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Como todos, impactada por las imágenes que nos llegan estos días de los niños muertos o heridos de Gaza, he querido publicar una foto de un niño disfrutando del verano. Porque a ningún niño, ninguno, deberían haberle robado el verano. Ningún niño en Gaza tenía que haberse quedado sin verano, víctima de este conflicto de sangre para generar más sangre.

La otra opción era compartir imágenes de niños con caras inocentes invadidas por la angustia que crea el impacto del dolor y la muerte repentinos; imágenes de la carne herida en cuerpos tan pequeños, en vidas con las que se ha acabado de una forma tan brutal, tan injusta, tan inhumana. ¡Pobres las madres de estos niños de Gaza!

Me apetecía mostrar esta foto, y destacar la más pura inocencia infantil, que es la que tiene este niño, como cualquier niño del mundo, en cualquier parte del mundo. Tanta inocencia metida para nada en esta guerra. Para engendrar más odio, ya desde la infancia.

Por eso, más que compartir fotografías del conflicto y repetir noticias que otros ya han dado, he preferido dedicar espacio a hablar de la responsabilidad que tengo en mi pequeño espacio como madre, en la que, afortunadamente, sí hay margen para cambiar un poco, una pizca, las cosas.

Como madre, tengo la obligación de enseñar a mis hijos a que un niño aquí vale igual que en cualquier otro sitio del planeta. Que una vida es una vida aquí y en cualquier parte del mundo. La responsabilidad de hacer personas sensibles con los problemas de los demás, empezando por la gente que tienen al lado. Capaces de entender o ponerse, si cabe, en la piel del bando contrario.

Niños que no se crean con el derecho siempre a ganar. Que acaben entendiendo de mayores que las cosas nunca son ni tan blanco ni tan negro. Creo, sinceramente, en la obligación de darles las herramientas que les permitan analizar de mayores con sentimiento y desde la humildad las distintas posturas. Y saber tomar distancia de la que en teoría es la suya.

Intentar que no tomen demasiado partido desde la niñez en política o a no inculcarles ismos. No todavía. No lo entienden ni son capaces de entender nada en política. A los niños no les pertenece ningún conflicto. Como no les pertenece ninguna guerra. No tendría que pertenecerles ninguna guerra.

Niños que entiendan que el equipo de fútbol contrario tiene el mismo derecho a ganar… Tantas obviedades se nos escapan en lo cotidiano. Y que creo que son muy necesarias para hacer gente capaz de inventar otro mundo. Aunque suene a utopía. Y porque reconforta saber que en esta pequeña parcela, que es mi casa, puedo intentar educar a mis hijos de la forma que creo que es mejor para ellos y para el mundo. Aunque no siempre lo consiga, ni mucho menos.