El obispo de Menorca, Francesc Conesa, y el nuncio Bernardito Auza, este sábado en el patio de Cal Bisbe | J.P.F.

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El nuncio apostólico en España, Bernardito Auza, que el próximo 10 de junio cumple 62 años, nació en una isla de Filipinas. Visita por primera vez la Diócesis de Menorca. Ha ejercido como nuncio en Haití (2008-2014), observador permanente de la Santa sede ante la Organización de las Naciones Unidas (2014-2019)​ y ante la Organización de Estados Americanos (2014-2019). En octubre de 2019 fue nombrado nuncio en España y el Principado de Andorra por el papa Francisco.

¿Qué le ha llamado la atención de Menorca?

—Venir a una isla es como volver a casa, porque recupero la proximidad y la visión del mar, que me aporta otra perspectiva y otra mirada. Vivir en una isla, aunque no te sientas apartado del mundo, transmite otra dimensión. Lo importante es que los jóvenes encuentren aquí oportunidades y salidas laborales y no se vean obligados a marchar, forzosamente, de su tierra de origen. Este es el gran desafío para una isla como Menorca. En mi familia somos doce hermanos y todos residimos y trabajamos hoy fuera de la isla donde nacimos.

Inicialmente tenía que venir para la fiesta de Sant Antoni

—Efectivamente, así lo habíamos preparado con el obispo Conesa Ferrer para participar en la festividad del patrón de Menorca, pero las restricciones por la pandemia aconsejaron aplazarlo a mayo. Ahora estoy visitando cada una de las diócesis de España, para conocer las iglesias locales. Es uno de mis deberes y responsabilidades como nuncio. Mañana me desplazaré a Córdoba.

En enero de 2020 presentó las credenciales al rey Felipe VI y en marzo empezó la pandemia, ¿cómo lo ha vivido?

—Ha sido una etapa dura y complicada. El confinamiento en la Nunciatura impidió realizar viajes y provocó una importante reducción de mis actividades. Ahora, con menos restricciones, ya puedo desplazarme y tomar contacto con las instituciones católica de España y cada una de las diócesis. La de Menorca es la primera que visito en Balears.

¿Había tenido, anteriormente, relación con España?

—Me he sentido siempre muy vinculado con este país, aunque no hablaba español, porque mi idioma habitual era el inglés, y mis profesores españoles de Filosofía y Teología impartían las clases en lengua inglesa, al formar a alumnos de diferentes naciones.

Hay varias diócesis en sede vacante. Tiene mucho trabajo.

—Se irán cubriendo con nuevos obispos. Estamos en un proceso de cambio generacional significativo. El 12 de junio asistiré a la toma de posesión José Ángel Sáiz Meneses como arzobispo de Sevilla. Durante este año se está gestionaando el nombramiento de los obispos para las diócesis de Ciudad Rodrigo, Salamanca Jerez, Mondoñedo-Ferrol, Bilbao, Eivissa, Coria-Cáceres, Calahorra y La Calzada-Logroño, y también hay que cubrir Teruel y Albarracín, Jaén, Terrassa, así como el arzobispado castrense, tras el fallecimiento de Juan del Río. Efectivamente, tenemos bastante trabajo. Hay una decena de nombramientos en marcha en España y todo se irá resolviendo.

¿Qué percibe en su visita a las diócesis de España?

—Noto que hay ganas de salir, de volver a viajar y de recuperar las actividades sociales. En el ámbito de la Iglesia, volver a la normalidad en el culto, celebrar de nuevo las procesiones y los actos de piedad popular. La Semana Santa sin las procesiones en la calle nos transmitían que le faltaba esta viva participación. Habría sido acertado aplicar y armonizar los mismos criterios en las comunidades autónomas a medida que se iba avanzando en la desescalada y en la vacunación. Con el diálogo siempre se alcanzan soluciones. Soy optimista, porque ahora se está agilizando la inmunización, lo que permitiría reducir las restricciones.

¿Cómo valora la labor de la Iglesia a través de Caritas diocesanas durante la pandemia?

—Extraordinaria, porque ha multiplicadomucho los recursos de un año ordinario para dar respuesta a las demandas de muchas familias con necesidades; y al mismo tiempo ha movilizado a miles de voluntarios. Un trabajo desinteresado que da valor al espíritu y el compromiso de servicio desde la gratuidad y los valores del Evangelio. Aquí, en Menorca, que tenido ocasión de comprobar como la Diócesis está dando respuesta a las nuevas demandas que plantea la covid con un trabajo social muy eficaz.

¿Cómo nos interpela la pandemia del coronavirus?

—Incluso en aquello que es malo debemos saber hallar los aspectos y actitudes para descubrir cómo hacer el bien. El voluntariado que está actuando desde las iglesias locales demuestra que hay conciencia, y voluntad de colaboración para los desfavorecidos con los valores del bien común. En esta larga etapa llena de dificultades muchos han redescubierto el sentido de la familia y han vuelto la mirada hacia los abuelos, cuya ausencia han sentido durante estos meses. También nos interpela y recordamos con emoción a quienes han fallecido.

Ciencia ante una pandemia mundial, ¿qué dice la Iglesia? —A pesar de todos los avances científicos, un agente microscópico, el coronavirus, afecta a millones de personas y nos sitúa ante nuestra propia fragilidad humana. Nos pone ante Dios y nos hace reflexionar y también orar. Y descubrimos que somos capaces de luchar, de ayudarnos y también de hallar una vacuna para inmunizarnos. Hay vida.