El volcán islandés ha armado el caos en los aeropuertos y ha alterado planes viajeros y la rutina de mucha gente. Sobre todo ha recordado que la naturaleza tiene un comportamiento propio, indómito, superior, que puede comprenderse, explicarse y adaptarse, pero no dominar. De vez en cuando lo recuerda en forma de huracán, tornado o erupción. Esto que parece tan sencillo, tan de manual ecologista incluso antes de que el ecologismo estuviera de moda y organizado, es ignorado por quienes conducen la vida colectiva a través de la política.
Hace una década hubo un conseller en el primer gobierno de Matas –el que ha aparecido como presunto testaferro del piso de Madrid–, quien tras la experiencia del agua potable trasladada en barco desde Tarragona a Palma, comenzó a planificar desaladoras. Se podía aprovechar el agua del mar, se había acabado el problema que amenazaba el crecimiento turístico de las Islas (es decir, de Mallorca). Eufórico, descubrió que ya nada podía poner freno a la expansión, dominamos la naturaleza, vino a decir el que ha sido el último presidente de GESA tras superar el problema de la escasez hídrica.
La vergüenza que no sintió él en aquellos momentos, la sentimos otros, los mismos que somos capaces de compadecer a los atrapados en aeropuertos y advertir al mismo tiempo el poder de lo que Evo Morales llama Pachamama.
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