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Tras casi 120 años recibiendo a todos los niños y niñas de la Isla, la juguetería Pikabú, nombre con el que Isabel González Deyá (Maó, 1962) rebautizó a la mítica Juguetes Cardona, cierra sus puertas de manera definitiva. Lo hará a finales del próximo mes de octubre, una vez llegue Halloween, y gracias a la ayuda de sus hijos, quienes se han ofrecido para dar un último servicio a la tienda que les ha visto crecer tanto a ellos como a su madre. La fibromialgia, una enfermedad que produce fatiga extrema, la obliga a despedirse de una profesión que le encanta.

En enero de 1905, el bisabuelo de Isabel, Manolo Cardona, y su mujer Juana Carreras, fueron los encargados de poner los primeros cimientos de la juguetería. Todo surge a partir del taller de costura de hasta once máquinas de coser que tenía el matrimonio en esta esquina de la cuesta Hannover, frente a la pastelería Can Vallés. Eso en la parte superior del edificio. En la planta baja empezarían a venderse juguetes de la época, bolsos, bicicletas... «La tienda es muy pequeñita, pero había un batiburrillo de cosas que la gente de aquella época iba necesitando. Con el paso de los años se ha ido adaptando a lo que es hoy y ya veremos qué será mañana», revela Isabel.

Su madre y su abuela, juntas.

Negocio familiar

El mando de la juguetería recayó sobre el abuelo de Isabel, Salvador Deyá, y su mujer Nieves Cardona, hija del matrimonio anterior. Después asumiría la dirección su madre, María Mercedes Deyá Cardona, quien recibió un reconocimiento por parte del actual rey Felipe VI al cumplir el centenario. Posteriormente, su hermano, Miguel González, cogería el relevo y finalmente, en 2014, llegaría el turno para la propia Isabel. Cabe recordar que ya había estado trabajando en la tienda durante 23 años en una primera etapa.

Su madre con Felipe VI.

Cuando tan solo tenía 9 años, Isabel ya se encargaba del decorado del escaparate, poniendo en práctica unas excelentes habilidades creativas que también demostraba en el envoltorio de los regalos o en la confección de disfraces de carnaval. Esto último es algo en lo que se especializaría a los 18 años, enseñando incluso sus vestimentas en varias pasarelas. «En esa época solo se vendían disfraces para niños y niñas, no existían disfraces para bebés o adultos», recuerda. Sin embargo, los tiempos han cambiado, por lo que «ya no sale a cuenta» invertir el tiempo y dinero de antaño en la confección de los disfraces debido a la llegada en masa de los disfraces fabricados en el sudeste asiático.

Durante estos dos últimos años, Isabel reconoce que la relación entre la tienda y ella ha sido «muy mala» a causa de la fibromialgia —fue diagnosticada con 60 años—. «De los siete días de la semana, cuatro o cinco los pasaba y sigo pasando en cama. Hacía lo imposible por abrir los viernes y los sábados, que son los días más fuertes, pero el sábado por la tarde ya me metía en cama y no podía. El domingo intentaba hacer algo y fatal», explica.

Ella, una enamorada de los decorados de Navidad en su escaparate, se quedó sin ganas ni fuerzas de prepararlo el año pasado. De esta manera, su doctor le acabó dando la baja el pasado mes de junio al no mejorar su estado de salud. Desde esta semana, sus hijos se están encargando de cubrir la liquidación de los LEGO, Playmobil y muñecas artesanales, entre otros juguetes, a la espera de ser disfrutados por muchos niños y niñas.

El apunte

Un ‘thriller’ a punto para diciembre y con el deseo de volver a Filipinas

Con la jubilación ya encarada, ahora Isabel podrá dedicarse por completo a la escritura, siempre y cuando la fibromialgia se lo permita. Tras el éxito de su novela «Las grietas del alma», ella misma adelanta que en diciembre saldrá publicado un nuevo thriller, del que no puede adelantar «nada». Y tras haber descubierto Filipinas con su hija, admite que le encantaría volver para disfrutar de la tranquilidad de sus playas paradisíacas, algo que alivia y mucho su fatiga.