- Aquí mismo. ¿Qué quería?
- Venía por si hay trabajo…
- ¿Sabe idiomas?
- ¿Y eso?
- El mundo se ha diversificado tanto, que aquí todo está paralizado, confuso, no avanza por falta de entendimiento. Yo siempre he creído en la construcción, pero una fe sin obras, es una fe muerta…
Así que aquel buen hombre empezó a aprender diferentes lenguas y se hizo intérprete. Y como eso no bastaba, se puso a dar clases a los obreros e intentó que lograsen comunicarse entre si. – Con buena voluntad – les advirtió – todo se consigue.
Para ello, ideó cuantos métodos le parecieron útiles y provechosos. - La base reside en la comunicación – sentenció - en convivir y querer hacer cosas juntos. Usemos todas las lenguas que podamos con respeto y admiración, ya que lo principal es entendernos.
- La libertad es un requisito imprescindible – les decía. Porque el amor nos conduce a la traducción como el odio a la traición. Prohibir, obligar…son formas antipáticas de aprender. Por eso, las lenguas, mejor que prohibir o forzar, se deben cultivar. Aprendamos las que podamos, ya que se enriquecen mutuamente. A ratos, les enseñaba trabalenguas divertidos, para reírse de si mismos con las equivocaciones que iban cometiendo. Eso desdramatizaba el asunto.
- Tres tristes turistas, comen trigo en el hotel.
- Al jutjat hi ha setze jutges, que als corruptes jutjaran. Farà falta enviar jutges o els corruptes, el jutjat col·lapsaran.
Una mala política – sentenció- crea conflictos donde no los hay. No debe usarse jamás la lengua, y la fabulosa riqueza de sus variadas formas, como motivo de división y enfrentamiento.
Conocemos, por lo menos, dos casos de desaparición de una lengua. El 26 de diciembre de 1777 murió a los 102 años de edad, Dolly Pentreath, la última persona que hablaba el "córnico", una lengua céltica que, en los tiempos antiguos, había sido la materna de la población de Cornualles (Inglaterra). Y el 10 de junio de 1898 murió en un accidente, en la isla de Veglia del Adriático, un tal Antonio Udina, desapareciendo con él el "dálmata". Son dos hechos que nos muestran lo efímero y perecedero de las creaciones humanas. Sólo los hablantes de carne y hueso, con sus ganas de entenderse y conocerse, mantienen viva la tradición de las generaciones anteriores, renovándola continuamente para que no desaparezca.
- Por eso, es preciso luchar por la libertad y la tolerancia. Como hicimos hace tiempo. Para que nadie, nunca más, tenga que morderse la lengua.
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