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La guerra de Ucrania, que en febrero entrará en su tercer año, dio un vuelco el verano pasado cuando los soldados de Zelenski se adentraron en la provincia rusa de Kursk y se hicieron con una gran extensión de terreno. Este golpe de efecto fue todo un éxito -y un desastre sin precedentes para la inteligencia rusa- y en unos días los ucranianos tomaron posiciones defensivas en los territorios conquistados. Para Putin fue una gran humillación pública, pero el presidente no perdió los nervios y aprovechó la jugada de Zelenki para ir desgastándolo.

Cinco meses después, los invasores han perdido casi la mitad del territorio que controlaban y las tropas de Kiev están rodeadas por 50.000 rusos y una división de 12.000 norcoreanos. La importancia de mantener a toda costa Kursk radica en que Zelenski quería llegar a la    mesa de negociaciones con un as en la manga. Y esa carta era canjear Kursk por parte de los territorios anexionados ilegalmente por Rusia. Si Putin lo recupera priva a Kiev de su principal baza para un armisticio. En estas gélidas navidades el ejército bombardea sin piedad las instalaciones eléctricas ucranianas, para provocar que la población se quede sin calefacción y    temperaturas bajo cero. Es un castigo inhumano, que los organismos internacionales no deberían permitir, porque se ceba en la población civil.