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Ayer Zapatero abrió la puerta a un cambio de Gobierno. Recordó a Rajoy que, mal que le pese, la competencia para decidir cuantos ministros caben en su Ejecutivo y con cuantos vicepresidentes quiere contar es sólo suya. Pero dicho esto no se cerró a seguir recortando la Administración Central.

Reducir ministerios, como le pide toda la oposición, sin acometer un cambio radical en su Ejecutivo absolutamente abrasado por la crisis económica y con la peor valoración en las encuestas desde que Zapatero llegó a la Moncloa, sería un acto fallido.

Por eso, y porque no suele actuar a instancias de la oposición, lo más probable es que antes del debate del estado de la Nación, previsto para el catorce y quince de julio, el presidente del Gobierno haga una remodelación ministerial profunda en la que desaparezcan varias carteras.

Con esta medida no se va a conseguir, como demagógicamente dice el PP, hacer grandes ahorros, pero tiene un efecto ejemplarizante de recorte del gasto que la ciudadanía necesita en estos duros momentos de apretarse el cinturón. Si, además, se aprovecha la coyuntura para prescindir de la mitad de ese ejército de asesores que ocupan despacho y plaza en Moncloa, se ganarán más puntos.

Teniendo en cuenta que algunas comunidades ya se han adelantado y han suprimido consejerías, tratando de desmentir la imagen de manirrotas que acompaña a las administraciones autonómicas, la obcecación de Zapatero por mantener carteras como la de Vivienda, con todas las competencias transferidas, carece de sentido.

Sobre todo porque el Gobierno se enfrenta a este debate sobre el estado de la Nación en su peor momento político, en la mas evidente soledad parlamentaria (ayer Llamazares le recordó que ya no cuenta con el apoyo de la Izquierda de la Cámara) y posiblemente con una Reforma Laboral aprobada por Decreto.

Como no va a poder ofrecer más que sacrificios y más recortes a los españoles (todos los analistas dan por hecho que la UE exigirá en el otoño la revisión de la edad de la jubilación) el único as que le queda en la manga a Zapatero es comparecer con un Gobierno nuevo, a ser posible con caras de prestigio que recuperen algo de la confianza perdida.

Lo que sí es seguro es que no habrá adelanto electoral y que se va a jugar "el partido hasta el final", por muchas prisas que les hayan entrado a los populares excitados por las encuestas.