La Virgen de la Soledad. La primera que participó en la procesión del Viernes Santo. Paso que fue destruido en la Guerra de Civil del 36-39. Archivo M. Caules

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Ya no puede el Señor levantarse: tan gravoso es el peso de nuestra miseria. Como un saco lo llevan hasta el patíbulo. Él deja hacer, en silencio.

Humildad de Jesús. Anonadamiento de Dios que nos levanta y ensalza. ¿Entiendes ahora por qué te aconsejé que pusieras tu corazón en el suelo para que los demás pisen blando? (Josemaría Escrivá de Balaguer).

Y la catequista continuaba leyendo, de un libro con tapas duras en marrón oscuro. Sobre el lomo del mismo, en letras doradas se leía "Vía Crucis". Lo guardo en mi recuerdo com si fos ara. A continuación, en fila de a dos, las niñas delante seguidas de los niños, formábamos, una larga hilera, junto a las catequistas, ellas nos inducían al recogimiento, a mantener silencio, dando la vuelta a la iglesia del Carmen.

En cada una de las columnas, se encontraba colgado, un crucifijo de madera en tono oscuro, con unos garabatos, que con el tiempo me enteré se llamaban números romanos. Creo recordar que en el cincuenta y tres fueron suplidos por imágenes que cada una de ellas llevaba el momento de la oración que representaba. Algo así como la descripción de los acontecimientos vividos antes de morir crucificado, nuestro buen Jesús.
Todos quietos, callados frente la cruz. La señorita Teresita Ñeces que vivía en la calle de san Juan y me quería mucho, por la fatal coincidencia al nacer, en que ambas no conocimos a nuestras respectivas madres. Con voz firme, leía... Primera estación. Condenan a muerte a Jesús. Una niña, que su padre se encontraba lejos de la isla, encerrado por un maldito acusón y por el contrabando, derramó varias lágrimas que como surcos rodaron sobre su carita de niña buena. Siempre pensé que aquel titular de... condenan a muerte a Jesús, la trasportó hasta la cárcel Modelo, donde cumplía condena. Se escuchó un murmullo y a continuación un sissss... correspondiendo a silencio.

Nos encontrábamos en semana Santa. Ello equivalía a sacrificio, debíamos ser obedientes y mantener la boca cerrada. Algo difícil, muy difícil para la prole. La penumbra del lugar, el tétrico aspecto de las capillas, con sus imágenes cubiertas por oscuros paños morados. Telas que no serian retiradas hasta la resurrección del Señor.

Junto a los confesionarios, largas colas de hombres y mujeres, que por lo menos una vez al año acudían a confesarse. Como justificante, una vez acabada la confesión, se le entregaba un papelito con su nombre registrado donde daba cuenta de la asistencia. A medida que se iba acercando el día de Gloria, más larga era la espera.

La semana de pasión, se cerraban los colegios. De tener suerte, el buen tiempo acompañaba las vacaciones escolares, permitiéndonos jugar por la calle. A pesar de la corta edad, sabíamos que no podíamos armar mucho alboroto. También las madres dejaban sus acostumbrados cantos a la hora de lavar, fregar, planchar, o haciendo la comida, las carteleras de los cines y los cuadros de las películas expuestos en el escaparate de casa Catchot, esquina Hannover con la plaza del Generalísimo y el mostrador de la lechería de la Ravaleta, ofrecía tristes escenas bíblicas, lo único que se dejaba exhibir.

Otro tanto sucedía, con las emisoras de radio, sus programas se limitaban a emitir la llamada música sacra.

Durante las siete semanas de cuaresma, se respetaba el viernes dejando de comer carne y sus derivados, en la de pasión, se respetaba el jueves y el viernes. Las amas de casa, siempre ingeniosas, servían otras alternativas. De hacer mal tiempo, el pescado brillaba por su ausencia, supliéndolo por bacalao, que se iba desalando. Los guisantes con huevos duros, y los postres tan característicos de estas fechas, arroz con leche, menjar blanc, crema con galletas marías. Todas ellas, recetas muy caseras, muy económicas, de fácil elaboración, a buen seguro, mucho más sabrosas que estas cosas que se encuentran a la venta, con precios carísimos.

La mañana del jueves, era excepcional. La parroquia de santa María, se llenaba al completo de feligreses. La mayoría de mujeres, de todas las edades, luciendo sus mejores galas y joyas, tocadas de peineta y preciosas mantillas. Sus acompañantes, me refiero a los varones, con traje oscuro, almidonados cuellos y puños de blancas camisas. La celebración de la última cena, siempre muy solemne con los cánticos de las mejores voces de aquel Mahón acompañados por los sones del monumental órgano.

En el presbiterio, sentados uno junto a otro la representación de los doce discípulos de Jesús. Casi siempre eran los mismos ancianos, que residían en la casa de la Misericordia de la plaza de San Francisco. Entre ellos, en Polaina, que todos recordamos cargado con el contrabajo, de un sitio a otro, bien camino al Teatro Principal, al Ateneo o a cualquier otro lugar que se celebrara algún concierto. Uno de los mejores buscadores de llosques, a pesar que en Fino, compañero de residencia, pasaba por ser un auténtico crac.

Aunque no venga al caso el comentario, no puedo dejar de citar a ambos como dos santos varones. Algunos de los que peinan canas, recordarán, que los entierros más tristes, eran los que provenían de gentes que vivían de caridad, en el Hospital Civil de nuestra ciudad. Eran tan pobres, que ni tan siquiera se les enterraba con la debida caja, la que disponían en aquella, llamémosle comunidad, servía para todos. Como muy bien dice el refrán, tanto tienes tanto vales y, por no tener, no disposaven de res. El carruaje fúnebre, se los llevaba sin un plumero, ni un distintivo que lo hiciera algo relevante, ni crespones, ni cintas, nada de nada. Incluso el cochero llevaba sa beca a cambio de los consabidos sombreros de alto copete. Un sacerdote, sin monaguillo, estos los monaguillos acudían según la expectativa de la propina, igualmente el clero. Todo estaba relacionado, a más dinero, más crespones, más plumas, más caballos, más cocheros, más sacerdotes y no digamos de monasillos, i anaven com abelles". La comitiva era magra. O bien en Polaina, o bien en Fino, escoltaban al finado.

Mi suegra, que en gloria esté, solía explicarme que otro de los que se unían a ellos era su padre, al cel cia, Miguel Pons Olives, nacido en el molino d'en Pons, que con los años la gente lo bautizó como Xoriguer . L'avi Miquel, que vivía en la tienda de comestibles en el Cós de Gracia, medianera con la iglesia de la Concepción, cuando veía pasar el entierro, se unía a el, acompañándolo hasta su última morada.

Continuando con el oficio del jueves, añadir que a la salida se visitaban las llamadas casas santas, donde las capillas o sagrarios, se habían decorado con profusión de flores blancas, palmas y ramos, alfombras y espectaculares manteles de altar, bordadas a mano. De haber acudido a la parroquia, el itinerario, era el siguiente. Religiosas Concepcionistas. Iglesia de San Francisco. San Antonio de la Raval. Capilla de San José. Capilla de la Virgen Milagrosa. Ayuda parroquia de la Concepción. Capilla de las Esclavas del Sagrado Corazón de María de la calle de San Fernando. Capilla de las religiosas de la calle de San Juan. Las hermanas Carmelitas de la calle de Santa Rosa y por último la parroquia del Carmen. Una bona volta.

Desearía continuar hablando de la procesión del Santo Entierro, y del inolvidable Sábado de Gloria, el repique producido por las campanas al vuelo de las iglesias, acompañadas de toda la chiquillería con sus tapadoras de cazuelas, y su pasacalle por la ciudad. Pero lo dejo para otra ocasión, en esta noche de Domingo de Pasión me quedaré sentada junto al fuego intentando rezar la segunda estación, en que dice... Jesús carga con la cruz: Fuera de la ciudad, al noroeste de Jerusalén, hay un pequeño collado, Gólgota se llama en arameo, "locus calvariae" en latín, lugar de las calaveras o Calvario.

Jesús se entrega inerme a la ejecución de la condena....