Vocación. Teresa Santacana empezó a estudiar Magisterio a una edad bien temprana, con tan sólo 14 años de edad - Javier

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Teresa Santacana Mejías. Tras casi 40 años al servicio de la docencia, que ejerció en Barcelona y Menorca, dentro y fuera de las aulas, a sus sesenta, en el año 2008, se prejubiló en el cargo de directora del Centre de Professors de Menorca al que se había dedicado durante dos largos decenios. El pasado mes de noviembre, Santacana recibía la Medalla al Mérito que acaba de instituir como reconocimiento honorífico la Conselleria balear de Educación y Cultura. El suyo fue el segundo de los galardones entregados.
Catalana de nacimiento y menorquina por permanencia y voluntad, Santacana engarzó la diplomatura de Magisterio con los estudios de Filosofía y Letras antes de hacer una primera y definitiva inmersión en la vida de la isla, donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional. Atrás dejaba una Barcelona de hervores clandestinos que empezaban a desbordarse en las postrimerías del franquismo. Atrás quedaba una familia dolida y desazonada por el portazo de una hija que tomaba pareja y rumbo propio fuera de los cauces convencionales. Amanecía en Es Castell la emancipación de esta joven maestra.

Una vida en docencia...
Con catorce años, cuando empecé a estudiar Magisterio, ya daba clases particulares...

¿Catorce?
Con Bachillerato elemental y reválida ya podías empezar Magisterio de tres años.

¿Para llegar a maestra con diecisiete años? Ahora sería impensable.
Es que tampoco nadie creería que en la escuela, las mujeres íbamos por la mañana y los chicos por la tarde y en medio se dejaba una hora para que no nos encontráramos.

¿Una escuela privada?
No, pública. Estaba en la rambla Cataluña.

¿Eran muchos de promoción?
Unos sesenta, la mayoría mujeres.

¿Porqué debió usted tomar esta opción?
Desde niña había querido ser maestra. En mi casa eran sastres, también mi hermana se quedó en esa profesión.

¿Qué hace una maestra con 17 años?
Tuve un primer empleo en "mi" colegio, una escuela de monjas que se llamaba Divina Pastora.

¿Al corte de la época, con uniformes...?
Sí. Mis padres eran trabajadores, obreros, pero la escuela pública estaba muy mal en la época...

Es que estaba mal vista...
En Cataluña, la escuela pública arrancó cuando se juntaron todas las concertadas que habían creado cooperativas de padres. Así que mis padres hicieron un gran esfuerzo para que pudiera ir a la escuela privada.

En realidad, de alumna a profesora, nunca salió del aula...
Así es. Pero en ese primer año de trabajo, ya vi que quería seguir haciendo cosas.

Lo que no ven nuestros jóvenes, que es más confortable estudiar que trabajar...
Uy, y además porque hoy día hay gente con carrera, brillante, cargada de másters, que no tiene reconocimiento o cobra de mileurista.

¿Hacia dónde orientó su deseo de estudiar más?
Hice dos años de comunes en Pedagogía y un cambio de normativa me permitió reorientar la carrera hacia Filología.

¿En el edificio histórico?
Sí, en la Universidad Central. La tenía a diez minutos de casa. Me decidí por hispànicas y me dediqué también al catalán, haciendo horas extras, en seminarios, como alumna de Joan Solà, yendo, a escondidas, a las clases que impartía el Omnium Cultural... y hasta empecé mi tesina en catalán.

Ahora ya era licenciada
Sí, con 23 años y me ofrecieron un trabajo en un instituto del Besós.

La antesala de La Mina, ¿conflictivo?
El instituto no, pero sí lo era el barrio. Por las mañanas era instituto y por la noche se hacía formación profesional de enseñanza privada, mediante un convenio con el Obispado.

¿Se encontró con la vida en el cinturón periférico de Barcelona?
Y eran años duros. Principios de los setenta. En la Universidad ya me había visto involucrada en la lucha del movimiento asambleario: con la "tancada dels Caputxins", con el cierre de la universidad, cargas de la Policía a caballo... Me acuerdo que en una de esas cargas, una de nuestras compañeras perdió un zapato y no sabía qué tenía que decir en casa.

Tiempo de carreras, porras y balas de goma...
Guardo una. A mí nunca me pegaron, pero a mi marido sí.

¿Se podía estudiar en ese ambiente?
Cuando la universidad cerraba, seguíamos estudiando. Solía ir a casa de una amiga. Pero eran, de verdad, tiempos muy severos. Recuerdo una vez en la universidad, que estábamos reunidos. Como era una cobarde me puse junto a la puerta para poder salir rápido si había carga. Apalearon a mucha gente en el patio y se cerró la universidad, una vez más. Para poder regresar, nos hicieron firmar un papel que equivalía a renegar de la protesta. Si no lo hacías te perdías la matrícula.

¿Represalias económicas?
Yo firmé, no podía cargarle a mis padres el importe de la matrícula otra vez. Y hacía cola para firmar, ¡con una vergüenza!

Esta generación maduró a golpes
En la universidad nos abrieron los ojos a la política, al sexo... Había pasado mayo del 68 y aunque yo era una persona activa hasta entonces había vivido en un cascarón.

¿También se reproducía ese ambiente en el instituto?
En el instituto algo debieron intuir en mí cuando me invitaron a participar en una asociación clandestina, la comisión de maestros. Me ofrecieron tomar parte y durante cuatro años nos reuníamos clandestinamente, en casa de uno, en casa de otro, para trabajar por el barrio.

¿En qué consistía su trabajo?
Era de ámbito educativo, pero nos relacionábamos con otras asociaciones, también clandestinas, contra la dictadura.

Noches de ciclostil y panfletos
Noches enteras.

Y, al margen de la clandestinidad, ¿qué suponía su trabajo?
Castellano, latín y también se empezaba a dar catalán como optativa. El instituto, que era una filial del Maragall sólo femenino, tenía un grupo de gente muy innovadora que apostaba por la escuela activa.

¿Cómo dio el salto a Menorca?
En octubre de 1972, había conocido al que sería mi marido, Ferran Pérez. Él era tres años más joven que yo y se había casado con una de mi edad. En aquella época se daban mucho las comunas. Así que él alojó en su casa a un amigo y al cabo de un tiempo éste y su mujer se fueron sin decir ni adiós. Eso hundió a Ferran, que en aquella época trabajaba en investigación en la fábrica Búfalo...

¿De betunes?
Sí y pesticidas. Era un cinéfilo empedernido. Un día fue a ver Ikiro ("Vivir"), de Kurosawa. Esa noche no durmió y al día siguiente se despidió de la fábrica y de un sueldo bastante bueno.

¿Cambió a su primera mujer por usted?
No, aún tardó.

Me cuenta esto porque...
Porque explica cómo llegué a Menorca. Él pasó dos años muy mal. En su casa siempre había una mujer. Él se había descontrolado. Alguien le ofreció trabajar como jefe del laboratorio en el instituto, en formación profesional, donde yo daba entonces lengua castellana a adultos. Estaba encantada.

¿Le interesó la educación de adultos?
Muchísimo. No lo había hecho antes y aunque acababas tarde era estupendo porque la gente acudía con mucho interés. Fue un gran estímulo porque tenías que adaptar contenidos a personas que casi no sabían leer. En esa época formamos un grupo de amigos y en esas conocí a Ferran. Él tenía otra novia, pero yo salía con él los fines de semana y poco a poco fuimos descubriendo que teníamos mucha afinidad.

¿Eso les condujo a la isla?
A Menorca vinimos por una serie de coincidencias. En mayo de 1973 me habían hecho un apercibimiento por huelguista. Por otro lado, cerraba la escuela de FP donde trabajaba Ferran. En mi casa no aceptaban que yo quisiera ir a vivir con un hombre casado. Una amiga mía, monja seglar, que había conocido en un curso de Rosa Sensat me habló de Menorca y de que había plazas de maestra en Es Castell y nos decidimos. Hicimos una huida hacia adelante. Tirso Pons era el director de la escuela. Fuimos muy bien acogidos.

Cambió de mundo en cuestión de horas
Uf. Llegamos en barco el 17 de septiembre de 1973. Era un domingo y el lunes empezaba a trabajar. Estuvimos un mes en un hostal y ya más adelante compramos el piso en el que todavía vivo en Es Castell. Mientras ejercía, preparé oposiciones. Aunque podía optar como licenciada, me decidí por Magisterio porque pensé que sería más fácil. Quedé en segunda posición y la plaza disponible fue la de una escuela rural.

¿No era como una auténtica inmersión?
¡Bueno!, me correspondió ir a la escuela de Torrepetxina, en el "lloc" de Son Gamba. En el 600 y con un mapa de Mascaró Pasarius llegué a Son Febrer, donde tenía que recoger la llave de la escuela. La maestra anterior había abdicado.

¿Cuáles eran los rasgos de una escuela rural en esos años?
Tenía treinta y pico alumnos. A algunos los recogía yo por el camino; otros llegaban a la escuela saltando paredes o a lomos de un burro. Dependía del Colegio Joan Benejam, había pocos recursos: una estufa de butano, una pizarra y una letrina, y todos los niveles de enseñanza. Incluso me llegaron a "colocar" niños de 4 y 5 años tres días por semana.

Las escuelas unitarias tienen algo de heroicas
Llegué a tener 43 alumnos, todo mezclado. A mí, que era una auténtica urbanita de "Ciutat Vella", me resultó una experiencia preciosa y aprendí mucho: a buscar esclata-sangs, caracoles, espárragos. Además, junto con el "senyor", el cura y el veterinario, la maestra tenía un cierto rango de autoridad. El único inconveniente es que te encontrabas sola, de las 8.30 a las 13.30 horas. Estuve cuatro cursos, hasta que me dieron un primer destino provisional en Ferreries.

¿Cómo llegó al CEP?
Antes que eso, he de decir que mi carrera profesional también incluyó una etapa de directora en el colegio de Es Castell, a propuesta del profesor Prats. Aquello era duro y lo compatibilizaba con las clases. Criticar es fácil por eso creo que todo profesor tendría que ser director y saber de las complicaciones que esa responsabilidad conlleva. Más adelante, conforme avanzaba el sistema de formación del profesorado, se fueron conformando equipos directivos...

El CEP...
Es curioso, la propuesta me llegó a través de mi marido, que trabajaba de ordenanza en Delegación del Gobierno, con Ramón Sánchez Ramón. Se equivocaron. El CEP se había creado en 1984-85 y tenía su sede en Ciutadella, aunque donde realmente hacía falta era en Maó. En Ciutadella estaban más formados, el profesorado era más joven e innovador y existía el Moviment de Renovació Pedagògica. Es así como se decidió crear una extensión en Maó. En realidad, el actual conseller Bartomeu Llinàs, que entonces era director general, había ido al Ayuntamiento de Maó a pedir un local y se lo negaron. Y en Ciutadella fueron más espabilados y lo ofrecieron.

O sea, ¿Maó es una extensión del CEP de Ciutadella?
Estrictamente sí, aunque haya una sola dirección y esté en Maó. El primer año lo pasé fatal, ¡Suerte tuve de poder contar con Biel Julià, que era profesor de apoyo!

¿Tan difíciles son los profesores?
Creí que me iba a dar una depre. Mi nombramiento se hizo en enero, pero antes, antes de Navidad, me llamaron a Palma y yo estaba perdida, de no saber por dónde arrancar. Tan perdida que me propuse estar sólo un año.

¿Le gustó esa otra perspectiva de la docencia?
¡Me he jubilado siendo directora del CEP! Alguna vez pensé en dejarlo para no perder contacto con el aula, pero ésta ha sido una experiencia muy enriquecedora. Y si tuve tentaciones de dejarlo es porque mis asesores, que llegué a tener 12, aprendían más que yo, que hacía mucha gestión y siempre estaba de reuniones...

¿Cómo evitarlo?
Pues yo lo conseguí. Hice un planteamiento: "Necesito una escuela, aunque sea a tiempo parcial". Estuve en Es Migjorn, donde me acogieron estupendamente.

Si no entiendo mal, ¿usted se convirtió en asesora de usted?
Eso es, dejaba de ser directora para ir a ser asesora en una escoleta de Es Migjorn. Así hice durante tres años.

¿Qué hacía la red de asesores, orientar el trabajo...?
Los colegios tenían que tener un plan de formación de centro. En ese plan de formación puede entrar aquella actividad que se hace dentro del propio centro o bien cursos y seminarios con profesores externos.

¿Cada centro tiene su estrategia de reciclaje?
Sí, y para que la gente se animara a hacer formación, lo vinculamos a los sexenios y al cobro de un plus. Es decir, un profesor tiene que haber hecho 100 horas de formación por cada seis años.

¿El CEP depende de la Conselleria?
Sí.

¿Tiene muchos recursos económicos?
Cada vez menos.

¿Puede cuantificar?
Tal vez hablamos de 14.000 euros (cuando yo lo dejé)...

...poco parece.
Es poco, suponiendo que es sólo para formación. Porque es que además está la logística: al tener dos locales, tenemos que tener dos fotocopiadoras, dos líneas telefónicas, dos proyectores, dos salas de informática...

Pues ya me contará cómo lo consiguen...
Hemos conseguido traer mucho profesorado externo, sobre todo de Cataluña, porque venir a Menorca les encanta.

¿Altruistas por fascinación?
O cobrando poquísimo. Sí, pero nos ha funcionado. Tenemos uno, un profesor de matemáticas que aún viene...

¿Un fijo discontinuo?
Ja, ja, eso es. Y le compensa porque recoge mucho material. Pero es que además hay que pensar que los cursos se hacían en viernes y sábado, por lo que el profesorado también estaba haciendo voluntariado de autoformación. En estas circunstancias se entiende mejor...

También habría recursos extras de la Conselleria...
Muy poco. Recientemente en telemática e informática hemos tenido un impulso y en algunos cursos on-line, pero no más...

Decir CEP implica...
Todo: institutos, colegios y, aunque teóricamente no entra, también se hacen programas para educadores de 0 a 3. En nuestra filosofía pedagógica ya se habla de 0-6.

¿Cómo vive una directora del CEP el baile constante de normativas en materia de Educación?
El principal fallo de la LOGSE es que tiene un cuerpo filosófico muy bonito, pero no se acompaña de un programa económico.

¿Por tanto: sólo palabras?
Justo, te la crees, luchas por ella, pero... Lo mismo la LOE. En el ranking de inversiones del Estado, lo social, el medio ambiente y la Educación, siempre están abajo.

¿Tenemos buenos ideólogos y poca perseverancia?
Sí, cambios por cambios políticos. De todos modos, lo importante es que el profesorado crea en lo que hace.

Sí, pero cada vez que sale un informe PISA, la educación parece más inclinada al fracaso... ¿Cómo se lo toma un docente? ¿Se tranquiliza pensando que es un fallo del sistema?
Del sistema y de la manera de procesar los datos. En el extranjero he visto escuelas sencillas en cuanto a su estructura, eso sí, bien conservadas en su mantenimiento, pero que denotan que a lo que se da auténtica importancia es a la materia, en todas sus posibilidades, y no al envoltorio. Ya no hay que ceñirse a la inteligencia racional sino a todas las otras: la musical, la emocional, la cinética... Y hay también una cuestión de ratio, con menos alumnos se podría obtener mejor rendimiento.

Pues con la filosofía de integración no parece que esto vaya a mejorar, si no es que se empiecen a patentar superprofesores
Eso es factible en aulas reducidas y con un auténtico apoyo de profesores.

¿El apoyo flojea hasta en la autoridad que se concede al docente?
¿Qué ha pasado? Nadie tiene la culpa, pero todos la tenemos. Los padres, mayoritariamente, delegan la educación de los hijos en la escuela. Unos porque no saben, otros porque no pueden. Particularmente también cuestiono el cambio de la LOGSE que introdujo la ESO en los institutos. Ahora los chicos se van envalentonados allí. Se ha instalado una sociedad de consumo, la cultura de la queja, la pérdida de valores...

Fitxa
El pasado mes de diciembre recibió la Medalla al Mérito que acaba de instituir la Conselleria de Educación y Cultura. El galardón, primero de los que se entrega en Menorca, le fue concedido fundamentalmente por los años de dedicación y servicio como directora del Centre de Professors de Menorca. Pero antes, impartió clases en Es Castell, en la escuela rural de Torrepetxina y en Ferreries, además de hacer asesoramiento de profesores en Es Migjorn. Santacana, que llegó a la isla en 1973, como maestra y licenciada en Filosofía, ha añadido a su curriculum una segunda carrera, Psicopedagogía, que empezó en la UOC a los 52 años. Actualmente cursa en esa misma universidad las asignaturas de Antropología Social, Etnografía e Imagen y Cultura. Viuda y jubilada profesionalmente, reparte su tiempo entre el estudio, su hija y su nieto, y una afición por la fotografía que orienta ya, 30.000 bodegones y paisajes después, hacia objetivos de etnología insular.