Parece que llega al final de este triste reality show que estamos oyendo y visionando, a través del centelleante marco de las nuevas tecnologías. El presidente griego Tsipras quiere conocer la opinión del pueblo, a través de un referéndum. El pueblo deberá decidir si acepta las condiciones de los acreedores (UE y FMI) o las rechaza. Deberá dictaminar, si quieren ser un pueblo «muy pobre pero orgulloso» o un pueblo «pobre pero sin dignidad»; en cualquiera de los dos casos el futuro que se le presenta es trágico.
Nadie duda de los excesos y estafas que se han producido en la economía griega: la corrupción, un sector público sobredimensionado, la evasión fiscal de las grandes fortunas, la malversación, el fraude en las pensiones, un cúmulo de amaños y despropósitos que les ha conducido a su calamitosa situación actual. El sanar esta aglomeración de hábitos mafiosos requiere mano dura, mucha perseverancia y control en su vigilancia, pero también visionar o percibir las posibilidades de éxito en la penosa travesía que tendrán que efectuar.
Lo más triste de todo lo antes comentado es la sensación de que, sea cual sea su decisión, después tendrán que esperar el veredicto de los poderosos, igual que en un circo romano, deberán esperar la magnánima decisión, de la César Merkel o la Emperatriz Lagarde, que levanten (les den crédito) o bajen (les denieguen el crédito) el pulgar.