"Nuestro apreciable amigo el capitán D. Esteban Amengual nos dirije (sic) la siguiente carta llena de curiosos detalles y de interesantes noticias, que verán con gusto nuestros lectores". Así introducía "El Diario de Menorca" una correspondencia (hoy hablaríamos de una crónica en estilo epistolar) el 31 de octubre de 1861, en la que el citado marino exponía desde La Habana su visión de aquella capital, a donde le había conducido la carga que transportaba. Esa era la actitud que adoptó durante muchos años, al acompasar una serie de escritos para la prensa isleña desde diferentes puertos que tocaba al final de las travesías, las que efectuaba con fines comerciales.
En el comienzo de la antedicha crónica explica que se encuentra en Cuba por causa de la guerra que aflige a la Unión Americana, ya que después de vender y entregar en ella su cargamento, "me veo obligado a estar de huelga en la actualidad" (se refiere a que se halla holgando, o sea inactivo), hasta que pueda acercarse a los puertos algodoneros a cargar mercancía. Esa situación le permite describir lo que observa en la ciudad y trasladarlo a los "benévolos lectores, mis compatricios". Hay, pues, instinto periodístico y servicio a quienes no han salido de la isla, que de esa manera acceden a realidades muy alejadas de su vida habitual y cuya noticia apenas les llegan por otras vías.
Amengual expone que ha tenido ocasión de visitar este puerto en varias ocasiones, pero llevaba ocho años sin embocarlo: piensa que este tiempo le ha hecho madurar y se halla en situación de juzgar lo que contempla "con recto criterio". A partir de ahí va anotando cuanto de positivo observa en la ciudad, pero también aquello que no la favorece: "Este país que tantas fortunas ha creado, este recinto amurallado que tantas onzas de oro encierra y remueve y pródigamente gasta, esta noble ciudad, sí, esta falta de muchos puntos de embellecimiento para presentarse a los ojos de los mortales con la dignidad que su riqueza le proporciona. Mas no parece que sino que todos los europeos vienen aquí tan solo llenos de afán de acumular dinero sin curarse mucho del aseo, ni cuidarse de la hermosura de la población: todos aspiran a llevarse sus caudales a su país natal y miran por tanto a este como tierra de moros".
Así se explayaba Amengual hace más de ciento cincuenta años y durante todo este tiempo sus observaciones y reflexiones han permanecido escondidas en la colección de "El Diario de Menorca" (como otras lo fueron en "El Menorquín", "Diario de Mahón" y "El Constitucional"): en semejante escondrijo hubieran continuado muchas décadas más esperando a su descubridor. En este caso ha sido el periodista alayorense Miguel Ángel Limón el que las ha rescatado, en una encomiable labor investigadora, que le ha permitido llenar este vacío de conocimiento y obtener el doctorado en Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid (información que proporcionaba este diario el pasado día 4). Son 123 crónicas las que ha logrado sacar a la luz y analizar detalladamente desde los criterios de la más estricta preceptiva periodística.
Viajes y escritos
Aparte de estudiar la teoría y taxonomía de la crónica, con especial incidencia en la que se ocupa de viajes y corresponsalías, Limón ha buceado en la biografía de Esteban Amengual Begovich (Mahón, 1829-Barcelona, 1901) para ofrecer un documentado recorrido por los hitos más destacados de su existencia, con especial incidencia en sus periplos como marino y los escritos que fue componiendo en sus ratos libres (libros, folletos, discursos, artículos: es incluso autor de dos o tres novelitas de amor). Este menorquín, que procedía por el lado materno de corsarios croatas que habían llegado a la isla durante el siglo XVIII, heredó la pasión por el mar, tal como reconoce en un relato autobiográfico inédito que el nuevo doctor pudo consultar en la Biblioteca Pública de Mahón.
Sus días debían dar para muchas actividades cuando realizaba esas largas singladuras a las tierras de América del Norte, el Caribe, Filipinas o Europa. Su desahogo era la escritura y con el pensamiento puesto en sus queridos compatriotas gustaba de compartir con ellos lo que observa en tan lejanos lugares, todo un mundo desconocido en cuanto a lo que la naturaleza ofrece, lo que los humanos han ido levantando o los conflictos en los que ocasionalmente se enzarzan estos. De todo ello se ocupa en las crónicas que con una cierta periodicidad iban llegando a diarios menorquines.
Por ejemplo, en febrero de 1861 cuenta las impresiones que le ha producido la estancia en Charleston (Estados Unidos) un par de meses antes. En el texto con apariencia de folletín que le publica "El Diario de Menorca" (media página por abajo en planas sucesivas), traza un recorrido por los diferentes estratos de aquella sociedad, remarcando siempre los aspectos que chocarían con mayor fuerza en la mentalidad más expandida de nuestra isla.
Le llama la atención la calidad de los hoteles (en Nueva York ha conocido uno de ocho pisos, "con una máquina para subir a ellos a los concurrentes"); no le gusta la cocina de los americanos, donde todo son asados y fritos, con pocas salsas y ninguna sopa, a no ser de ostiones, donde "se usa mucho freír con mantequilla"; la gente es atenta, pero fría en el trato social con desconocidos: nadie "es dueño de solicitar pareja alguna para bailar, que no haya mediado la previa presentación".
Pero Amengual señala cierta hipocresía en su conducta, porque "lo que se hace extraño es que observando tanto recato el bello sexo se deje llevar de cierta franqueza después de la presentación, y tenga además algunas libertades desconocidas en España, como por ejemplo: salir sola una señorita, o sea una joven soltera, por la calle yendo a paseo".
Cronista de guerra
En un tiempo en que no era corriente la crónica de guerra (se asocia su nacimiento con la actuación del periodista británico Russell en la guerra de Crimea, 1854-1855), Amengual ya se interesa por este tipo de información y es capaz de publicar un libro sobre el conflicto: "Recuerdos de mis viajes a la Crimea durante el memorable sitio de Sebastopol", que firma E. A. y edita en la imprenta barcelonesa de El Porvenir en 1859. Así que, cuando llega a los Estados Unidos y se encuentra con que el país se halla dividido en sus planteamientos político-sociales y con dos ejércitos enfrentados a causa de la guerra civil, no puede menos que trasladar la información a quien tanto le importaba, o sea, a sus paisanos.
En una de sus crónicas, fechada en Nueva York en octubre de 1860, da noticia de los movimientos de las tropas, para concluir después: "En estas acciones parece que hasta ahora se ha llevado la mejor parte el Ejército del Sur. La confederación a mi parecer muestra más valor bélico, hijo del entusiasmo de independencia. Sin embargo el gobierno federal no se arredra porque en cambio tiene más vías abiertas para su abastecimiento guerrero, lo diré así, y en el día tiene ya la suerte de encontrarse boyante de dinero". Como buena crónica, no se limita a contar lo que sucede, sino que entra en el terreno de la interpretación, de explicar lo que hay detrás de la noticia, pero nunca desde la subjetividad, sino siempre desde la experiencia y el conocimiento.
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