La muerte el viernes de Félix Pons ha generado sentidos elogios hacia su figura, plenamente justificados en el análisis de su trayectoria política. Era un político de otra época, de aquellos años de construcción de la democracia y del sistema actual, pero identificado con unos valores y unas ideas vigentes siempre, por encima de coyunturas oportunistas e intereses personales que tanto daño y tan de actualidad se hallan en el contexto balear.
Ministro -hoy se cumplen 25 años de su nombramiento- y presidente del Congreso de los Diputados, Pons aportó seriedad, sensatez y responsabilidad a su trabajo institucional. Ajeno al populismo, pertenecía a ese tipo de hombres necesarios para aplicar cordura en asuntos proclives a la agitación y proyectar su visión de estado frente a tentaciones localistas de mayor rentabilidad electoral. Fiel a sus principios cristianos y socialdemócratas, los mantuvo hasta sus últimas consecuencias con la habilidad y personalidad suficientes para combinarlos con la disciplina al cargo y al partido que ha representado y, de ese modo, alcanzó la autoridad moral que hace respetable al político. Se ha ido el personaje, queda su ejemplo de honradez y pasión por el trabajo.
Editorial
La desaparición de un hombre de estado
03/07/10 0:00
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