A Adriana Aguilar y a los compañeros de curso.
Roig lo sabe. Aunque no comprendes cómo. Los miércoles, quebrando la rutina del resto de los días, abandonas el piso al atardecer y te encaminas, calle arriba, hacia el "Ramis". El "Ramis" es otro, entonces. El silencio que lo mece te aseda, pero, al mismo tiempo, te inquieta. Porque urges de ese griterío –explosión de vida adolescente- con el que trabajas diariamente por las mañanas, allí mismo. No asumes en tu centro, los miércoles, por la tarde, el rol que te es propio –el de docente-, sino su antítesis: el de estudiante. Adriana Aguilar, espléndida actriz y amiga os aguarda con su faz risueña y su pelo ordenadamente alborotado, para impartiros clases de teatro, a las que asistes con el mismo fervor integrista de quienes profesan religiones mal entendidas, guiado por tu vocación frustrada de actor.
Llevas –lleváis así- desde hace meses, aprendiendo, materializando lo que soñasteis, acariciando la quimera de subiros a un escenario y convertiros en otros, dejando que os seduzcan la erótica de la palabra, de los vocablos encarnados, de las luces expresivas, de las plateas mudables… En la última sesión, Adriana os deslumbró al haceros descubrir que un simple gesto, una simple manera de andar crean, ya de por si, un personaje que queda, desde ese momento, determinado. Si caminas con la cabeza hacia adelante te surge un ser anormal, de andares alocados, inevitablemente apresurados… Si, por el contrario, deambulas con pecho sobresaliente, emana de ti un macarra insospechado; un proxeneta o, en el peor de los casos, un asesino de callejones sombríos, de alcantarillas pobladas de desheredadas ratas.
Un asesino de tercera regional, con aliento de alcohol, siempre barato, a la postre. Y si optas por avanzar con la barriga por montera, nace, irremediablemente, el perezoso, el abúlico, el borracho, o la suma de todos ellos… ¡Espléndida clase la de Adriana! Cuando llegó tu turno, elegiste pasear con la frente hacia adelante y te diste cuenta de que no te quedaba otro remedio, ya, que hacer de tus pasos, pasos precipitados. Acababa de nacer un tonto, un loco pacífico…Y te sentiste, de pronto, como se sienten ellos: carnaza para los miserables…
Como un marginado. Como un leproso sin lepra. Como un ser extraño dentro de la aceptada normalidad. Fue sin pretenderlo. Lo celebraste. Especialmente cuando te comenzaron a doler las úlceras de los desheredados, de los que van por el mundo caminando, metafóricamente, de extrañas formas, como nadie lo hace, objeto de burla e hiriente sarcasmo. El personaje acababa de nacer. Había bastado con el gesto de convertir la frente en proa e iniciar el viaje. Y te compenetraste con él. Lo amaste, ya desde un principio. Y sentiste la rabia contenida de quienes, por no andar como andan las turbas legitimadas por las mayorías y las etiquetas de lo puntualmente aceptado por la sociedad, cruzaron –les hicieron cruzar- el umbral de los apestados.
A la salida de la clase, la noche os regalaba una luminotecnia espléndida… Y en conocida imagen, el mundo era escenario y vosotros, alumnos, personajes, a la postre, en busca de un autor (Sei personaggi in cerca d'autore, de Luigi Pirandello)… Pensaste en el ejercicio recién concluido y caíste en la cuenta de su aterrador simbolismo.
En cuantas ocasiones –te preguntaste- un hecho puntual, una postura ideológica, un rasgo de honradez, un "no" (cuando se esperaba un "sí"), han determinado el caminar, la existencia de tantos, obligándoles a recalar, ya eternamente, en la marginación. No adelantaron su frente, ni su pecho, ni su barriga –como habíais recién hecho vosotros-, pero sí otros gestos –probablemente más éticos y sublimes- , esos que, de manera irrevocable, marcaron su futuro. Y, al hacerlo, se mudaron en anormales, parecidos al que habías interpretado o malinterpretado. Puede que no antepusieran su frente, su pecho, su barriga –te repites-, pero sí la íntima convicción, tal vez, de que la meta no era un "yo" o de que, probablemente, se podía "ser" sin una "Visa Oro", o de que… Atipicidad percibida, luego, y, finalmente, masacrada…
Y caíste en la cuenta, sí, en esa noche mágica de miércoles, de que los personajes esbozados tenían algo en común: el destino se lo habían forjado ellos mismos. Tal vez, en un instante. Unos, para mudarse en "bobos" bonachones. Otros, en imperdonables chulos. Muchos, en abúlicos y perezosos…
Pensaste, en definitiva, que había demasiados hombres y mujeres que, sacando barriga, optaron, en la vida real, tangible, no virtual, por la abulia y la pereza, como eximente para no oponerse a tantos que, priorizando el pecho, optaron por el rol de macarras y perdonavidas, envolviendo, martirizando a los que andan como anormales, porque realmente lo son, al haber antepuesto la frente y la razón. Al haberse saltado el guión que les desviaba de lo éticamente correcto…
- ¿Qué tal la clase con Adriana? –te preguntó Roig, ya de regreso-.
- ¡Fantástica! -le contestaste-. Intentaré caminar con la frente por delante…
Roig no lo entendió. O tal vez, sí. A fin de cuentas él llevaba haciéndolo toda su vida…
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