentable. Y le despedimos. Juzgamos a Mengano y decimos que es un tío muy bueno porque es honrado, porque trabaja mucho y trabaja bien y porque ayuda a los demás. Y no le subimos el sueldo, por aquello de cuidar los gastos fijos, pero igual le damos un sobre (negro) a final de año.

Hacemos juicios a diario sobre cosas que, al fin y al cabo, no son definitivas, porque Fulano puede dejar de ser impresentable y a Mengano le puede dar la neura y volverse vago y egoísta.

En el Juicio final hay una cosa que me molestaría mucho. Ya sabéis que los que creen en estas cosas dicen que, ese día, el Juez separará a las ovejas de los cabritos. A mí, me gustaría más ese día ser oveja que cabrito.

Porque en esta vida estoy cansado de ver cabritos. No lo digo como un insulto, sino por seguir la misma nomenclatura.

Cabritos que hacen mucho daño a la gente, con su mal comportamiento en las empresas, que es donde la gente pasa horas y horas, y amargan la vida a esa gente, que va luego y amarga la vida a su familia.

Cabritos que hacen mucho daño a la gente en muchas instituciones que conocemos.

Cabritos que, con eso de que el business is business cometen verdaderas tropelías.

Los cabritos (sigo con la nomenclatura) no pertenecen a una clase social determinada. Como dicen los cursis, esta es una actitud "transversal". Transversal hacia la derecha, hacia la izquierda, hacia el centro, hacia arriba y hacia abajo.

De las afirmaciones de Stephen Hawking, deduzco que, como dice el tango "Cambalache", "Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador".

Pero yo no me creo que sea lo mismo. Y como todos tenemos derecho a fabricar teorías, he diseñado la teoría del mínimo riesgo, que igual patento y de aquí a unos años se llama la teoría Abadía, se enseña en el IESE y mis nietos pueden presumir de lo listo que era su abuelo (q.e.p.d.).

La teoría tiene un enunciado muy simple:
1. Soy partidario del mínimo riesgo.
2. Por eso intento ser buena persona. (Otra cosa es que lo consiga.)
3. Me da la impresión de que hay mucha gente que intentan ser buenas personas.
4. Me da la impresión de que hay mucha gente -la estamos sufriendo- que no sólo no quieren ser buenas personas, sino que quieren ser muy malas personas.
5. Con ese panorama, puede haber dos posturas:
a. La de Hawking (los computadores buenas personas y los computadores canallas, todos al mismo basurero)
b. La mía (¡qué atrevimiento, Dios mío!):
I. No somos computadores
II. Somos personas
III. Unos, ovejas.
IV. Otros, cabritos
6. Para las ovejas:
a. Si tiene razón Hawking, se morirán, habrán intentado ser buenas personas, su familia y sus amigos se lo agradecerán, y a la basura.
b. Si tengo razón yo, se morirán, habrán intentado ser buenas personas, su familia y sus amigos se lo agradecerán y Alguien les dará un premio.
7. Para los cabritos:
a. Si tiene razón Hawking, se morirán, habrán intentado ser malas personas, su familia y sus amigos les aborrecerán antes de olvidarles, y a la basura.
b. Si tengo razón yo, se morirán, habrán intentado ser malas personas, su familia y sus amigos les aborrecerán antes de olvidarles y, lo peor de todo, Alguien les llamará (en público) "cabritos", con todas sus (malas) consecuencias.

Y hasta aquí llego. Y, por si no ha quedado claro, digo que no quiero ser cabrito, porque el riesgo es muy alto. Prefiero ser oveja, por si acaso el Sr. Hawking se equivoca.

Porque, si me equivoco yo, no pasa nada, y si se equivoca Stephen, me pasa mucho y prefiero no jugar a la ruleta rusa.
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Artículo cedido por Leopoldo Abadía y publicado en Cotizalia