Dos turistas pasean por las callejuelas de Ciutadella cuando al iniciar la calle Santa Clara les llama la atención la modesta iglesia de Sant Josep reconvertida en sala de exposiciones. Dentro hay una obra atractiva por su colorido y luminosidad que llena todo el fondo de la sala. Una obra impresionante de 6 por 6 metros retroiluminada como si fuera una vidriera, gótica y moderna al mismo tiempo. La pareja de turistas se queda extasiada delante de la obra. Esa es la palabra: extasiada, atrapados por una emoción superior que despierta su interés y entran. Hay una música de fondo, envolvente, que activa una atmósfera emocional. La obra representa el Jardín de las Delicias del Bosco en una versión contemporánea, del siglo XXI. Para crearla se ha utilizado una tecnología ultramoderna: lienzo de látex, luces led, imágenes generadas por microscopios médicos de alta definición, edición digital y un concepto que nos habla de la vida, la muerte y el desarrollo humano, con sus vicios y virtudes.
La artista que ha creado esta pieza maravillosa es Ana Rierola, una catalana vinculada a Menorca. Ella lleva años preparando cuidadosamente esta pieza que consta de tres obras: un video y dos murales gigantescos inspirados en el tríptico del Jardín de las Delicias. Le cautivó la parte posterior del retablo flamenco, que representa la Tierra dentro de una esfera, símbolo de la fragilidad del universo, donde ella sintió esa conexión entre la tierra, el cielo y todo lo creado, las mismas conexiones cósmicas que se encuentran también a nivel celular. Luego, con un empeño visionario se dedicó a buscar en institutos médicos y biológicos imágenes microscópicas de células y de formaciones orgánicas para construir a partir de ellas su obra. Todo está interconectado.
Ana Rierola ha presentado su gran obra en dos exposiciones, ya que cada lienzo ocupa toda la pared del fondo de la sala Sant Josep. La primera exposición (2023) estaba dedicada al «Paraíso» y representa una metáfora de la vida; mientras que la segunda (2024) se llama «El infierno» y presenta la enfermedad y la muerte. Una dominada por los colores verdes y azueles y la otra por rojos y amarillos.
Las paredes de la antigua iglesia están pintadas de negro y la única iluminación proviene de la obra de arte al fondo. Solo hay cuatro sillas para quien quiera contemplar la obra desde una distancia. Desde la calle solo se ven aquellos colores luminosos que nos atraen llenos de misterio y promesas de belleza. Solo al entrar y acercarte, con el recogimiento que producen las iglesias de techos altísimos, descubres sus formas orgánicas que recuerdan plantas, como los nenúfares de Monet en la primera, y volcanes de lava en el Infierno en la segunda.
En un primer momento, todavía sobrecogidos, nos cuesta entender el sentido de la obra. El espectador actual ya está acostumbrado a que las formas y colores del arte contemporáneo no quieran «decir nada»; pero en estas obras de Rierola intuimos que existe una intención. Nos maravillan las formas de los organismos y sus colores, mostrando la riqueza y diversidad de la vida. Y de la enfermedad. Entonces, frente a la curiosidad y desconcierto que genera, Ana Rierola acude al rescate y nos ofrece información sobre el origen de las imágenes, desde las de las células madre hasta los virus de la covid (puedes leer más información sobre las piezas en los magníficos reportajes de Rubén P. Atienza «Ana Rierola, una metáfora de la vida» (06/07/23) y «El infierno de imágenes científicas» (03/09/24) en Menorca.info).
Pero lo que me gustaría destacar es la reacción del público ante estas obras. De esa pareja de turistas que no esperan ese impacto emocional que produce el arte, como un golpe en el pecho. Esas miradas recorriendo y escrutando cada elemento presente con respeto y admiración, esos cuchicheos curiosos tanteando respuestas a lo que ven, sus pasos lentos acercándose o alejándose de la obra, sin darle la espalda, hechizados por la mística que desprende esta obra de arte. También me gustaría destacar la devoción de la artista, Ana Rierola, dando personal y apasionadamente cuantas explicaciones precisen para no solo sentirla, también para comprenderla. Porque todo ese esfuerzo de años ha de servir para comprender un poco mejor, desde el lenguaje del arte, las conexiones del mundo en que vivimos; unas conexiones que, en equilibrio, generan vida y belleza; mientras que un desarrollo descontrolado es un cáncer que mata.
La obra de Ana Rierola es maravillosa, un portento artístico contemporáneo; es un lujo poder tenerla y haberla disfrutado en un espacio como la Sala Sant Josep, que tanto le aporta con su espacio elevado y que tanto enamora. Desearía con todas mis fuerzas que el Ajuntament de Ciutadella o el Consell insular adquiriesen el tríptico para que se pudiera contemplar de forma permanente, vincular esta obra poderosa a Menorca y a la Reserva de Biosfera. Un auténtico monumento artístico y científico, arte y ciencia al servicio de la vida, que no deberían dejar pasar.
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