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Llegó la primavera. Variable, como siempre, pero primavera, estación que en nuestras latitudes muestra la energía de la vida, que, surge del letargo aparente del invierno, y se manifiesta atractiva por el color de las flores, por el anuncio prometedor de la madurez de fruto en el verano. Este año deseábamos que llegara, y que se instaure intensamente. Los poetas la han festejado, idealizándola incluso excesivamente, y los músicos la han ensalzado con sus melodías y armonizaciones. El refranero popular afirma que "la sangre altera". Actualmente, quizás necesitamos más experimentar que estamos en primavera. Debe haber pasado el invierno de la crisis económica con su secuela de parados laborales. Debe desaparecer totalmente la corrupción evidente en la actuación de políticos de varios partidos. Debe surgir una mayor confianza en la capacidad de convivir más cívicamente, con mayor respeto recíproco, la diversidad de opiniones. Debe ser más patente que gobernantes y ciudadanos se esfuerzan sinceramente por el bien común. Debe plasmarse en la aceptación general de unos valores que humanicen de verdad y sean transmitidos, no sólo desde las familias, sino también desde el ámbito escolar y desde los medios difusivos, de que disponemos. Debe rejuvenecerse la sociedad, especialmente la occidental que muestra a veces signos de envejecimiento, para lograr que el siglo XXI sea más satisfactorio y positivo que el anterior.