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Estoy muy sorprendido por la noticia que leí en el Diario MENORCA el 28 de julio sobre la próxima construcción de tres escaleras mecánicas, en paralelo a la famosa escalera del Parc Rochina, para, según dicen, «absorber» mejor el flujo diario de turistas y permitirles a ellos y también a los ancianos llegar con facilidad a la parte alta de Maó.

Permítanme decirles, desde mi experiencia como crucerista, que lo primero que se ve desde el mar es la cuesta de Ses Voltes que, con sus curvas sinuosas y acogedoras, se presenta como una invitación para subir y alcanzar las calles altas de la ciudad. Sin duda alguna, un paisaje y un patrimonio con un encanto único del que se conserva la primera impresión durante mucho tiempo.

Con la instalación de estas escaleras mecánicas, que tendrán un coste de 856.385 euros, esta antigua fortaleza, corazón de la ciudad, corre el riesgo de perder una parte importante de su identidad que, al fin y al cabo, es su gran atractivo. De llevarla a cabo, la sra. Águeda Reynés, contribuirá a desfigurar parte del patrimonio de la bella ciudad de la que es alcaldesa.

Apreciada señora, no sé si es consciente del placer que supone, después de navegar durante unos días, poder pasear a la sombra de las palmeras y otros árboles y observar la arquitectura de los bellos edificios que rodean Ses Voltes para llegar hasta las calles del centro de Maó... Si los turistas vienen a Menorca es porque esta Isla ha sabido conservar una identidad propia que, como ya debe saber, reside en su belleza natural y también en su patrimonio cultural y arquitectónico. ¿Por qué estropear un paisaje tan perfecto?

Para complementar esas tres escaleras mecánicas, el Ayuntamiento que gobierna ha decidido, generosamente (léase la ironía en toda su amplitud), instalar un ascensor complementario. Me imagino en invierno, bajo el viento glacial, a los cruceristas y a los ancianos de Maó pelearse por subir a la ciudad por las escaleras... Y eso sin tener en cuenta la fortuna que costará tanto su realización y montaje como su mantenimiento, ya que estas escaleras estarán expuestas a las inclemencias meteorológicas, a la erosión de la sal, etc.

Y digo todo esto después de haber hablado con personas mayores para las que, en efecto, llegar a la parte alta de la ciudad podría resultar difícil. De las conversaciones mantenidas concluyo que, como yo, ni entienden ni comparten la iniciativa. De hecho, algunos me han planteado otras opciones como, por ejemplo, habilitar un servicio gratuito de lanzadera, incluso un ascensor.

¡Mahón, gracias a Dios, no es Nueva York! Entonces, ¿como podemos pensar que estas costosas escaleras puedan ser la llave del futuro entre el puerto y la ciudad? Esa misma idea es la que planteaba el arquitecto Claret cuando proyectó este espacio para abrir el puerto a la ciudad y a la inversa. ¿No estamos, pues, ante un problema de imaginación?