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Le sucede, al que escribe, que a veces no sabe de qué hablar en sus parrafadas o episodios de enajenación mental transitoria, por lo que opta por guardar silencio y no parecer que es tonto, antes de sentarse a teclear un artículo banal y demostrar que lo es. Así se explica mi ausencia de la semana pasada. La verdad es que la mayoría de artículos-monólogos que lanzo desde este rincón "Asseguts a sa vorera" suelen venir salpicados por vivencias y situaciones que me encuentro por el mundo. Te reconozco, amigo lector, que no me pasa lo mismo paseando por Maó que por Barcelona, por lo que se me hacía más fácil cumplir con mi cita en mis "Cartas desde Barcelona" que sentándome a la orilla.

Pero no siempre ha sido así. A los 16, más o menos cuando me empecé a curtir en el ¿noble? arte del bolígrafo y el papel, dedicándole poemas y rimas a princesas de quita y pon, las palabras salían solas. No te negaré que no era yo quien las escribía, sino que le daba rienda suelta al festival de hormonas que me corrían por el cuerpo y, como consecuencia, salía lo que salía. Llegué a engatusar a alguna muchacha con versos de papel mojado, y seguro que más de una cenicienta piensa en mí, o me maldice, cuando un pretendiente le susurra algo bonito. También me llevé más de un capón y una hermosa colección de calabazas, pero eso entra cuando uno aspira a ser un escritor atormentado con alma en pena, que cada noche se suicidaría por amor. Porque, para qué negarlo, a los 16 vas más salido que la pata de una silla y te enamoras y desenamoras a un ritmo frenético, además de doctorarte en el furtivo arte del onanismo.

A los 20, zambullido en la universidad, aprendí palabras y palabros nuevos, que suenan a intelectual y que te hacen interesante a los ojos de más de una. La revolución hormonal siguió ahí, pero más controlada. Siempre he pensado que si hubiera sabido tocar la guitarra probablemente a día de hoy sería "muchimillonario" y me movería de escenario en escenario, compartiendo alguna copa con mis héroes de alma en pena e impecable labia.


A día de hoy, a una semana de cumplir los 25, me cuesta más escribir. Ya no divierto como antaño y la testosterona la acumulo en potes de conserva. Cierta persona me reconoció que mantengo la labia y eso tranquiliza porque a las chicas de hoy en día cada vez le gustan menos los románticos y sólo me quedará hacerme pasar por un tipo duro.