La joven, rodeada de los brazos robóticos con los que experimenta en su trabajo | M.B.

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Como una réplica de una de las ciudades universitarias inglesas con más solera y renombre, también el Cambridge norteamericano —en el estado de Massachusetts y próximo a Boston—, concentra algunos de los centros de mayor prestigio internacional, como la Universidad de Harvard y el Massachusetts Institute of Technology (MIT). En este último, una menorquina investiga y sueña con hacer que un día los robots puedan interactuar con el mundo que les rodea de un modo similar al de los humanos.

Maria Bauzà Villalonga entró en el Centro de Formación Interdisciplinaria de la Universitat Politècnica de Catalunya, un centro de excelencia, y ha logrado ser becada para continuar sus estudios en una universidad líder en ingeniería, el MIT. El laboratorio MCube, de manipulación y mecanismos, es ahora su casa.

Su primer año en el extranjero y ya está en una universidad considerada la mejor en ingeniería del mundo, ¿cómo lo ha logrado?
— Lo conseguí pasando un proceso de selección. Mi profesor del MIT, Alberto Rodríguez, es español. Él también pasó por el centro de excelencia y propuso la plaza para que estudiantes del campus pudieran entrar en su laboratorio, yo opté y me la dieron. Es bastante habitual, aunque no siempre sucede así, que los profesores den a conocer las plazas en los centros de donde provienen, así saben el nivel de conocimiento que tienen los estudiantes que entran en su laboratorio. Yo vine a Estados Unidos para realizar mi trabajo de fin de grado, lo terminé y ahora me dedico a la investigación.

¿Y cuál es actualmente su función en el MCube?
— Soy research assistant o asistente visitante en el laboratorio, donde también trabajan estudiantes de doctorado. El año que viene yo también comenzaré el doctorado y haré clases, pero este curso solo investigo. Tuve la suerte de que otros compañeros del centro de excelencia de la Politècnica también fueron seleccionados, incluido mi novio que también es investigador e hizo las mismas carreras que yo, así que podemos compartir piso. Mis compañeros son geniales y en el laboratorio tengo un muy buen profesor.

Así que hay más investigadores españoles en la ciudad universitaria...
— Somos muchos, alrededor de cincuenta, la mayoría son del MIT pero también hay de la Universidad de Harvard, tantos que hasta hay un equipo de fútbol y otro de baloncesto de estudiantes e investigadores españoles. Eso ayuda a no sentirse solo. También muchos de los norteamericanos que están aquí se han movido, han cambiado de un estado a otro, que es casi como para nosotros cambiar de país en Europa.

¿Son mayoría extranjeros en el laboratorio?
— La verdad es que ver un norteamericano en el laboratorio es ahora lo raro; somos nueve —más el profesor—, y hay dos españoles, un alemán, un iraní, un indio, un taiwanés, un canadiense y dos norteamericanos, uno de Florida y otro de Hawai. Estados Unidos capta a mucha gente de todos sitios para innovación.

¿A qué cree que es debido?
— Este país tiene algo genial que creo que no tiene Europa: aquí llegas y si tienes una buena idea la haces y las empresas te apoyan para que tenga salida. Si la idea es buena, no te vas a encontrar con la ley de frente como sucede muchas veces en Europa. Si algo no está prohibido, se puede. Eso favorece mucho la innovación y la investigación.

¿En qué proyectos trabajan en este momento?
— Trabajamos en dos proyectos ahora mismo: tenemos dos problemas, un sistema en el que los modelos teóricos no se aplican, no son suficientes para explicar lo que sucede, y otro, que los experimentos no son repetibles. Lo que intentamos es crear, con inteligencia artificial, modelos que predigan mejor lo que va a pasar, mejorar la predicción, teniendo en cuenta todas las probabilidades.

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Y eso traducido a un lenguaje menos técnico ¿qué significa?
— Pues que intentamos crear mejores controladores, tanto para la robótica como en general para la manipulación de objetos. Lo que nosotros los humanos hacemos con una mano parece sencillo pero no lo es, es muy complejo: decidir cómo coger un objeto, trasladarlo, recolocarlo, interactuar con el mundo.

¿Qué aplicaciones prácticas tienen estas investigaciones?
— Por ejemplo en las prótesis, también en la industria, ya que se buscan maneras más rápidas y eficientes de ensamblar. En la logística. Nuestro equipo del laboratorio quedó segundo el año pasado en un certamen que es el «Amazon Picking Challenge», y en el que el reto, el problema importante, es precisamente coger algo. En una estantería llena de objetos el robot tiene que detectar algo concreto, saber cómo cogerlos, colocarlos en una caja, ordenar, saber cuál vas a meter primero, calcular la probabilidad de fallo..., no es nada fácil.

(El gigante de venta online Amazon empaqueta y sirve a millones de clientes utilizando tecnología como el sistema de robots Kiva, y para avanzar en ese campo organizó su primer Picking Challenge en 2015 en Seattle. Este año lo repite en Leizpig, Alemania, junto al evento tecnológico de robótica Robocup 2016).

¿Por eso le gustaría que los robots pudieran aprender solos?
— Bueno, en el aspecto de mi trabajo de investigación, ese es mi sueño, sí, mi objetivo, que sean capaces de aprender solamente con su experiencia, a partir del entorno exterior, como hacemos los humanos. Que los robots puedan adaptarse con los inputs que reciben y puedan decidir cuál será su siguiente acción, que puedan desarrollarse.

Suena futurista pero tal vez esté ya sucediendo y no nos damos cuenta ¿llegarán a ser compañeros inseparables?
— Así es, al fin y al cabo un coche que puede conducir o aparcar solo es eso, es saber adaptarse al entorno y decidir cómo moverse. La inteligencia artificial es ya un boom en este momento, las grandes empresas como Amazon y Google están poniendo dinero en ello. Yo creo que a medida que los robots tengan más calidad y ganen en conocimiento, e incluso puedan entender cómo te sientes, les vamos a ir cogiendo cariño. Pero aún falta mucho para eso.

Y hablando de cariño ¿se lo ha cogido ya a Cambridge, Massachusetts?
— La verdad es que mi adaptación ha sido rápida, porque tengo buenos compañeros y porque hay muchas opciones de hacer cosas en el campus, está muy vivo. Además mientras ofrezcas resultados hay mucha libertad de horarios. En cuanto a la ciudad, esta es una zona de Estados Unidos muy europea, hay metro, autobús, pisos y no solo casas dispersas, tiene historia y mucha vida universitaria con gente de todas partes. Hablamos en inglés, que es lo correcto porque es el ambiente en el que se realiza la investigación, y fuera del laboratorio puedo practicar español y también catalán con mi profesor. Pero también hay que decir que vivir aquí es caro y que estamos al norte de Washington DC, así que hace bastante frío.

¿Cuáles son sus planes inmediatos cuando acabe en el laboratorio?
— Este verano pasaré tres meses trabajando en la central del buscador Google en Zurich. Cuando estudiaba hice programación competitiva online y un profesor me comentó esta posibilidad. Hay pocas chicas en esto, así que ponen interés en que las mujeres participemos. Tuve que pasar unas entrevistas y resolver una serie de problemas para que me seleccionaran.

Y después se centrará en doctorarse en el MIT...
— Sí, y estoy muy contenta porque he logrado dos años de beca de La Caixa; el doctorado es largo, cuatro años y otros dos de máster. Son muchos gastos, siempre he tenido ayuda de mi familia pero me alegra poder sostenerme yo sola.