Uno de los mayores males de la dictadura era el "amiguismo" y el oscurantismo en las relaciones del poder para con la sociedad. No se imponía dar cuentas a nadie ya que nadie podía reclamarlas desde el momento en que eran "dictadas" sin posibilidad alguna de poder mostrar una oposición más allá de las "protestas caseras" que pudieran darse.
Se suponía que en democracia ya no sería así puesto que la transparencia (y el sentido común) debería impregnar todas las acciones de gobierno.
La realidad sin embargo nubla aquella idílica visión de transparencia por la que tanto se luchó.
Ahora está en plena vigencia la llamada "cultura de la subvención". Se ha instalado en la sociedad española actual la falsa idea de que sin subvenciones es prácticamente imposible celebrar, organizar, crear, montar ... acto alguno.
Parece ser que hoy en día las administraciones se han convertido en auténticos Papa Noel que reparten a discreción (y según sus simpatías políticas) ayudas económicas que sirven para fidelizar a una clientela y, al tiempo, para silenciar una posible disidencia discriminando a los preceptores según sus afinidades ideológicas.
Eso lo comprobamos de forma diáfana en el caso del GOB. Este grupo inicialmente ornitológico y actualmente ya quasi-político, cuenta con todo el apoyo de sus afines ideológicos instalados en las administraciones. No sólo se utilizó dinero público para construir una nueva sede para esta entidad privada sino que se la riega constantemente con "ajuts" para evitar su "descolorización". Se asegura que la mayor parte de su financiación proviene de fuentes públicas.
En plena época de penurias económicas y recortes de sueldos a humildes funcionarios, no es comprensible arreglar las cuentas (esta semana se anuncia una nueva aportación de dinero público) de una asociación privada cuyo silencio estruendoso ante la construcción de la nueva Penita de Mahón sigue sonando alto y claro.
Subsistir a costa de subvenciones significa que las asociaciones necesitadas de estas ayudas no pueden vivir de sus propios recursos. Si dependen de la administración se convierten en lacayos de ella y por tanto no pueden sentirse libres para criticarla.
Las subvenciones justificadas deberían darse bajo un control exhaustivo y nunca superar una cuarta parte o menos del presupuesto total de la entidad demandante. Superar esta barrera simbólica es esclavizar al subvencionado.
En el terreno artístico muchos creen que subvencionar es dirigir (¿forzar?) las apetencias populares que ante un espectáculo de promoción privada (que será sin duda más caro) y otro subvencionado (y por tanto más barato), elegirá (economía manda) el acto subvencionado aunque implique tragarse toda la parafernalia ideológica que pueda contener. Muchos creen que la subvención implica un dirigismo cultural inaceptable.
Para evitar suspicacias y limpiar la imagen, todas las administraciones deberían de hacer públicas las listas de todas (t-o-d-a-s) las subvenciones concedidas junto a los presupuestos de las asociaciones a las cuales se les han concedido. Sólo así sabríamos cuales entidades pueden sobrevivir con sus propios recursos y cuales no. Y se sacarían conclusiones.
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