Fluxá. La menorquina en la zona Rockefeller Center, muy cerca de la sede del Wall Street Journal - C.F
A pesar de su juventud, el currículum de Carlota Fluxá Van Delzen (Maó, 1978) resulta de lo más brillante. Tras estudiar periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, obtuvo una beca de la Asociación de Prensa que le permitió acceder a Telecinco, donde trabajó durante un año. Posteriormente, la menorquina obtuvo una beca Fullbright que la llevó hasta Boston. Actualmente, Fluxá vive en Nueva York junto con su pareja, también periodista, y su gata "Frida Katho". La joven ejerce como coordinadora de ediciones del periódico financiero Wall Street Journal. No obstante, reconoce que las decisiones importantes de su vida las ha tomado siempre sin meditarlo mucho. "Pocas veces me he sentado a pensar si atravesar la puerta A o B sino que más bien me he dejado llevar por las oportunidades que se me presentaban", asegura.
¿Cómo recuerda sus primeros años de vida en Menorca?
Recuerdo ir a párvulos en Es Castell y que unos niños mayores me habían dicho que los Reyes Magos vivían en la torre del ayuntamiento y que desde ahí vigilaban todo. Un día cuando me empujaron sobre el césped donde decía "Prohibido pisar", me arrodillé desesperada ante la torre y les pedí perdón a los reyes. Además, me acuerdo de los bares a los que nos llevaban mis padres, sobre todo, Es Cau, en Cala Corb, donde mi padre cantaba y mi hermano tocaba los bongos y nos quedábamos dormidos con la piel tirante y salada después de pasar todo el día al sol.
¿Vivían en Es Castell?
Sí. Mis padres tenían un restaurante, "La Ranita", cerca del Hotel Carlos III. Se llamaba así porque mi padre decía que mi madre, cuando hablaba en holandés, sonaba como una rana. Como resultado, mi madre empezó a coleccionar ranas de cerámica que formaban parte de la decoración del restaurante. Mi padre, Hilario Fluxá, se dedicaba a la cocina y mi madre preparaba las ensaladas y los postres y ejercía de relaciones públicas. Después de cerrar, se iban a cenar a "Sa Pedrera", en Torret, y gastaban todo lo que habían ganado durante la noche. Eran una encarnación del lema "trabajar para vivir", muy diferente a lo que se ve en EEUU, donde muchas veces tienes la impresión de que la gente vive para trabajar. Cuando nos mudamos a Holanda, eché mucho de menos la Isla. Volvíamos todos los veranos y mi madre nos llevaba a pasar todo el día a la playa en Es Grau, donde nos hacía coches de carreras y colas de sirena de arena. Me encanta volver ahí porque es como si el tiempo no hubiera pasado. Todo sigue igual.
¿Por qué motivo se trasladaron a Holanda?
Mi madre, que es holandesa, mi hermano y yo nos fuimos a vivir a Amsterdam cuando yo tenía 6 años porque mis padres se separaron temporalmente. En 1988 volvimos a Menorca de nuevo pero, esta vez, nos fuimos a vivir a Sant Lluís, a una casa de campo. Yo tenía una yegua en la tanca de al lado y cuando abría la ventana de mi cuarto, Parritxa metía la cabeza y yo le daba manzanas o zanahorias. En esa época fui al colegio público de Sant Lluís, donde mi maestra, Manola Hilario, fue mi inspiración para querer leer y escribir. Soy muy consciente de lo privilegiada que he sido de crecer en Menorca. Sobre todo ahora, viendo cómo mucha gente cría a sus hijos en una ciudad como Nueva York.
Estudió Periodismo en Madrid, ¿qué la llevó a decantarse por esta carrera?
Siempre tuve claro que era de letras. A partir de ahí, no es que tuviera una vocación demasiado clara. Quería hacer algo que me diera la oportunidad de escribir y de viajar. En parte, estudié periodismo porque quería entender la historia detrás de la historia. Era una forma para entender mejor dónde estaba, quién era y de qué formaba parte.
Cada verano volvía a la Isla...
Sí. Venía a Menorca a trabajar para poderme pagar el siguiente curso en Madrid. Trabajé una temporada en el "Vell Parrander", en Calasfonts, y varios años como camarera en la pizzería "Roma", en el puerto de Maó. En su día me daba algo de rabia tener que hacer estos trabajos para salir adelante, en vez de hacer prácticas en periódicos o cadenas de radio, como la mayoría de mis compañeros. Pero estuvo bien. ¡Aprendí a llevar cinco platos de un solo viaje!
¿Qué camino tomó al terminar la carrera?
Terminé Periodismo con muy buen expediente pero sin tener idea de qué hacer a continuación. Empecé un doctorado de Derecho de la Comunicación porque me sentía cómoda con la disciplina académica. Pero un día, me llegó una carta de la Asociación de la Prensa de Madrid en la que me decían que había sido escogida para optar a una beca de Primer Empleo. Pensé que era un timo pero resultó que no. Me entrevistaron y quedé en el segundo puesto con libertad de elegir una lista de posibles destinos. Escogí Telecinco porque me parecía el más prometedor a largo plazo.
¿Cómo fue su experiencia en televisión?
Trabajé durante un año como redactora en Telecino y, aunque guardo buenos amigos de aquella época, el trabajo no me gustaba mucho. Aquello parecía un concurso constante de popularidad para ver quién hacía más directos y quién tenía piezas. En ese periodo conocí a José Couso, el cámara que murió en el Hotel Palestina en 2003.
Supongo que su muerte fue un golpe duro...
Sí. Yo ya no trabajaba en Telecinco pero un antiguo compañero me mandó un mensaje avisándome de que Couso estaba herido. Fui directamente a los estudios de Telecinco para estar con mis ex compañeros. Cuando llegué, José ya había muerto. Fue de las experiencias más sobrecogedoras que he vivido nunca. Todo el mundo estaba devastado, unido por el dolor. José Couso era un encanto y todo el mundo se llevaba bien con él. Fue de las primeras personas que me hizo sentirme bienvenida en Telecinco. Fue paciente conmigo y la verdad es que era un placer trabajar con él. Era bromista y se notaba que le gustaba su trabajo y que tenía un compromiso muy fuerte con su responsabilidad como periodista.
De Madrid a Boston... ¿Qué la llevó a cruzar el charco?
Siempre había estado fascinada por la educación de EEUU donde parecía que si te esforzabas te llevaba por un camino de éxitos merecidos. Además, estaban las películas, la música, pero también la política y la doble moral. Todo me producía una sensación mixta de atracción y rechazo que quería experimentar personalmente. Era consciente de que nunca podría pagarme algo semejante, así que pedí la beca una beca Fullbright. Pensaba que si la conseguía tendría el resto de mi vida resuelta pero no leí la letra pequeña en la que decía que la beca no cubría todo el coste del máster. ¡Los precios de la educación en EEUU son ridículos! Gente de mi edad, que ha acabado la carrera hace diez años, todavía debe miles (o decenas de miles) de dólares.
¿Cuando aterrizó en EEUU?
Llegué el 18 de agosto de 2003. Los primeros meses que pasé en Boston fueron bastante deprimentes. El inglés que en España me hacía parecer la reina del mambo, allí no me sirvió de mucho. Por primera vez suspendí un examen. Aquí, te lo digo yo, se inventan las palabras. Convierten los verbos en sustantivos, los adjetivos en verbos y hacen todo lo que les da la gana para producir un párrafo que lo diga todo en una frase de sujeto, verbo y predicado. No hay subordinadas que valgan. Lo pasé bastante mal. Me salvó un amigo compositor de Costa Rica al que le gustaban mis historias sobre España y, sobre todo, mis tortillas de patatas. ¡Engordé 10 kilos en esos meses!
¿La cosa mejoró?
Al principio echaba de menos Madrid todo el tiempo y me pasaba la mitad del tiempo comparándolo todo con España. Luego me acostumbré y ahora reconozco que ambas partes tienen sus ventajas y desventajas. He aprendido a sentirme en casa allá donde vaya. En relación al clima he de decir que nunca he pasado tanto frío como aquel primer invierno en Boston. No tenía mucho dinero así que, para ahorrar, caminaba mucho pese a la nieve. Recuerdo ponerme la canción "Idioteque" de Radiohead porque su ritmo me ayudaba a resistirlo, casi como algo militar.
A pesar de todo no se rindió...
No. Fue uno de esos desafíos que me propuse terminar. El máster de periodismo integral fue más bien un aprendizaje cultural que académico. Me enseñó a funcionar en EEUU. Al graduarme me concedieron el premio del Departamento de Periodismo por mi tesis, una comparación del tratamiento periodístico del terrorismo en los medios de comunicación de España y EEUU, que le dediqué a José Couso.
¿Encontró trabajo en Boston?
Sí. Trabajé durante seis meses en el mayor periódico en español de Nueva Inglaterra, "El Mundo de Boston". Me dieron mucha libertad pero cobraba menos que la recepcionista que respondía al teléfono.
¿Cómo surgió la oportunidad de trasladarse a Nueva York?
A través de un anuncio en una página web me enteré de que buscaban periodistas en el Wall Street Journal. Tuve que hacer una prueba, pero no fue terriblemente difícil. Cuando me llamaron para ofrecerme el trabajo di saltos en la redacción de "El Mundo de Boston". Así, en agosto de 2005 llegué a Nueva York. Viajé en autobús desde Boston y al llegar, me sorprendió lo inmensa que era la ciudad. ¡Era exactamente como en las películas!
¿Fue muy drástico el cambio?
Sí, desde luego. Nueva York es una ciudad que tiene vida en sí misma. A veces me paro a pensar qué es lo que me gusta de esta ciudad, porque es tan increíblemente difícil y duro vivir aquí, por clima, precios, caos del transporte público, suciedad en general, aglomeraciones, pero debe ser algo visceral. A veces, caminando hacia el trabajo, cuando miro hacia arriba y pienso en la jungla de monstruos de hormigón en la que vivo, y cómo tanta gente convierte el vivir aquí en su objetivo, me enorgullezco de ser parte de toda esta vorágine, viniendo de un sitio tan pequeño como Menorca.
¡No se aburrirá!
Aquí, en Nueva York, jamás he estado aburrida. Puedes ir al Museo Metropolitano, pagar 25 centavos, y ver cosas que salen en los libros de Historia del Arte. ¡Casi gratis! O pasear por Central Park, donde en verano la Orquesta Sinfónica da conciertos gratis al aire libre y donde se celebra cada año un festival de teatro de Shakespeare que también es gratis. O sentarte en la plaza de Washington Square y mirar a la gente. O ir a bares con historia, donde Bob Dylan se dejaba la piel y la voz, por ejemplo. Aquí cada rincón tiene algo que contarte.
Tendrá también sus inconvenientes, ¿no es así?
Una de las cosas que menos me gustan de vivir en Nueva York es la eterna sensación de que falta tiempo para todo: o voy al cine o a cenar con amigos, o voy al teatro o me quedo en casa a escribir ese montón de e-mails que tengo pendientes. Mientras, siempre tienes que ir esquivando a avalanchas de gente. Es difícil salir a la calle con la intención de no ver a nadie y no hablar con nadie. Algo tan fácil en Menorca. Tampoco me gusta la obsesión que tienen muchos aquí con el dinero y lo que haces; la profesión es lo primero.
¿Cómo fueron sus inicios en el Wall Street Journal?
Al principio de trabajar allí andaba perdida y tuve que ponerme las pilas en temas de economía, que nunca fue mi fuerte. Me sentía avergonzada de hacer preguntas que me dejaran en evidencia así que por las noches, en casa, empollaba: leía guías y manuales, me empapaba del vocabulario, etc.
¿Cual es exactamente su labor?
Mi puesto se llama coordinadora de ediciones. Básicamente lo que hacemos es adaptar los artículos del Wall Street Journal en inglés al español: los traducimos y los adaptamos a la audiencia de nuestros países. Publicamos nuestras páginas como suplementos dentro de los periódicos económicos en 16 países de América Latina. Además también tenemos varios semanarios, una edición de fin de semana y varias que se publican en EEUU para los lectores hispanos. Mi trabajo consiste en formar parte del equipo editorial que cada día decide qué artículos mandar a cada país según cuál es su interés, ya sea por la magnitud de la noticia como por las repercusiones que pueda tener en la región. Por ejemplo, cualquier noticia que hable sobre China y la demanda de cobre le interesa a Chile, que es el mayor productor de este metal.
Un trabajo realmente interesante...
Sí, obviamente no me puedo quejar. ¡Aunque sigo pensando en lo que quiero hacer cuando sea mayor!. Me gustan demasiadas cosas así que me cuesta mucho conformarme y asentarme. Siempre ando barajando posibilidades de cambiar, de hacer otras cosas. No logro imaginarme esa gente que se pasa 25 años en la misma empresa. Hay días en que me levanto pensando que me habría encantado probar suerte estudiando arte dramático. Otros días fantaseo con trabajar como traductora en Naciones Unidas. O pedir una beca y estudiar en Oxford y convertirme en una académica. En fin…
¿Viaja a Menorca con regularidad?
No tanto como quisiera, pero voy al menos una vez al año y suelo quedarme una semana.
¿Qué es lo que más echa de menos de la Isla?
Sentarme a cenar con mis padres, ver el mar cada día, olerlo, la comida, montar a caballo, el saber dónde estoy (en Menorca es el único lugar donde me oriento), la tranquilidad y la idea de tener tiempo.
¿Se plantea la posibilidad de regresar a Menorca en un futuro?
No lo sé. Mi vida siempre da vuelcos así que nada me sorprendería. En principio no me lo planteo a corto plazo, pero es bueno saber que uno siempre puede volver a casa. Además, el proyecto de mi vida sería escribir una obra, ya sea de ficción o no, sobre la historia de la familia de mi padre en la Isla. Mi padre siempre me cuenta recuerdos de su infancia y parecen sacados de un libro. Siento que es mi responsabilidad dejar eso recogido por escrito en algún momento para que no se pierda. No obstante ahora estamos en crisis y no está el horno para bollos. Nada de pedirse excedencias ni licencias de trabajo. Nada de nada hasta que los americanos vuelvan a endeudarse hasta las cejas para comprar todo lo que produce China. Tal vez así arrancamos de nuevo esta economía catatónica.
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