La aventura americana de María Rosa Sintes Abril (Es Mercadal, 1934) comenzó en 1964 y, desde entonces, ha residido en cinco estados diferentes hasta que, hace 15 años, se instaló definitivamente en San Agustín, en Florida.
En una época en la que no era habitual que una joven de la Isla abandonara Menorca, Sintes se dejó guiar por su instinto aventurero que la llevó hasta Bélgica e Inglaterra, donde pasó algunas temporadas como "au-pair". Posteriormente, se estableció en Madrid, donde conoció al que hoy es su marido, un norteamericano natural de Dakota del Sur.
El primer destino de la menorquina fue Roswell, en Nuevo México. Después vinieron Yuba City, en California; Denver, en Colorado; Rapid City, en Dakota del Sur; Sacramento, en California, y Fort Myers, en Florida. Finalmente, Sintes y su marido se establecieron en San Agustín, una ciudad con raíces menorquinas.
¿Qué recuerdos guarda de su infancia en Menorca?
Tuve una infancia muy agradable pero también algo triste. Mi madre murió a los 38 años durante el parto de un bebé que también falleció. Yo sólo tenía diez años. Éramos cinco hermanos, yo era la de en medio. Tras esta tragedia hubo un vacío en nuestra familia que nunca se llenó. No obstante, tengo muy buenos recuerdos de mi infancia y juventud en Es Mercadal. Era un sitio ideal para crecer. Todo el mundo se conocía, apenas había coches y podíamos jugar en las calles. Cogíamos las bicicletas y hacíamos excursiones hasta Fornells o Cala Tirant. Las playas estaban desiertas e inmaculadas y los niños disfrutábamos enormemente de toda esa libertad.
¿Cómo vivió los años de la Guerra Civil?
Cuando finalizó la Guerra yo tenía sólo cinco años y tengo pocos recuerdos de aquella época. Una noche tuvimos que refugiarnos en un predio del Camí de Tramontana porque había peligro de bombardeo. La verdad es que los pocos recuerdos que tengo de la guerra son de tener miedo.
Estudió Magisterio…
Sí. En aquellos tiempos estudiábamos por libre. Don Manuel Luque, Don Juan Ponce y la señorita Adelaida Bordes nos daban clases particulares. Al final de curso íbamos a Palma a examinarnos. Las pruebas eran muy exigentes y duras pero también nos divertíamos mucho. Íbamos muchos estudiantes de Menorca y nos alojábamos en una residencia de monjas que creo que todavía existe. Durante un par de semanas explorábamos Palma. Guardo muy buenos recuerdos de esa parte de mi vida.
¿Encontró trabajo fácilmente?
Durante unos años ejercí como maestra interina de párvulos en Es Mercadal. Cuando la plaza fue ocupada por una maestra fija me fui a trabajar como sustituta durante unos meses a la escuela de Ferreries. Por aquel entonces se abrió una escuela rural en un predio llamado Binicalsitx, cerca de Ferreries, y me concedieron la plaza de maestra. Los propietarios de la finca me dejaban utilizar una habitación y las clases se llevaban a cabo en su gran salón. Al terminar las sesiones el viernes, los payeses me llevaban con un carro hasta Ferreries y allí cogía un autobús hasta Es Mercadal. En marzo de 1959 mi padre falleció y aquello cambió mi vida por completo.
¿En qué sentido?
Había descubierto que no tenía vocación para ser maestra así que, en cuanto terminó el curso, dejé la escuela de Binicalsitx con la firme intención de perseguir un sueño. Quería aprender idiomas para poder realizar unas oposiciones para entrar a trabajar como intérprete internacional para la compañía Telefónica. Ese mismo verano dejé Menorca. Mucha gente creyó que estaba loca pero yo era muy aventurera y tenía un plan.
¿A dónde fue?
Primero fui a Madrid. Allí me puse en contacto con una agencia que tenía un programa llamado "au-pair" para estudiantes de idiomas que querían ir a cualquier país de Europa. Se dedicaban a colocar estudiantes con familias que ofrecían vivienda, comida y un salario semanal a cambio de ayudar con los niños o realizar tareas domésticas. Esta agencia me consiguió una familia en Bélgica y hacía allí me fui en octubre de 1959.
¿En qué parte del país se estableció?
Los tres primeros meses los pasé en una finca muy bonita cerca de la ciudad de Lieja. Me apunté a clases de francés e inglés en la Universidad de Lieja y, una vez a la semana, pasaba el día en Bruselas, explorando la ciudad. La verdad es que me encontraba muy aislada pues no tenía amigas y estaba muy lejos de todo. Un día, paseando por Bruselas, me encontré con una oficina de Iberia y, por curiosidad, decidí entrar. Una de las chicas que trabajaba allí se llamaba Elena, era de Madrid, y nos hicimos amigas. Le expliqué mi situación y, dio la casualidad de que su padre trabajaba como chófer para un conde que estaba buscando una chica que les enseñara a sus hijos otro idioma.
¿Consiguió el trabajo?
Sí. Hicieron entrevistas a varias chicas pero el hecho de que yo fuera maestra me ayudó. Me mudé a Bruselas, a un palacete en la parte histórica de la ciudad. Fue una experiencia inolvidable. Los niños tenían 14, 13 y 10 años y yo me encargaba de arreglar sus habitaciones, ayudarles a preparar el desayuno y la merienda y los entretenía por las tardes. La condesa estaba enferma del corazón y apenas salía de su habitación. Los meses de verano los pasamos en una finca en una playa del Mar Del Norte y, a mediados de septiembre de 1960, regresé a España.
¿Volvió a Madrid?
Sí, aunque primero visité Menorca para ver a mi familia y a mis amigas. Estuve en la capital unas semanas antes de marcharme a Londres. Desde Bruselas me había puesto en contacto con una residencia de monjas que te ayudaban a encontrar la familia más apropiada para ti. En un primer momento me instalé en casa de una familia judía. Los padres eran profesores, lo que resultó ideal para perfeccionar mi inglés. Me ayudaron a encontrar una escuela para extranjeros e iba a clase tres veces a la semana. Mis tareas eran fáciles. Yo debía arreglar la habitación del niño de once años y sacar al perrito. Tenía libre hasta las 16 horas, cuando el niño llegaba del colegio. Merendábamos y, si hacía buen tiempo, salíamos a dar un paseo por el barrio, en los suburbios de Londres. Otra de las cosas que hacía era leer poemas de García Lorca. Cada noche, después de cenar, íbamos al salón y yo leía en alto los poemas para el niño y el padre, que tenía muchos libros de poesía en varios idiomas y le gustaba "saborearlos" en el idioma original.
En Londres vivió también con otra familia...
Sí. Los últimos tres meses los pasé en Kensington. Los padres eran bastante jóvenes y tenían dos hijos de 3 y 4 años. La abuela y yo cuidábamos de los niños mientras los padres trabajaban. Los fines de semana tenía libre y los sábados cogía un tren hasta el centro de Londres donde una amiga a la que había conocido en clase de inglés tenía un piso en el que nos reuníamos cuatro chicas. Íbamos de compras, paseábamos por el centro de la ciudad, salíamos a bailar a clubes nocturnos y conocíamos a chicos estudiantes de otros países. Fue una época muy divertida y agradable, pero llegó el momento de regresar a Madrid.
¿Que quería hacer en la capital?
Seguir mi plan y prepararme para las oposiciones de Telefónica. En un primer momento, trabajé sin cobrar en la centralita telefónica del Hotel España para aprender el oficio. Un par de semanas más tarde me presenté a una entrevista para un puesto de telefonista en el Hotel Hidalgo, que era muy conocido porque en él se alojaban toreros y otras personalidades relacionadas con el mundo del toro. Me aceptaron y fue una experiencia muy agradable. Mi hermano pequeño, Luis, compartía un piso conmigo y también entró a trabajar en el hotel como ayudante de recepción. Un día me encontré por Madrid con una chica que había conocido en Londres. Ella trabajaba como secretaria en la base americana de Torrejón y me explicó que había una plaza libre en la oficina del club de suboficiales. El sueldo era muy bueno y yo tendría la oportunidad de practicar el inglés así que me presenté y me aceptaron. El nombre de mi jefe era Ken Johnson y, como dicen en las películas, fue amor a primera vista. Corría el año 1961 y, pocas semanas después de conocernos, empezamos a salir juntos y muy pronto cumpliremos nuestras bodas de oro.
No estuvieron mucho tiempo más en Madrid...
En verano de 1964 nos marchamos a Roswell, en Nuevo México, donde había una base de las fuerzas aéreas a la que habían destinado a Ken. Mi hijo Patrick, que tenía tan sólo seis meses, nuestro perrito Pogo, Ken y yo volamos hacia Estados Unidos. Antes de instalarnos en Roswell pasamos una semana en Rapid City, en Dakota del Sur, visitando al hermano de mi marido. Estuvimos conduciendo durante días a través de valles, montañas y desierto. Me sorprendió la enormidad del paisaje americano.
Se instalaron en Roswell. ¿Qué impresión le causó la ciudad?
Roswell es famosa por el supuesto hallazgo de una nave extraterrestre. Nuestra hija Cristina nació allí y siempre le gastamos bromas diciéndole que tiene algo que no es de este mundo. Vivimos en Nuevo México durante tres años. Allí no había mucho que hacer, pero yo procuré mantenerme activa. Me apunté a clases de historia americana, literatura inglesa y dibujo. Desde Roswell nos trasladamos a una base de California, cerca de un pueblo llamado Yuba City, en la parte norte del estado. Al año de habernos instalado allí, mandaron a Ken a Tailandia y los niños y yo nos quedamos solos. Fue muy duro pero descubrí la generosidad de la gente que me rodeaba. Un año y medio después tuve problemas en la espalda y, gracias a la ayuda del comandante, mi marido pudo regresar a California. Poco después conseguimos un traslado a Denver, en el estado de Colorado, donde vivían la madre y la hermana de Ken.
¿Le gustó Denver?
Sí, es una ciudad muy bonita. Tres años después de instalarnos allí y después de veinte años de carrera militar, Ken se retiró con buenos beneficios y paga para el resto de su vida. Tenía tan sólo 38 años y, como siempre ha sido muy trabajador, decidió continuar trabajando en la compañía aérea Frontier Airlines, muy popular en la región del oeste central. En 1973, la hija mayor de mi hermana, María Luisa, vino a pasar un año con nosotros para aprender inglés. Fue una época muy agradable y me puso más en contacto con mi familia. Yo iba a menudo a comer con mi marido al aeropuerto de Denver y, en una ocasión, conocí a un chico cubano que tenía una tienda de regalos latinos. Nos hicimos amigos y me ofreció un puesto de trabajo. La idea me gustó y acepté. Durante mis años en Denver también asistía a clases de arte un día a la semana. Entre una cosa y otra, los cinco años que estuvimos allí pasaron volando.
¿Continuó su ruta por América del Norte?
Sí. Frontier AirLines trasladó a Ken a Rapid City, en Dakota del Sur. Es una ciudad muy turística, que se encuentra a los pies de las Colinas Negras. Yo añoraba mi trabajo en la tienda de regalos y, aunque traté de ocuparme tomando clases de arte en una academia, la verdad es que me aburría bastante. Por fin, convencí a Ken para abrir mi propia tienda.
¿Funcionó bien?
Sí. Mi negoció tenía apenas dos años cuando la cadena Hilton decidió construir un hotel en Rapid City. Estaban buscando una tienda para ubicar en el interior del edificio, se presentaron varias pero tuve la suerte de que escogieron la mía. A pesar de que nuestra intención inicial era estar en Rapid City un par de años, nuestra estancia se convirtió en diez años. Fue una época muy divertida, viajábamos mucho para comprar mercancía a Tasco, en México, donde comprábamos plata, y dos veces al año íbamos a los mercados de Nueva York, Miami, Dallas, Chicago o Los Ángeles. Entre tanto, mis hijos crecieron. Cuando Cristina tenía 13 años invitamos a su prima Susana, la hija mayor de mi hermano Pepe, a pasar un tiempo con nosotros. Quería que mis hijos conocieran a sus primos y Susana pasó un año en Dakota del Sur, iba a la misma escuela que Cristina y hacía las mismas actividades. Aunque teníamos tres niños en la edad "tonta" en casa, recordamos la experiencia con mucho cariño.
¿Por qué abandonaron Rapid City?
En 1986, trasladaron a Ken a Sacramento, en California. Nuestros hijos ya estaban estudiando fuera y la verdad es que nos hacia ilusión el cambio. Ya conocíamos la ciudad que, además se encuentra a menos de una hora de San Francisco, que siempre me había entusiasmado. Vendí la tienda y nos marchamos de Rapid City. Apenas llevábamos unos meses en Sacramento cuando Frontier Airlines cerró sus oficinas y se declaró en bancarrota. Fueron unos días difíciles pero tomamos la decisión de quedarnos en la ciudad. Ken encontró un trabajo temporal en la compañía aérea Delta pero al cabo de un par de meses se colocó de manera fija en American Airlines, lo que era un sueño porque esta compañía tiene vuelos con España y los empleados tenían muy buenos descuentos.
¿Durante cuánto tiempo estuvieron viviendo en Sacramento?
Estuvimos allí durante once años. Fue una época muy activa. Yo encontré trabajo en los almacenes Macy's, nos compramos la casa de nuestros sueños y decidimos quedarnos en Sacramento definitivamente. Durante nuestra estancia allí, mi sobrina Brigida estuvo con nosotros un año y nos ayudó a adaptarnos más fácilmente a tener lejos a nuestros hijos, que ya se habían emancipado. También pasó un mes en Sacramento mi prima Aguedita y nos visitó mi cuñada Pilar. Posteriormente, la hija de mi hermano Luis, Ana, pasó seis meses en casa estudiando inglés. Todas estas visitas me ayudaban a estar más unida a mi familia y a Menorca. Uno de los recuerdos más divertidos que guardo de aquella época fue cuando Aguedita Villalonga, Niní Gomila y Magda Pons, mis amigas de toda la vida, llegaron al aeropuerto de San Francisco.
¿Qué pasó?
Para sorprendernos, Ken alquiló un Cadillac y se colocó una gorra de chófer para ir a recogerlas. Después de colocar las maletas, nos sorprendió con una botella de champán. Durante los días siguientes, recorrimos el norte de California, visitamos el precioso lago Tahoe y gran parte de la sierra de California. En 1996, cuando a Ken tan sólo le quedaban dos años para poder retirarse, nos dieron la terrible noticia de que teníamos que trasladarnos. Podíamos escoger entre Nueva York, Chicago, Miami y Tampa. Escogimos esta última ciudad porque el resto eran demasiado grandes para nuestro gusto.
Volvieron a hacer las maletas…
Sí. Nos instalamos en una colonia de militares retirados, en Fort Myers, a una hora del aeropuerto de Tampa. Era un sitio muy bonito con campo de golf y piscinas. Teníamos 62 años y creíamos que nos encontraríamos a gusto entre personas de nuestra edad. Allí hicimos muy buenos amigos que todavía hoy conservamos. Un día visitamos la ciudad de San Agustín como turistas. Me quedé fascinada con su arquitectura y sus calles de estilo español que se llamaban Usina, Andreu, Villalonga, Pelliser o Pons. El conserje del hotel me dio el teléfono de la presidenta de la Sociedad Cultural Menorquina y me puse en contacto con ella.
Parece que se quedó encantada con San Agustín..
Sí. Aunque eran una cinco horas de viaje, volvimos a San Agustín casi cada mes. Entablé amistad con una chica madrileña que era la viceconcónsul española y ella me animó a participar en muchos proyectos culturales que se organizaban en la ciudad como el festival Pedro Menéndez de Avilés, para el cual en 2004 la cuidad invitó al grupo folclórico Es Rebost. Finalmente, Ken y yo decidimos que, si íbamos a quedarnos en Florida definitivamente, queríamos vivir en San Agustín. ¡Y aquí estamos!
¿Se encuentran a gusto allí ?
Mucho. La ciudad es un sueño, tiene un puerto monísimo y el centro se parece a una pequeña ciudad española. Tiene unas playas enormes y preciosas y, gracias a eso, mis hijos y mis nietos nos visitan a menudo. Aquí nos construimos una casa muy cómoda que compartimos con nuestro perro Molly y tres gatos.
Sigue siendo muy aficionada a la pintura...
Sí. En Fort Myers reanudé mis clases de pintura y, en los 15 años que llevo en Florida, he dedicado toda mi energía y tiempo a la pintura. Participo en concursos en San Agustín y en distintas ciudades de los alrededores. En abril de 2010 gané un certamen local en el que participaban más de cien artistas y, como consecuencia, la galería P.A.St.A. (Artistas profesionales de San Agustin) me invitó a unirme a su grupo . Somos una cooperativa de veinte artistas y, aunque estoy muy ocupada, disfruto como nunca.
¿Visita Menorca a menudo?
Ahora no voy tan a menudo como quisiera. Mi marido ha tenido problemas de salud y el viaje es muy pesado. La ultima vez que visité la Isla fue en junio de 2010 y fui sola.
¿Pensó en algún momento en volver a instalarse en la Isla?
Cuando éramos jóvenes y planeábamos nuestra jubilación, considerábamos la posibilidad de retirarnos en Menorca, pero cuando llegó el momento comprendimos que no podíamos poner el océano Atlántico entre nosotros y nuestros hijos y nietos.
¿Qué es lo que más echa en falta de Menorca?
El estar cerca de mi familia y de mis amigas. Menorca ha cambiado tanto desde 1959 que a veces me siento extraña. Sin embargo, la gente menorquina sigue igual. Me encanta pasear por Es Mercadal y Maó y encontrarme con antiguos amigos y conocidos. También añoro las "formatjades". Esto no quita de que yo, tras vivir en América durante más de 46 anos, siga pensando y hablando en menorquín. A veces, cuando estoy sola, hablo en voz alta con mis amigas y hermanos.
¿Nunca han hablado el menorquín en casa?
No, siempre hemos hablado en inglés porque era el único idioma que hablaba Ken. De todos modos, mis hijos saben algo de español porque se han preocupado de estudiarlo.
Si pudiera escoger una de las ciudades en que ha vivido, ¿con cuál se quedaría?
Ahora mismo me quedaría con San Agustin. Si fuera mas joven escogería San Francisco. Es una de las ciudades más bonitas que he conocido, además de tener una vida cultural muy completa. También me encanta el hecho de que allí todo el mundo parece vivir su vida y a mí siempre me ha gustado ese modo de pensar.
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