Juez. Emilio Calatayud, titular del Juzgado de Menores de Granada, hace cuatro años en Maó - Archivo
Muchos menorquines aún guardan en su memoria la didáctica y aleccionadora conferencia ofrecida por el juez de Menores de Granada, Emilio Calatayud (Ciudad Real, 1955) en el Teatre Principal de Maó hace ahora cuatro años, invitado por Caritas.
Sentados en los pasillos, en el suelo, en las escaleras o buscando un pequeño agujero donde apoyarse, nadie quiso perderse aquella elocuente charla plagada de simpáticas anécdotas y de reflexiones sobre las duras vivencias que a diario pasan por el juzgado de este hombre, conocido entonces y ahora aún más por sus sentencias educativas y ejemplares.
Lo cierto es que no es único juez de Menores del país que impone este tipo de fallos, como él mismo insiste, pero la creatividad de algunas sentencias le han hecho célebre.
Condenó a un chico que se había pegado con otro porque le miraba mal a limpiar espejos. Los que conducen borrachos o sin seguro saben que pasarán una temporada en la unidad de tetrapléjicos de un hospital o acompañarán a las patrullas que vigilan las carreteras, incluso ha condenado a niños a servir a indigentes.
A quienes le escucharon aquel día en directo en el teatro y deseen repetir la experiencia, y a quienes ahora estén interesados en compartir sus inteligentes reflexiones entorno a la juventud, el Foro Menorca les ofrece la oportunidad de asistir el próximo viernes día 27 a las 21 horas, a la conferencia que ofrecerá en el Teatre Principal bajo el título "¿Sabemos quiénes son nuestros hijos?"
Como aperitivo a esta charla, el juez hace una pausa en su trabajo, en el juzgado de Menores de Granada, y atiende al 'Menorca' para responder algunas preguntas por teléfono. "No es ninguna molestia", contesta amablemente al otro lado. "Aquí estoy, condenando a unos choricillos a ver si los curamos a tiempo", explica. Precisamente, ese compromiso en lograr la reeducación del menor, en redimir al delincuente, le ha hecho destacar en su profesión.
Insiste en la importancia de que padres y educadores recuperen la autoridad perdida y alerta de las situaciones de riesgo a las que están expuestos hoy día los hijos.
Los trabajos en beneficio de la comunidad y las tareas educativas se han convertido en una herramienta más para hacer desaparecer la actitud delincuente de un menor.
De hecho, en Granada sus sentencias y sobre todo la crisis, como de nuevo él mismo se encarga de resaltar, han bajado la delincuencia. El juez explica que alrededor del 90 por ciento de los casos de menores que han cometido un delito se resuelve con prestaciones en beneficio de la comunidad. En el 10 por ciento restante se dicta privación de libertad en un internado. Y es que, según lamenta, algunos de estos menores "con ley o sin ella, son carne de cañón".
Emilio Calatayud regresará de nuevo a la Isla dentro de unos días invitado por el Foro Menorca, pero esta vez lo hará sin la compañía de su mujer Azucena, fallecida hace unos meses de cáncer. Desde aquí, las más sentidas condolencias de todos los menorquines.
Otra vez en Menorca. ¿Guarda algún recuerdo de su última visita a la Isla? Causó una gran expectación. Llenó el Teatre Principal.
Guardo muchísimos recuerdos porque me sorprendió la gran cantidad de gente que había en el teatro. Además, (pausa) fue uno de los últimos viajes que hice con mi mujer y, por supuesto, tengo un grato recuerdo.
Cuando vino a la Isla comentó que llevaba en dos décadas de ejercicio 14.000 delitos juzgados. ¿Tiene actualizadas estas cifras?
Las cuentas son sencillas. Entré como juez de Menores en 1988 y salgo a una media de unos 800 casos anuales. (Por tanto unos 19.200 cuando finalice este año).
¿Por qué se hizo juez de Menores? Dicen que fue monje antes que fraile, vamos, un joven conflictivo.
No tanto. Tenía un problema de timidez para los estudios. En cuarto de reválida suspendí todas menos gimnasia. Por aquel entonces me llevaron a Campillos, una especie de reformatorio de niños 'pijos', pero era bastante duro. Luego mi padre me castigó el verano siguiente a trabajar en un taller. Gracias a eso y, otras cosas, me enderecé y fui un estudiante normal. Es cierto que hice gamberradas, pero como casi todos a esa edad. La diferencia es que hoy día tienen el calificativo de delito. Soy juez de Menores no por vocación, sino por casualidades de la vida.
Por su experiencia como juez de Menores y como padre de dos hijos, usted debe saberlo. ¿Sabemos quiénes son nuestros hijos?
Creo que no, o tal vez lo sabemos y no queremos reconocerlo. Existe mucha incomunicación y sobreprotección hoy día. Y a veces nos sorprendemos cuando nuestros hijos hacen cosas que no esperábamos. Hay que tener sentido común, pero muchos padres se sorprenden cuando ven a sus hijos sentados en el banquillo.
¿Ser padres es saber poner límites?
Además de dar cariño hay que decir a veces que 'no'. Cuando eres padre valoras más a tus padres. Recuerdo que cuando mi padre me sacudía me decía que le dolía más que a mí, pues efectivamente es así. El 'no' duele más, pero hay que decirlo. Creo que se consiente demasiado.
¿Cómo tratamos en general a los menores?
Hoy día se les está quitando esa etapa de los 12 y 13 años, la pubertad. Empiezan a tener comportamientos de adolescente cuando aún son niños.
Usted ha dicho en alguna ocasión que una bofetada a tiempo es buena, pero que lo diga un juez parece que no es visto con buenos ojos.
Hemos llegado al absurdo de confundir un cachete o un azote con el mal trato. No soy partidario del cachete, pero lo más difícil es darlo en el momento justo y con la intensidad adecuada. Si eso se consigue, es una victoria.
¿Los menores deben saber de alguna manera que sus actos tienen consecuencias?
Ese es el problema. Muchos no son conscientes de las consecuencias y lo peor es que los padres no son conscientes de las consecuencias de los actos de sus hijos. No hemos tenido término medio y por eso lo confundimos.
También muchos padres están delegando en exceso su función educadora en la escuela, en los profesores, y en un momento en que estos están perdiendo autoridad. ¿No cree que esto es un riesgo para el maestro y para el niño?
Desde hace tiempo parece que nos da miedo hablar del principio de autoridad. Los padres deben tener autoridad sobre sus hijos. El Código Civil establece que el hijo debe obedecer y respetar a sus padres. El problema es que la Ley también nos está desautorizando a los padres y luego, por contra, nos exige mucha responsabilidad. En la escuela sucede algo parecido. Muchos padres delegan en la escuela la educación de sus hijos, cuando realmente deben ser ellos los responsables. La escuela es un complemento.
Y los profesores están en medio.
Los chavales se están aprovechando de la falta de autoridad, tanto de padres como de profesores y estamos despistados. Pero los primeros que tienen que reconocer esa autoridad de los profesores son los propios padres. En caso de conflicto, el principio de presunción de veracidad la tiene el profesor. Nunca debemos discutir con él delante de un alumno. Del mismo modo que los niños juegan con los padres, juegan con los profesores. Hay que entender que el profesor no es igual que el estudiante, hay que reconocerle la autoridad.
¿Le piden muchos consejos padres y profesores?
Sí, pero yo no doy consejos para ser un buen padre. Doy consejos para reformar a un delincuente (ríe). He estudiado para ser juez y ser padre es más complicado, por eso los consejos deben darlos los psicólogos o los educadores. Lo que puedo decirle es que en casa del herrero, cuchillo de palo.
Hace unos años fue muy beligerante con la reforma de la Ley del Menor, decía que endurecerla no era la solución. ¿Qué resultados está dando?
Creo que buenos. Es cierto que cuando nos toca un caso como el de Marta del Castillo nos tira por la borda todo el trabajo realizado. Se genera expectación y mala información, y parece que la Ley no funciona. Pero soy de la opinión que la Ley nos está dando buen juego y estamos evitando que muchos chavales pasen después a la Justicia de adultos. Es cierto que se pueden hacer mejoras, el ministro anunció la idea de unificar la instrucción o el fallo cuando intervienen mayores y menores. Hay cuestiones técnicas que pueden dar mejores resultados, pero no creo que a penas más duras, menor delincuencia.
¿Es un error tratar a un menor como a un adulto?
Son menores, son muchas veces inconscientes, eso es lo bonito de la infancia. No podemos poner el criterio de la madurez, nuestro sistema judicial, que es el cómputo del tiempo y el derecho romano, dice que se es menor hasta una determinada edad. Además, sinceramente creo que los niños cada vez son más niños. Son más altos, más guapos, pero incluso con 18 años son más niños que antes.
Usted dice que los delitos se pagan sirviendo a la sociedad, pero no debe ser fácil imponer una sentencia a un menor.
Es un cambio de mentalidad, pero tengo que decir que yo también soy partidario del internamiento porque por desgracia tiene que existir. También creo que hay otras muchas formas de reparar un daño, porque la privación de libertad para un chaval es muy dura.
Los trabajos en beneficio de la comunidad son positivos, porque además representan una implicación de la sociedad. Siempre digo que si la sociedad pone fácil el camino para que un menor cometa un delito, la sociedad debe buscar los mecanismos para que ese chaval repare el delito sin necesidad de privación de libertad. La ventaja es que podemos individualizar dentro de los límites legales que tenemos.
De todas formas este tipo de sentencias son las mínimas, parece que falta creatividad, tal vez el trabajo de los jueces se ha burocratizado tanto que se mira más el delito que a la persona.
Lo que sucede es que a los jueces les da miedo hablar sobre algunas cosas. Yo por ejemplo, casi como la mayoría de jueces, puedo tener unos 60 o 70 chavales privados de libertad, pero también tengo 600 o 700 medidas alternativas al año; unos estudian, otros hacen trabajos para la comunidad. Los jueces dan cada vez más medidas alternativas.
¿Y qué grado de efectividad tienen?
Bastante. Lo que pasa es que hay que distinguir las cosas. Hay chavales que cometen delitos pero no son delincuentes. Lo que realmente necesitan es madurar, darles algún escarmiento, pagar lo que han hecho, pero no tienen el perfil de delincuente. Y cuando conoces realmente al chaval con ese perfil de delincuente, también tiene una historia detrás y, en base a ella, trabajamos.
¿A este tipo de chicos se les ve venir en su juzgado?
A algunos sí. Hay un porcentaje que por desgracia, con Ley o sin ella, son carne de cañón. Hoy día hay mucha injusticia social, falta de educación y quizá tengamos un 10 por ciento que son carne de cañón por las circunstancias de la vida, porque han nacido donde han nacido, pero el resto puede salir adelante.
¿Los jóvenes de hoy día están más amenazados, son más vulnerables que hace unos años?
Actualmente es muy difícil ser padre, pero también lo es ser hijo y menor. A veces he comentado que si llego a ser joven en esta época no hubiera llegado a juez, lo tengo claro (ríe). Tienen muchas tentaciones, mucha información y una ausencia de límites. Viven muchas situaciones de riesgo.
Por su experiencia, ¿tiene esperanza en las nuevas generaciones. Caminamos hacia un mundo mejor?
Sí, por supuesto. Si como juez no creo en los menores, no sé en lo que voy a creer, me tendría que hacer juez de lo Contencioso. Lo que pasa es que trabajo en una parcela muy especial, pero tengo que decir que tenemos unos chavales comprometidos y solidarios, lo que pasa es que algunos están en situación de riesgo.
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