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Las revoluciones que están viviendo los países del Norte de África ponen fin al periodo post-colonial. Como consecuencia del proceso y los rasgos de una descolonización tardía, que empezó a producirse tras la Guerra Mundial y concluyó con la independencia de Argelia en 1962, surgieron los Estados-Nación en estos países ribereños. Eran éstos unos Estados influidos por las corrientes nacionalistas europeas, aunque con las especificidades propias de la descolonización.

En efecto, en toda la región surgirán partidos nacionalistas y van a ser sus líderes quienes construyan los Estados-Nación. No se trata de líderes democráticos, aunque son vistos por el pueblo como los "libertadores" que vienen a cumplir una misión histórica. Como tales son plebiscitados.

Estos líderes emergentes crearán a su imagen las nuevas naciones del norte de África valiéndose de una cultura política de concepción patriarcal y patrimonialista. Eso es, el Estado les pertenece, según creen. A partir de esa premisa, establecen una relación paternalista con la ciudadanía de la que se sienten, además, protectores.

Es moneda común que todos estos países establezcan sistemas económicos de tipo "distributivo" que, llevado a sus extremos, pronto incurrirán en la falacia del "Estado-providencia". Como contraposición a la etapa colonial, estos sistemas abren el acceso a la enseñanza, crean sistemas de viviendas protegidas y proveen una larga serie de mejoras sociales.

La única contrapartida que va a exigir el líder a la población es el respeto debido a los principios de superioridad, autoridad y obediencia. No hay crítica posible para un sistema "libertador" que tantos beneficios provee al pueblo.

Aquella primera generación de mandatarios post-coloniales abrazan modelos de corte socialista: propugnan la justicia social, la igualdad, la lucha de clases. Los nuevos líderes adoptan además posiciones panarabistas desde las que se pretende alcanzar una unidad regional fuerte frente a los designios de la comunidad internacional. La causa palestina será una de las primeras banderas de un panarabismo que además resultaba integrador y cohesionador. No en vano, el sueño del panarabismo en aquella primera etapa post-colonial podía exhibir con su apoyo a Palestina un antiimperialismo acusado en un contexto histórico en el que, desde la creación del Estado de Israel en 1948, se estaban sucediendo las guerras árabe-israelíes.

El panarabismo experimentará, sin embargo, una progresiva desilusión entre la ciudadanía y tendrá un punto culminante en el derrumbe moral que llegó con la apabullante derrota de la coalición árabe contra el ejército israelí en la guerra de los seis días, de junio de 1967. El conflicto se saldó con la ocupación por Israel de la franja de Gaza, la península del Sinaí (Egipto), los altos del Golán (Siria) y Cisjordania, incluida Jerusalén este, (Jordania). Todas las naciones de la coalición árabe pagaron con territorio aquel conflicto.

En la década de los 70, el proyecto panarabista había fracasado definitivamente mientras, por otra parte, el modelo económico distributivo y desarrollista tampoco funcionaba. Aquel capitalismo de Estado, el proteccionismo socio-económico basado en una política de promesas, no había generado, ni ha logrado aún, el desarrollo económico esperado. En cambio, el mantenimiento de este Estado distributivo , que es lo que asegura estabilidad al líder, es la causa de una inmensa deuda externa que alimenta una progresiva dependencia de organismos internacionales como el FMI o el Banco Mundial.

En estas circunstancia, los estados del norte de África tendrán que sucumbir a la ayuda del FMI y del Banco Mundial, organismos que imponen ajustes estructurales y el desmantelamiento de un Estado-protector claramente insostenible a cambio de su auxilio económico.

Las consecuencias socio-económicas de este descalabro no se hacen esperar. El Estado protector empieza a hacer aguas, comienza una escalada de corrupción en el entorno del poder y sus circuitos internos, mientras el desempleo y la insatisfacción ocupan las calles.

En los años 80, y antes en Egipto (1977), en ese panorama de miseria, se produjeron los levantamientos sociales, conocidos como las revueltas del pan y de la sémola, que los gobiernos sofocaron con represiones inmisericordes y para las que la comunidad internacional no tuvo ojos.

La primera generación post-colonial, entretanto, es responsable de un espectacular desarrollo demográfico, la bomba demográfica que no se empezaría a desactivar hasta la introducción de planes de control de natalidad a partir de los años 80. Pero entre tanto, todos los países del norte de África que surgieron en un sueño de independencia y prosperidad han experimentado un drástico proceso de rejuvenecimiento. (En Egipto, el 70 por ciento de la población árabe actual tiene menos de 30 años).

La nueva generación de ciudadanos es, por demás, importante cuantitativa y cualitativamente. Esta generación está conformada por ciudadanos que respetaron el sistema en el que crecieron, pero que no han podido compartir el entusiasmo original de la descolonización. Los componentes de esta segunda generación son, en cambio, víctimas del fracaso del modelo post-colonial. Por añadidura, este sector de población, que sí se benefició de medidas como el acceso gratuito a la enseñanza superior, tiene ahora pensamiento autónomo y criterio propio. Tiene también motivos para el descontento frente a gobiernos que se han comportado con descomedida ambición dinástica, intentando conservar y hasta aumentar los privilegios que tuvieran los primeros padres de la patria y aún acuñando riquezas por encima de lo que cabría imaginar.

Esta nueva generación, fundamentalmente urbana y muy politizada, se ha visto sometida por los herederos de los mandatarios post-coloniales que, a diferencia de aquéllos, no tienen otro proyecto que perpetuar como no sea el sentido patrimonialista de un Estado que ya no es protector y en el que se ha instalado la corrupción.

Las masas que hoy nutren las revoluciones en el norte de África tienen un profundo sentimiento de alienación que está anunciando ya en las calles el cisma profundo entre los gobernantes y la sociedad.

El Norte de África busca un nuevo norte.
(Información que extracta la conferencia pronunciada por la directora de la Casa Árabe-IEAM, Gema Martín Muñoz, dentro del curso de la UNED "Del colonialismo a la globalización: luces y sombras del mundo árabe, el 5 de marzo)