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El primer vuelo hacia Barcelona del lunes día seis te imbuye en un mundo onírico. ¿Estás en tu país o, por el contrario, en el de Alicia? ¿Finlandia? ¿Alemania? ¿Suecia? La puntualidad inusual (llegas a tu destino con diez minutos de antelación) y el exquisito trato del personal de tierra y de la tripulación son modélicos. ¿Se tratará de un intento por reparar la maltrecha imagen de nuestros aeropuertos después de lo sucedido? ¿Obedecerá todo a recomendaciones estrictas dadas por quien dirige el cotarro? ¿Será fruto de la casualidad? El viaje, alucinante, te/os demuestra, al fin y al cabo, que las cosas sí pueden hacerse bien si el trabajo no se asume como una carga, sino con agrado y responsabilidad. Y salta entonces la pregunta: ¿por qué no siempre se ejerce así? La vida, sin duda, sería, para todos, mucho más amable…

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¿Cómo dice, estimado lector? ¿Roig? En tu ausencia permanece bajo los inmejorables cuidados de Marta, tu sobrina, a quien Roig debe, entre otras cosas, la vida. Ambos tienen muchas cosas en común: la bondad, la ternura, la generosidad… Sé que no lo cuidará, sino que lo cuidará y mimará hasta el extremo. No en vano te inquietó durante tu ausencia la idea de que, tal vez, quisiera, a tu regreso, cambiar de dueño…

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En el teatro "Poliorama" asistes a la representación de "El método Grönholm", fascinante obra de Jordi Galcerán y dirigida por Sergi Belbel. Aunque Belbel aborda el texto con maestría, en tu modesta opinión, sin embargo, lo desvirtúa, al mudarlo en algo bufo, en algo cómico, hasta tal extremo que las carcajadas son constantes en el transcurso de la representación… De allí la antítesis o la contradicción: "El método…" es, básicamente, un intenso drama (cuando no tragedia) social que va adquiriendo, paulatinamente, mayor verismo y vigencia a tenor del avance de un capitalismo ya sin contrapeso y real, asentado con fiereza en el mundo que vivimos. Y a medida que la obra va adquiriendo ese realismo, y de manera inversamente proporcional, va soltando como lastre lo inicialmente alegórico o hiperbólico. De aquí que "El método…" aterrorice y aterrorice cada vez más. Por la sencilla razón de que lo que parecía ciencia-ficción, se está mudando en mera constatación de nuestro presente. El argumento es, ya, sobradamente conocido: cuatro aspirantes a un importante puesto directivo en una multinacional son sometidos, conjuntamente, a unas crueles pruebas de selección de las que no estarán exentas las más feroces humillaciones… Las que harán emerger lo peor del hombre y el lado oscuro que yace, expectante, en él…

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Lamentas no recordar al autor de la cita. Pero la frase era, más o menos, así: "El político es aquel hombre cuya habilidad consiste en crear un problema donde no lo hay". Cataluña, vista desde los medios de comunicación y dibujada y desdibujada por vuestra clase política, es bien distinta a la real. Cuando uno llega a Barcelona, víctima de los padres del Estado, espera toparse con españolistas berreando por sus calles y luchando airadamente por la unidad patria o a perversos nacionalistas separatistas asesinando por las Ramblas a todo hijo de vecino que no esté en posesión de su pertinente certificado de catalán… Uno espera, sí, asistir a interminables peleas barriobajeras, a cuchillo, entre castellano y catalano parlantes… Uno espera… Pero Barcelona sigue siendo esa Barcelona amable de siempre, la real, la urbe cosmopolita y culta en la que viven y conviven, en perfecta armonía, ciudadanos que, consciente o inconscientemente, utilizan, indistintamente, una u otra lengua, conocedores, a la postre, de que éstas, las lenguas, no se pelean, sino más bien son vehículos distintos unidos, en este caso, por la hermandad y por la meta última: la del entendimiento…

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- ¿Y Roig?
- ¡Perfectamente! –te comenta Marta-. ¡Hecho un chaval!
La conversación telefónica tiene lugar cerca de Colón. La tarde se deshace con policromías varias (aunque todas huelen a melancolía) que compiten con los pintores que hacen de su arte no subvencionado, oficio y necesidad. En su mayor parte son buenos retratistas, privados de un mecenas que, a lo mejor, un día, les rozó en el metro, escapándose, en ese preciso momento, la oportunidad, irrecuperable ya. Las Ramblas son un mosaico hermoso, festivo y amargo, a la vez, donde conviven razas, creencias y procedencias en la democracia no escrita de la calle. En esa calle por la que se pasean pijos y macarras, viejas mal maquilladas y mimos exhaustos; niños y ancianos; republicanos y monárquicos; peperos y socialistas; burgueses y miserables; pícaros e indigentes; gentes oficialmente honestas y otras, de esas que se llaman de malvivir… Por eso Las Ramblas te agradan… Porque carecen de ley, salvo la que, sin reuniones ni consensos, se estableció un día. Su redacción es simple: ¡vamos a entendernos!

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Ya en la "T1" efectúas un rápido repaso a tu viaje. Es un ejercicio de memoria. Un entretenimiento. Y te percatas de que eres un enamorado de Barcelona. De la actual y de la que perdiste: la de los años universitarios, esos años felices que un soberbio espectáculo musical te recordó en el teatro "Tívoli" llevado de la mano de "Mecano"… Antes de pasar el control –y sin saber a ciencia cierta por qué- entre todas las imágenes retenidas sobresale una: la de una anciana cubierta con cartones en plena calle Pelayo, dispuesta a cortejar con la noche, siempre temida, y pegada a un carrito de niño pequeño en el que se almacenan todas sus pertenencias. Entre ellas sobresale una muñeca rota, que se muda en símbolo, probablemente, de su dueña… Tal vez esa imagen perdura y prevalece sobre las otras porque esa anciana tenía un extraordinario parecido con tu madre, a la que tanto quisiste y perdiste, momentáneamente, hace tres años. Viendo la miseria de esa mujer de la calle Pelayo evocas unos versos de don Juan Manuel con los que cerraba uno de sus "enxiemplos" (ejemplos) contenido en "El Conde Lucanor": "Por pobreza nunca desmayéis/ pues otros más pobres que vos hallaréis". Una buena vacuna ante el desánimo originado por la crisis y un sarcástico obsequio para quienes, intentando salvaguardar sus privilegios, jorobaron a tanto inocente, en un puente que será, ya, el puente...