“Qué distinto se ve el siglo XXI desde el siglo XX” dice la narradora cuando empieza a evocar sus correrías juveniles tras recibir un inquietante correo de la madre de Carla, la que fue su mejor amiga. Un mensaje que desata sus recuerdos y la transporta a otros tiempos en que la felicidad se medía en unidades de extravagancia.
Veinticinco años después se ve exigida a responder a la pregunta de qué llevaba Carla en los bolsillos el día que la atropelló un tren. La fuerzan pues a hurgar en una herida que creía cicatrizada y a descubrir que hay dolores que nunca terminan por cerrarse.
Interrogarse sobre su pasado le lleva además a cuestionar el vacío de su presente y su vida como cantante verbenera yendo de pueblo en pueblo interpretando canciones que detesta.
El recuerdo de cuando no tenía edad, es decir entre trece o catorce años, y andaba con su amiga por las discotecas buscando experiencias que las convirtieran en mayores, ese recuerdo, es más poderoso que su realidad actual. Eran tiempos, piensa, en que el mundo era mucho más sencillo, “se dividía en pijos, en rockers, en mods, en punks”.
La narración, con tintes autobiográficos como ha confesado Blasco, se mueve en dos planos. Uno es el presente espiritualmente vacío que transcurre por los pueblos de la España vaciada y el otro es el pasado punteado por la oscuridad de la noche valenciana, rebosante de música y baile, antes de perderse en la uniformidad de la Ruta del Bakalao.
Dicen que un alambre retorcido tenderá a volver a adoptar esa forma combada y, según la narradora, “la adolescencia es como ese momento en que se tuerce el alambre”. Insiste ella en esa idea de que la salida de la infancia no es ese tiempo feliz que nos vende la publicidad y remarca que “es un tumor propio creciendo en la carne extraña, y un absurdo plan en la cabeza”.
Pese a todo, las ganas desbordantes de vivir están allí y “La memoria del alambre” cuenta las locuras de las dos amigas, dos chicas un poco marginales, en busca de amistad, sexo, drogas, alcohol y la huida de la mediocridad de sus respectivas familias y del aparente sin sentido del mundo de los mayores
A veces el pasado está lleno de monstruos y en esa apasionante aventura de las protagonistas de “La memoria del alambre” encontramos los mordiscos de las fieras que se disfrazan de personas para devorar la inocencia. Encontramos también el sentido y el color de la buena literatura.
La Memoria del alambre
Bárbara Blasco
Tusquets Editores
187 páginas
Sin comentarios
Para comentar es necesario estar registrado en Menorca - Es diari
De momento no hay comentarios.