Balada. La promotora lleva el nombre al revés del millonario que la constituyó en 2004. - Archivo

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La promotora Adalab, creada en 2004 por el inversor menorquín Juan Ignacio Balada (Ciutadella, 9-1-1940/18-11-2009), quedó disuelta oficialmente el pasado 14 de mayo, en respuesta a la voluntad expresada por sus herederos –los Príncipes de Asturias y los ocho nietos de Sus Majestades los Reyes-, así como por la fundación de interés general que presidirán Don Felipe de Borbón y Doña Leticia por mandato testamentario. El anuncio de la disolución de la entidad (cuyo nombre, Adalab, es Balada, al revés) fue publicado en el Registro de Barcelona el pasado 25 de mayo. En esta misma fecha, se nombró liquidador de la sociedad al abogado catalán Joan Viñas Vila, albacea del testamento del finado y el hombre que durante meses ha protegido con celo el secreto que planeaba sobre la última voluntad del excéntrico y refinado millonario ciutadellenc. Desde el pasado 12 de enero, el cargo de administrador de Adalab había recaído en la consultora Orlextri SL, que administra el letrado barcelonés.

La empresa Adalab se constituyó el 2 de abril de 2004 para dedicarse por entero al negocio inmobiliario. Su fin: la adquisición y arrendamiento no financiero de bienes inmuebles, así como la participación en cualquier tipo de sociedades mercantiles mediante la adquisición, tenencia, administración y enajenación de acciones. La empresa quedó registrada en Barcelona con un capital social de registro de 5.988.000 euros, y durante sus algo más de cinco años de vida, operó sólo en el territorio nacional.

En 2008, el capital social de la empresa se había incrementado hasta los 8,6 millones de euros. Adalab contabilizaba un patrimonio de 7,1 millones y activos financieros por valor de más de 8 millones de euros. A pesar de ello, los dos últimos años de actividad de la promotora se cerraron con números rojos. Así, en 2008, la empresa acumuló pérdidas por importe de 1,29 millones de euros.

A la muerte de Juan Ignacio Balada, quien poseía el 100% del capital de Adalab, los bienes y valores de la sociedad fueron tasados por un experto independiente en 5.219.861,56 euros. En el momento de su fallecimiento, el capital social de Adalab alcanzaba los 8.612.740 euros. Tal como explicó la Casa Real en un comunicado hecho público el pasado 28 de mayo, la diferencia entre ambas cantidades tiene su explicación en las pérdidas sufridas por la cartera de valores de la sociedad debido a la crisis bursátil. Según se explicó entonces, la futura fundación que se creará para apoyar a los jóvenes españoles y desarrollar proyectos de carácter social y de fomento de la cultura recibirá, antes del preceptivo pago de impuestos, 3.999.968,66 euros; esto es, el 50% de la masa hereditaria, que, descontando el valor de los inmuebles legados por el hijo de la 'senyora Nina s'apotecària', asciende a 7.999.927,32 euros. Esta cantidad se materializará en dinero en efectivo, participaciones de Adalab y otros valores cotizados en Bolsa.

Asimismo, cada uno de los diez herederos –los Príncipes de Asturias y los ocho nietos de Don Juan Carlos y Doña Sofía- recibirá, también antes de impuestos, 399.996,86 euros, participaciones de la promotora Adalab –en fase de liquidación- y diversos valores bursátiles. El pago del impuesto reducirá la cantidad neta a percibir por cada uno de los diez herederos a unos 70.000 euros.
El anuncio de la aceptación de la herencia por parte de la Casa Real dio al traste con las predicciones realizadas apenas unos meses antes por el conocido periodista experto en cuestiones monárquicas Jaime Peñafiel, quien auguró en el programa Sálvame Deluxe de Telecinco que la Familia Real renunciaría finalmente al legado de Balada apelando a una "norma no escrita" según la cual no aceptaba nunca las herencias de los ciudadanos. El 'sí' de los Príncipes evitó que la millonaria herencia del culto y solitario hijo de la primera farmacéutica de Balears, Catalina Llabrés, acabara migrando al Estado de Israel, una cláusula que Balada incluyó en su testamento y que hizo disparar los rumores y los comentarios sobre la condición de masón del inversor menorquín. Algunas anécdotas, como el hecho de que el inversor colocara algunos símbolos masónicos en su llamativa mansión de la antigua Plaza Juan de Borbón, contribuyeron a alimentar los comentarios sobre su afición por la cábala, la magia y la masonería.