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Miro las noticias y no lo considero justo. Me parece lamentable y un sin fin de adjetivos similares que me entristecen todavía más. Veo, desde una cómoda posición, cómo los operarios japoneses de Fukushima trabajan a destajo para controlar un pitote nuclear jamás conocido. Saben que lo más bonito que les espera es una muerte, a corto-medio plazo, aunque los afectos por la radioactividad sean mínimos.

Recuerdo con cierto estupor como la primera reacción que tuvieron los japoneses al ver el peligro acechar fue la de levantarse y ponerse a trabajar porque era su obligación. Nadie les pidió, y mucho menos suplicó, que en cierto modo dieran su vida por el bien común. Se enfundaron en trajes insuficientes ante el monstruo radioactivo que acecha y plantaron cara, en lugar de salir corriendo como habríamos hecho tú, yo, él y todos los demás. Se quedaron luchando porque era su deber y porque les importa por lo que luchan. "Es lo que toca", podrían haber dicho.

Ahora extrapolo esa situación a Menorca, manteniendo las diferencias y la catástrofe, pero salvaguardando la actitud. La primavera ha llegado y con ella los primeros cruceros. Señal de que arriba el momento de que los negocios salven la temporada gracias a los turistas y ¿qué se encuentran en el puerto? De momento, obras que no pasan desapercibidas a ojos de los recién llegados. Luego, un barco incendiado que afea el paisaje y otro, abandonado en la zona de los pescadores. Por no hablar de otras cosas.

Yo no sé mucho de política, pero sé que cuando uno ocupa un cargo público se debe al pueblo y a lo mejor para su gente. Pero a diferencia de Fukushima, ahora los trabajadores parecen más interesados en sacarse fotos de cara a las elecciones que en trabajar por el bien común. No se puede esperar mucho de la política en estos casi dos meses que quedan hasta las elecciones. La incertidumbre de quién gobernará carga de recelo cualquier decisión. Ahora no es tiempo de turismo, es tiempo de elecciones. Ya cuando pase todo esto será el momento de pensar en los visitantes. Claro que para entonces ya será demasiado tarde. Pero a diferencia de Japón, parece que la prioridad, ahora mismo, no es el pueblo.

No es justo. Ni para ellos ni para nosotros.