Llegan malas noticias desde Barrio Sésamo, amigo lector. Don Pimpon, Espinete y Caponata, entre otros, andan de capa caída por culpa de la crisis y de que los niños ahora prefieren las videoconsolas. Esta maldita recesión no tiene escrúpulos y las malas lenguas dicen que Chanquete, cuando se murió, lo hizo adrede porque previó la que se avecinaba y se 'tiró del barco'. Nunca mejor dicho.
Pero a lo que iba, la crisis ha afectado de diferentes formas a los habitantes de Sésamo. El ejemplo más claro es el de Espinete. La inactividad laboral le ha provocado una seria crisis de identidad. Ahora el único erizo que resulta simpático es el que aparece en los anuncios de cierta compañía de seguros. La falta de movimiento en los ojos fue un lastre en la fulgurante carrera de Espinete, un erizo rosa de dos metros y puas a lo rastafari, que ahora está convencido de que es un delfín y va de un rollo más intelectual.
La rana Gustavo, por su parte, dejó el periodismo. La crisis que afecta al sector y la falta de motivación le llevaron al paro y por consiguiente, ahora tiene graves problemas económicos. Básicamente no recuerda dónde ha dejado la cartera.
Además, la cerdita Peggy le dejó por un saltamontes que actuaba en La Abeja Maya. En realidad, Gus nunca superó el impacto que le causó el día que fue al médico a hacerse una radiografía y descubrió que tenía un brazo humano en lugar de estómago.
Otro que lo lleva fatal es Elmo. El simpático personajillo acabó liado con temas de drogas y asesinatos múltiples, que le valieron una temporada en chirona. Ahora ya ha salido pero está tremendamente enamorado de Hello Kitty, que no le hace ni caso. Epi y Blas, al final se casaron, pero eso era algo previsible, mientras que la Gallina Caponata no pudo más y se suicidó. Se metió, no se sabe como, dentro de un microondas gritando 'hasta luego' y le dio al botón de encendido. Sus amigos no encontraron mejor homenaje que comérsela. A fin de cuentas, nadie le hace asco a un pollo asado de más de 100 kilos.
Por último, Coco tuvo un percance. Se enganchó una noche a una cinta de velcro, a la que estuvo pegado durante tres días, hasta que Don Pimpón lo rescató. Desde entonces no sale a la calle por temor a quedarse enganchado. Y Don Pimpón siente algo más que una bonita amistad por él.
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