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Ese es el título que dio Pedro J. Bosch a su artículo de opinión publicado en el diario «El País» hace unos días, y eso es lo que le pide al nuevo gobierno del Partido Popular.

ÇAcusa a España de no afrontar políticamente el «desafío secesionista» de Cataluña, en cursiva sin duda porque lo de las urnas de cartón piedra y las desobediencias al Tribunal Constitucional, son de buen rollo y simplemente un modo pintoresco de pedir algo tan legítimo e indiscutible como que se les distinga singularmente respecto del resto de íberos por constituir ellos la excelencia del hombre conejero que habita la Península y alrededores. Prosigue su llamada de socorro a Soraya y Mariano (las damas primero) reprochando a los españoles, eufemismo para él de gentes del PP, que tengan por indiscutibles dos cosas: la existencia de Dios y la unidad de España. En cuanto a la primera, deja de lado, además de a la caverna pepera, a 2.000 millones de cristianos, 1.200 de musulmanes y 15 millones de judíos, sin contar a los seguidores de Zoroastro, que alguno seguirá quedando. Respecto de la segunda verdad inmutable, la unidad de España, con el bien entendido de que también la incluye en el terreno de la metafísica, lo que me gustaría es conocer los términos del debate que mendicantemente pide, en lo que me recuerda mucho a las monsergas que sobre el federalismo predicaba, y va a predicar ahora en su seiscientos, on the road, Pedro Sánchez. Éste, por cierto, sin tener ni pajolera idea de que de lo que está hablando es de confederalismo. El siguiente reproche se hace a la extrema derecha que, según se infiere del escrito de Bosch, cobija sin vergüenza en su seno el PP, a quien acusa de anticatalanista primaria y de hacer uso del terrorismo por réditos electorales. Del contenido global del artículo no parece que considere a esa cuota extrema del PP precisamente como residual, pues la hace responsable del atrincheramiento que en la etapa de Zapatero (el de abobinable, ¿recuerdan?) lastró la posibilidad de que se hablara «sin tabúes».

Y ahora, qué. Pues ahora, lo que creo entender del articulista es que, a pesar de que vuelva a haber un repugnante gobierno de centro-extrema derecha, y no el que hubiera colmado la posibilidad de dialogar, el de Sánchez-Rivera, es preciso sentarse a hablar. Hablar sin tabúes, haciendo, dice, «de la necesidad virtud» (lo que son las modas, esta frase la he escuchado a políticos y leído en artículos de opinión un par de docenas de veces en los últimos dos meses…¡que alguien reclame derechos de autor!), y poniéndose a «hacer política de verdad». O sea, que todo lo hecho desde la transición hasta ahora, con la ejemplar excepción de Zapatero –gracias a él y a su magistrado preferido, Pascual Sala, los etarras se volvieron a sentar en Parlamentos y consistorios-, no es política. A esa política de verdad, Bosch le pone hasta nombre: teoría del mal menor. Imagino que hace el mismo cálculo que coleta morada: yo, ufano, sabedor de que el resultado del referéndum será de No a la ruptura, sacio al pueblo con el derecho a que voten. Eso sí, con una pregunta clara, pues de los discursos del President, Junqueras y Forcadell no se acaba de comprender a qué se refieren cuando ladran ante la gente «Inde-pen-den- ciàaaaa». De este modo, quedo como un auténtico demócrata y no como un borde y siempre malhumorado agente del PP que pone pegas a todo, pero a la vez y de manera magistral, contengo «el llamado desafío secesionista». Supongo que el mismo cálculo que hizo el iluminado Cameron con el brexit.

Creo que lo que reclama Pedro J. al repugnante gobierno de Rajoy, aupado con solo 8 millones de votantes despistados que pasaban por ahí (Rajoy dixit), es recuperar el arma secreta que creó el inolvidable ZP: el talante.