A la vuelta de un viaje profesional (no sé si a un congreso o a un circo, corren tiempos de confusión entre ciencia y mercadotecnia) por tierras ilicitanas y, tras comprobar con resignación que mi nuevo libro aún sigue en el limbo del "vuelva usted mañana", repaso la prensa menorquina y me encuentro con algunas noticias que merecerían ser incluidas en el Inventario de perplejidades, después de la resaca del exilio de Sebime a Palma: el brutal asalto a la casa de unas ancianas en pleno centro de Mahón y la despavorida huida del arquitecto que planeaba una vanguardista bodega en el alicaído campo menorquín (Torralbenc Vell, Alaior) "por las continuas trabas burocrático-institucionales".
Para olvidar penas (acrecentadas por el horrible partido de fútbol matinal en Bintaufa), nada mejor que aprovechar los tibios rayos de sol con una cañita en Cala Figuera, unas croquetas y algo de conversación. Nos encontramos con unos amigos madrileños náufragos de febrero en la reserva de la biosfera.
-¿Qué tal el fin de semana?
-¿Qué hacéis vosotros un sábado invernal por la tarde en Mahón? -nos contestan a la gallega.
-Hombre, veréis, entre la Liga inglesa, un poco de lectura y Ocimax, vamos tirando. ¿Y vosotros?- insistí con curiosidad suicida.
-¿Te refieres al cine? Quita, quita… Nos salimos de la sala a la media hora.
-No me digas que se os ocurrió ir a ver "La carretera".
-Pues sí, la ponían muy bien…
-No es la mejor idea para un sábado de febrero en el far west menorquín. Leí el libro hace un par de años y, tras la apocalíptica aventura de padre e hijo ( ¿por el Carrer Nou un sábado de tramontanada por la tarde?), me tuve que someter a una cura antidepresiva de caballo a base de Woody Allen, Chaplin, La vida de Brian, y la colección completa de Asterix y Obelix. Mala elección, amigos, para una tarde de genuino invierno menorquín.
-No tuvimos otra: bares y restaurantes cerrados y un frío de muerte en nuestro apartamento. Después de la fallida sesión de cine acabamos durmiendo en un hotel… también desolado.
La anécdota es ilustrativa de los tiempos que corren. Y es que el paisaje social ciudadano de nuestra isla, sólo faltaba la imagen de las ancianas golpeadas, es casi tan acongojante como el que describe Corman Mc Carthy en su novela. La clase política levita en un mundo virtual, en su propio show de Truman, las tiendas cerradas, bares y restaurantes en stand by, sin capacidad de prever ni prevenir ni mucho menos solucionar (el abecé del buen político, como el del médico sería curar cuando se pueda pero aliviar, siempre), y sin reflejos suficientes para agilizar / facilitar iniciativas emprendedoras, desenredando mallas burocráticas. La sociedad civil, antaño esplendorosa, deambula en la carretera, encapsulada en su burbuja de engañoso bienestar, dando tumbos hacia no sabe dónde, acechada por peligros insospechados en un hábitat hasta ahora alcanforado y seguro como el claustro materno.
El lunes por la mañana, apenas recuperado de los efectos colaterales del Villarato, la conspiración cósmica que trata de impedir que el Real Madrid lave la afrenta de las seis copas y los seis goles, voy a la frutería a por las últimas pomas de nadal y mi lado un cliente está hablando con la vendedora:
-¿Qué le debo por esta patata?
Joder con la crisis que era sólo desaceleración acelerada…
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