En 1874 Monet pintó un cuadro, «Impresión, sol naciente», de una ejecución descuidada, con pinceladas urgentes para capturar la inmediatez de la experiencia de aquella sensación visual. El Impresionismo rompía con las reglas y las técnicas de la pintura académica y abrió la puerta a otros valores artísticos y expresivos. Por allí entró el Cubismo, el Expresionismo, la Abstracción y todas las vanguardias.
Cuarenta años más tarde, en 1910, los críticos que antes habían ridiculizado al Impresionismo ahora aplaudían con las orejas las obras más innovadoras. Ese año se presentó a un certamen de París un atrevido cuadro de un tal Boronali, «El sol se durmió sobre el Adriático». La crítica vio en él «un acto de furor innato, un prodigio de arte expresionista». Un paisano, convencido, llegó a pagar 400 francos por él. Poco después, el escritor Roland Dorgelés confesó que todo era una broma, que él y unos amigos habían atado pinceles a la cola de un burro, le situaron un lienzo detrás y le estimularon con una zanahoria para que moviera el rabo. Todo ante un notario y documentado con fotografías. París y todo el mundo se partieron de risa, poniendo en ridículo a expertos, a artistas extravagantes sin fundamento y al pobre comprador.
Se utilizó a un animal para poner en evidencia la facilidad de engañar haciendo pasar unas pinceladas de color por arte. ¿Podría considerarse arte animal? ¿Pueden crear arte los animales? ¿Para qué necesitarían hacerlo?
Un siglo más tarde, en 2011, se realizó un experimento científico para comprobar el sentido artístico en elefantes del zoo de Melbourne, Australia. Los investigadores facilitaron pinceles, pinturas y lienzos. Los elefantes con su trompa siguieron las indicaciones de sus instructores y llegaron a pintar algo parecido a flores. Pero descubrieron que la pintura no reducía el estrés de los elefantes en cautividad, ni disminuían los comportamientos anormales o repetitivos; así, llegaron a la conclusión científica de que «el arte no incrementa el bienestar de los elefantes». Actualmente, muchos elefantes en Tailandia pintan cuadros para los turistas por 20 dólares, para beneficio del zoológico, pero no todo lo que se vende como arte lo es. Los animalistas se quejan de que son habilidades forzadas impropias de su especie; pero pintar ha sido una salida para cientos de elefantes en el paro desde que se les prohibió trabajar en la tala de árboles.
Los elefantes no respondían al estímulo de poner colores sobre un lienzo, solo obedecían órdenes. Pero un chimpancé sí tenía este espíritu artístico. Se llamaba Congo y fue famoso en 1956 a raíz de salir en la televisión pintando. Era un experimento del zoólogo y artista Desmond Morris (muy conocido por ser el autor, entre otros, de «El mono desnudo» donde analiza las conductas de nuestra especie como si fuera un primate más). Un día Desmond Morris decidió darle lápiz y papel a Congo. El mono empezó haciendo una raya. Paró, se la miró, y luego fue haciendo más y más rayas. Con un cierto criterio de ir llenando todo el papel. Entonces Desmond le cambió el lápiz por pinceles y colores. Pronto aprendió la técnica de ir mojando el pincel en distintos colores con una cierta intención compositiva. Nunca pintó imágenes identificables. El estilo de Congo fue descrito como «expresionismo lírico abstracto». Congo parecía tener un propósito en sus pinturas, a veces optaba por colores suaves y otras por fuertes pinceladas trazando diagonales. Si le quitaban los pinceles antes de que él sintiera que había acabado, se quejaba hasta que se los devolvían. Si había terminado su pintura, se negaba a seguir pintando, incluso cuando Morris lo animaba. Él decidía. Congo llegó a hacer más de 400 obras. En 1957 Morris comisarió una exposición de pinturas realizadas por chimpancés en el Instituto de Artes Contemporáneas de Londres. Con mucho éxito. Entre los compradores de obras de Congo se encontraba el mismísimo Picasso, que defendió que los trabajos de Congo tenían tanto arte como algunos expresionistas abstractos. Picasso siempre fue crítico con aquella corriente de grandes manchas de color, tachaduras y brochazos que dominaba el arte en aquellos años. El pintor Edward Hopper, figurativo, manifestó: «La expresión del interior poco tiene que ver con la combinación de colores de forma tan vehemente». Es decir, por unas obras que también pueden hacer los animales. Según la Real Academia de la Lengua, «Arte es una actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros». Por lo tanto, toda actividad no humana queda excluida del arte.
Pero hay muchos animales que sí que hacen, creo, maravillosas obras de arte. Entre ellas se lleva la palma el pájaro pergolero. El macho de esta especie ha de conquistar a la hembra presentándole una «pérgola» lo más hermosa y bien construida que sepa. Recoge flores, plumas y otros objetos de colores, los combina, los engarza por las paredes ante la mirada crítica de la hembra. Si no le convence, va haciendo decoraciones cada vez más elaboradas y barrocas. Ahí hay una idea de estética, una búsqueda de materiales, una habilidad técnica y una intención (libidinosa, es cierto, pero cuántas obras de arte no se han hecho para conquistar a alguien…). Y un espíritu crítico por parte de la hembra… Existe otro arte no humano. Porque no quería referirme solo al realizado por animales. Me interesa también reflexionar sobre el arte realizado por máquinas y, en concreto, por la irrupción de la Inteligencia Artificial. Pero eso es tema amplio para otro artículo.