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Cuando los homínidos empezaron a cubrir sus cuerpos para juntar piezas de pieles, se inventaron las agujas que solían ser de hueso luego, al descubrir los metales, las fabricaron de cobre, bronce y de hierro, mucho más tarde las harían de acero. Al fabricar telas necesitaron también otros accesorios como tijeras. Se cosía puntada a puntada a mano. Bordaban con bastidores grandes y pequeños y era un trabajo tanto de mujeres como de hombres. Recordad los cuentos «El satrecillo valiente» y «El sastre de Gloucester».

En el siglo XVIII se inventó una máquina para coser que se perfeccionó en el siglo XIX. Se trataba de una máquina de manubrio, con una mano daban vueltas a una rueda que movía la aguja, la tela se sujetaba con la otra mano. Luego se inventó la máquina de pedales que dejaba libre las dos manos. En Mahón, en la calle Nueva, existía la Casa Singer que proveía de máquinas y las reparaba, también dotaba de agujas. Casi todas las casas tenían una máquina de coser y había talleres que enseñaban a coser a las niñas, uno de ellos en la plaza Colón, también se les enseñaba en las escuelas distintos puntos, como pespunte, hilván, punto atrás; de cadeneta, festón, etc., con bastidores. La ropa duraba muchos años y pasaba de unas hermanas/os a otras/os Luego se inventó la máquina de coser eléctrica y, por otro lado, la ropa suele venir confeccionada, ya hecha desde Asia, ropa de usar y tirar y ya no se enseña a coser.

Existe una máquina de coser de manubrio del siglo XIX; bastidores, accesorios y un dechado o muestrario de puntos, todo ello piezas de museo que antes de que se tiren o usen como hierro y trapos he querido dejar constancia de ellos.