Crucero. Una forma de viajar «muy cómoda, el hotel se mueve contigo», señala Domínguez.

TW
2

He hecho kilómetros como para darle la vuelta al mundo tres veces», comenta Antonio Domínguez Domínguez al inicio de esta entrevista. Vitalista, amigo de la buena conversación y de la broma, «tengo el sentido del humor muy desarrollado, siempre he sido de mente muy abierta y no me ha sorprendido nada», aclara; hecho a sí mismo como empresario, Domínguez es prácticamente autodidacta en su formación porque sus orígenes, señala no sin cierto orgullo, son humildes, y a la escuela se iba en su niñez (mediados de los años 50 entre Es Mercadal y Riotinto, Huelva) cuando las obligaciones en casa lo permitían.

Dejó su Huelva natal siendo un niño, pero esas raíces (pese a que sus padres eran en realidad oriundos de Soria y Valladolid) le llevaron a fundar en Menorca la Casa de Andalucía e instaurar el galardón Andaluz del Año, que él mismo ostentó. En 1973 fundó su empresa Tonislar, que en 2016 ya gestionada por sus hijos, se amplió y trasladó al polígono industrial de Maó, pero en sus inicios había hecho un poco de todo, de taxista en Menorca pero también de chófer y ayudante de recepción en una clínica en París. Bon à tout faire (bueno para todo, apunta en francés, recordando esos años de juventud).

Inquieto, los años parisinos que vivió entre los 18 y los 21, dejando atrás la España de la dictadura para vivir en la Francia que presidía el general Charles de Gaulle «me enriquecieron», asegura sonriente.

Espolearon en él un espíritu viajero que no le ha abandonado nunca y que ha compartido con Cristina Pérez, su mujer, con la que ha formado una familia numerosa, seis hijos y diez nietos «el último nació el sábado pasado» (por el día 2 de este mes), circunstancia que no le ha impedido recorrer mundo. «En cuanto me situé, pude viajar, y hemos ido a todas partes», también con su descendencia, aunque ahora Cristina confiesa que le cuesta más apartarse no en kilómetros, sino en la duración de un viaje, de sus hijos y nietos.

Y eso que ambos son moteros y en una de sus escapadas sobre dos ruedas recorrieron dos mil kilómetros a lomos de clásicas Royal Enfield bikes por tierras de India. Y aunque ese país -que para bien o para mal, siempre causa un gran impacto en los viajeros-, dejó huella en ellos, «me impresionó, allí me di cuenta de que no hacía falta tanto para ser feliz», el relato que nos ocupa ocurrió en otro lugar del mundo, en el año 2014, en el Pacífico Sur.

Noticias relacionadas

De San Francisco a Singapur
Fue un recorrido por el globo que duró dos meses y que en parte transcurrió en un crucero de 40 días que zarpó del estado norteamericano de California. «Es uno de los viajes de los que guardo mejor recuerdo».

Cristina, su mujer, lo corrobora, entre álbumes de fotografías cuidadosamente almacenadas y con las explicaciones de los lugares visitados a pie de página, porque ellos son de la generación de papel. Álbumes que recopilan experiencias y que «supongo que un día los miraré con añoranza», reconoce Domínguez. El viaje comenzó en Madrid, con un vuelo a Nueva York, y de ahí a la costa oeste norteamericana, a Los Ángeles, un mes de febrero, para zarpar desde el puerto de San Francisco. La ciudad inmortalizada en cientos de películas les aguardaba con sus icónicos monumentos como el puente Golden Gate o el penal de Alcatraz, y sus famosísimas e impracticables cuestas. Su primera escala fue Hawai, donde pudieron conocer la bahía de Pearl Harbour y visitar los restos de los buques militares norteamericanos que sucumbieron al bombardeo sorpresa japonés del 7 de diciembre de 1941, la agresión que cambió el curso de la II Guerra Mundial.

Los bosques de secuoyas gigantes y las plataformas habilitadas en una zona del puerto de San Francisco, el conocido Pier 39, para los leones marinos, fueron algunos de los atractivos que llamaron su atención.

En Hawai realizaron una parada en la isla de Oahu y la conocida playa de Waikiki, «en Honolulú, donde existe un monumento al primer surfista, porque es allí donde nació el surf», rememoran. Efectivamente, para los nativos hawaianos Duke Kahanamoku, considerado el padre del surf moderno, es toda una leyenda y como tal tiene su estatuta en Waikiki Beach porque además fue un campeón olímpico de natación. El recorrido siguió en la bahía de Pearl Harbour, «ahí estuvimos bastante tiempo, hay un memorándum encima de uno de los barcos hundidos, y pasan una grabación, inédita, sobre el ataque, lo que realmente pasó ese día y que después llevó a los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki», explican. En realidad, el recuerdo general de Hawai es más alegre que la muerte sembrada en Pearl Harbour y lo que luego provocó, «Hawai es muy verde, con mucha vegetación, precioso». De ahí al estado insular de Samoa y luego a las islas Fidji, al suroeste del océano Pacífico. Otros de los destinos fueron Australia y Nueva Zelanda, con escalas en Sidney y Melbourne y Auckland y Wellington respectivamente, también Perth.

Mención especial en esta parte de su viaje merece la flora, con los nenúfares gigantes, y la fauna, los marsupiales, especialmente los canguros, tan simpáticos, al menos para nuestros viajeros, como uno puede suponer por su aspecto. «Sí, los canguros son muy sociables, se acercan si les das comida, pero no es lo mismo con el diablo de Tasmania, no deja de moverse ni un momento, no hay quien lo toque y fui incapaz de hacerle una buena foto», reconoce Antonio, es, como todo buen viajero, un poco «rebelde».