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Mocetón de veintipocos y ciento y pico centímetros de altura. Ojos marrones, a juego con el pelo y una timidez exasperante. Noventa y tantos kilos bien repartidos a ojo para un 46 de pie y manos grandes con las uñas mordidas. Barba de un par de días fruto de una pereza práctica y mal estudiante.

 Amigo de sus amigos, con nociones en esto del amor y nivel medio de práctica en lo que a la vida se refiere. Tiene idiomas, está seguro, pero no se acuerda dónde. Capacidad elevada para sumar dígitos sin utilizar los dedos más que para teclear en la calculadora y conocimiento elevado en el maravilloso mundo de la pasta italiana. Le gusta leer, pero no leerse, y hablar, sin llegar a escucharse. No está orgulloso de todo lo que ha hecho, pero está convencido de que lo volvería a hacer.

 Tiene carnet de conducir, de la biblioteca y del Club Super 3. Le gusta el rugby, la cerveza y la cerveza que se toma con sus compañeros después de un partido de rugby. Le apasiona viajar y le acongoja subirse a un avión. Se sabe todas las de Joaquín Sabina, aunque anda flojo en lo de saberse los días de la semana en inglés. Se tranquiliza yendo a pescar, aunque le pone más nervioso volver con las manos vacías, algo habitual. Y para más inri, no le gusta el pescado. Le cuesta mucho dormir, no suele hacerlo más de 6 horas seguidas, aunque es devoto de la siesta.

Le gusta cocinar, aunque detesta fregar los platos. Alguna vez soñó con ser futbolista, estaba destinado a ser pirata, del mar, no de los que se bajan cosas con el ordenador, y acabó peor que todo junto: Periodista. Aunque prefiere llamar a los profesionales 'periolistos', por lo que les cuesta reconocer que nos hemos equivocado. No sabe bailar y por el bien de la raza humana, mejor que ni lo intente. Y suele hacer reir a la gente, caer simpático, pero se le da tremendamente mal contar chistes. Por cierto, le pierden las regalices blancas.