Títeres del mercado

Dino Gelabert-Petrus29/01/11 0:00

Seguro que a alguno no le sienta bien el artículo que vas a leer, amigo lector. Una vez más me pregunto hasta dónde llega la estupidez humana. Voy a hablar de héroes y villanos. De los personajes públicos a los que la fama se les sube a la cabeza y de los que son tan tontos que se rebajan ante un famosillo de turno. Me parece que en algún momento de este largo camino perdimos el norte y con ello algunos valores y otras cosas que a día de hoy somos incapaces de encontrar.

El deporte, por ejemplo, ha evolucionado de forma corrupta hasta convertirse en un negocio. En un tiempo de recesión, el nuestro, y en el día a día de los países del Tercer Mundo, me parece una falta de educación que a un jugador lo valoren por tantos millones cuando en el fondo es un niñato maleducado incapaz de valorar nada de lo que tiene. Algunos deportistas, no todos, aprovechan su condición para beneficiarse de la sencillez humana. Hablo de aquella persona para la que lo más maravilloso de su vida será encontrarse con aquel individuo que copa portadas, hacerse una foto y, si la situación lo permite, bajarse las bragas o los calzoncillos para disfrute del personal.

Me cansa ver como en una discoteca, por ejemplo, en Madrid, Barcelona o en Maó mismo, chicos y chicas pierden la cabeza porque comparten sala con Fulanito de tal, que ni es guapo, ni puedes compartir una charla con él ni sabe lo que cuesta una barra de pan. Ni tampoco hará nada por remediarlo. "Pero como sale en la tele...".

A estas alturas habrá quien dirá para sus adentros, "Dino lo que tiene es envidia". Pues va a ser que no. Creo que soy el último individuo en la faz de la Tierra que va a perder la confianza en la raza humana y por eso todavía a día de hoy creo que en algún momento nos daremos cuenta de todo esto y diremos basta. Nos parecerá que entre Fulano y nosotros no hay tanta diferencia.

Me duele ver como se idolatran a títeres de un mercado, víctimas del 'quiero más' y especialistas en algo con fecha de caducidad que, salvo sorpresa, están condenados al olvido.

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