TW

Desde pequeño en ocasiones tenía unos mareos que me hacían recluirme en mi mismo y hasta que no se me pasaba me quedaba sentado en cuclillas.

En casa pasó desapercibido. Fue hasta los seis o siete años que ya tenía cierto criterio, que pensé que eso no era normal y se lo expliqué como supe a mi madre. Me llevó al médico y él me preguntó qué me pasaba y yo le dije que tenía mareos y ya está, un niño no puede explicar sensaciones complejas de otra manera. Ahí quedó la cosa.

Crecí y seguí conviviendo con el mareo. A los 15 años volví a tratar el tema, ahora con un especialista y me dijo que tenía ansiedad. Y así seguí con mis mareos ocasionales, hasta que un buen día, a los 30 años me dio un mareo pero en esta ocasión perdí el conocimiento, estaba acompañado y llamaron a una ambulancia. Pues resulta que tenía epilepsia. Tuve unas cuantas pérdidas de conocimiento más, hasta que dieron con el remedio.

Una de las cosas más complejas es explicar al doctor o doctora qué es lo que te ocurre en una crisis epiléptica y mucho más si eres un niño.

Aquí hago un trabajo de introspección para intentar explicar lo que siento ante una crisis.

El inicio puede ser diferente, sensación de calor, sensación de frío, ansiedad, pero siempre se repite esa opresión en el pecho y esa chispa que se activa en el centro del cerebro que me avisa que la epilepsia está en camino.

Después una especie de nebulosa se extiende por el cerebro, sumiéndolo en una especie de letargo y debilitando el resto del cuerpo. Imaginemos un escape de gas que empieza en el cerebro y se extiende por todo el cuerpo, un gas tóxico que lo intoxica todo.

El corazón se acelera, siento como se intensifican todos los sentidos, vivo como en otra realidad y ¡boom! una explosión de sensaciones estalla en mi cerebro. Me hace tambalear y un intenso escalofrío recorre todo mi cuerpo. Me quedo aturdido, con un extraño sentimiento de melancolía. Mi cuerpo queda exhausto, agotado, el corazón a mil y los brazos y manos temblando. Después poco a poco se va diluyendo esa sensación de pesadez, de aturdimiento y de «mareo con sentimientos», y poco a poco mi cuerpo va recuperando energía. Estoy unas horas como con resaca.

Antes de que me tratase la doctora en neurología Lucía Argandoña y me hiciera un buen diagnóstico y me tratara con la medicación adecuada, yo perdía el conocimiento y tenía convulsiones. Por eso mi mayor gratitud. Ahora tan solo a veces tengo ese «mareo con sentimientos».