«No ha sido un viaje, ha sido una aventura», explica Oriol Humet, exdirector general del Menorca Bàsquet, residente en Maó, tras pasar 16 días en el Perú más convulso. Ha convivido, junto a un grupo de 12 españoles, en pleno estado de emergencia declarado por la presidenta Diana Boluarte hace apenas dos semanas, con las revueltas de quienes piden la liberación del expresidente Pedro Castillo y la inmediata convocatoria de elecciones. Por el momento los disturbios ya han provocado 26 muertos.
Viajero frecuente y habitual de destinos exóticos, había elegido en esta ocasión el país andino, para alcanzar la célebre ciudadela del Machu Picchu, tras cinco días de senderismo. Posteriormente debía desplazarse a Cuzco y emprender la segunda parte del viaje por otra parte del hermoso país andino. Fue tras el descenso cuando topó con la realidad de una nación acostumbrada a las reyertas «aunque lo que decían los lugareños es que no recordaban otras tan graves como estas».
Vías saboteadas con rocas y troncos
Oriol Humet relata que hasta la llegada a Aguas Calientes, al final del descenso del Machu Picchu, «el plan era regresar en tren por la tarde hasta Ollantaytambo, y desde allí a la ciudad de Cuzco, pero las vías estaban saboteadas con rocas y troncos por lo que el tren, que es el único medio de transporte para llegar y salir de allí, había dejado de funcionar». De acuerdo con los guías tras un día de espera «nos dijeron que la situación empeoraba en el país por lo que no se podía prever cuándo volvería a funcionar el tren, por lo que nos plantearon caminar 30 kilómetros por las vías hasta la primera carretera y buscar otro transporte allí». Salieron a las 3 de la mañana y llegaron a ese primer destino «civilizado» sobre las 2 del mediodía, sin que para entonces hubieran contado con ningún apoyo de la embajada española, que al día siguiente sí comunicaría con ellos «para decirnos que nos fuéramos de Aguas Calientes porque podía haber problemas de abastecimiento».
Ya en la carretera los guías consiguieron un minibús pero apenas unos kilómetros después «antes de llegar a un pueblo, el chófer dijo que nos bajáramos porque no nos dejaban atravesarlo debido a los piquetes y las barricadas, fue el momento más tenso». El grupo pudo pasar caminando por el pueblo con sus equipajes gracias a la negociación de los guías con los manifestantes. Posteriormente tiraron de contactos personales para conseguir dos furgonetas que trasladaron al grupo hasta otro pueblo, «y desde allí pudieron contratar un autobús que nos llevó, por fin, hasta Cuzco circulando por carreteras secundarias para evitar los disturbios porque no querían que la gente se moviese».
En Cuzco y con toque de queda
Con el retraso acumulado el grupo perdió las conexiones previstas, al tiempo que quedó inmovilizado en la ciudad que fue la capital del imperio Inca. El aeropuerto estaba cerrado por lo que tampoco pudieron viajar a Lima, como tenían previsto, para la segunda parte del viaje en la que debían visitar el desierto y Paracas, entre otros lugares.
«Tuvimos que quedarnos en Cuzco hasta el sábado, cuando reabrieron el aeropuerto cuyos accesos gestionaban los militares», explica Oriol. Mientras tanto «pasamos los días en la ciudad, pero a las 8 de la tarde teníamos que regresar al hotel tras comprar algo de comida porque había toque de queda».
En el entorno urbano topaban con manifestaciones pero Oriol Humet no llegó a sentir temor especial «los hubo que sí lo tuvieron pero yo no vi situaciones especialmente peligrosas, y además están muy preparados para cerrar la tienda o el bar en un par de minutos en cuanto suena una alarma y volver a abrirla cuando pasan los manifestantes», resume.
Adelantaron el regreso a España
Los organizadores del viaje consiguieron los billetes para viajar a Lima el sábado, y tras comprar un nuevo billete, Oriol pudo emprender viaje a Madrid el domingo para llegar a Madrid al día siguiente. «Otros se quedaron dos días más pero yo ya no tenía nada más que hacer allí si no nos podíamos mover».
Lamenta no haber podido completar todas las excursiones previstas en un país digno de visitar, espera que el seguro contratado le compense al tratarse de un estado de emergencia, y le queda para el recuerdo, especialmente, la subida a Machu Picchu por la experiencia que supone «pese al cansancio supremo que provoca la altura».
El apunte
«Una parte del país no sabe lo que vota ni lo que protesta»
El peruano sabe que vive en un país inestable que se muestra diferenciado por la formación que hay en el norte y en el sur. «Una parte del país no sabe lo que vota ni lo que protesta, nos explicaron los guías», señala Oriol Humet. Ahora la nación vive un pulso entre quienes quieren que liberen a Castillo y quienes piden las elecciones, «aunque el expresidente se rodeó de corruptos y él mismo cayó en la corrupción y ha gestionado fatal el país», indica. La gente del campo «es de izquierdas», pero los del norte y los empresarios, donde no ha pasado prácticamente nada, «están en su contra; es difícil saber cómo acabará pero están habituados a la inestabilidad».
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