Hoteles de Son Bou.

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Menorca es hermosa y causa admiración a los visitantes por su estado de conservación y enorgullece por ello a sus residentes. Pero también es fea; porque la fealdad no es solo una percepción estética. Como dice Theodor Adorno: «la fealdad es una impresión que surge de una violencia, de una destrucción», y Menorca no se libra de esa fealdad producto de la destrucción del territorio, de su patrimonio y de su arquitectura. También se violenta su naturaleza hermosa con la destrucción de sus valores, tanto estéticos como morales y la sustitución de edificios sin estética, ni amor;    por creaciones inartísticas, que decía Gombrich.

Este artículo surge de la lectura del libro «España fea» del periodista de investigación Andrés Rubio. Un libro de más de 400 páginas donde se relatan y detalla el caos urbanístico fruto de una especulación económica salvaje, de políticos insensibles o corruptos y de técnicos sin criterio que, entre todos, han dejado un planeta lleno de fealdad.

Portada del libro «España fea» de Andrés Rubio, 2022.

Pone la piel de gallina y encoge el espíritu conocer la cantidad de patrimonio destruido en poco tiempo, la cantidad de infraestructuras megalómanas, aeropuertos sin aviones o trenes de alta velocidad para ir a poblaciones remotas por el capricho del político local. Duele y ofende ver el despilfarro del dinero público en obras inútiles y faraónicas. Pero no es solo en España donde se han cometido desastres, distintos autores han escrito sobre la misma fealdad en sus países. Se impone ofrecer una mirada crítica reclamando sensatez y respeto.

Menorca sale en «España fea», claro; pero para bien. Somos uno de los pocos ejemplos de bien hacer en todo el libro. Destaca el autor como, gracias a la sensibilidad y la lucha de su población, se consiguió recuperar un camino histórico como el Camí de Cavalls.

Manifestación a favor del Camí de Cavalls, 2006.

Es cierto, pero se podían haber incluido otros casos de recuperación patrimonial, como el de la amenazada cantera de S’Hostal por Lithica, las de Es Castell por Thalassa o todo lo que se ha salvado en la Isla del Rey. También se ha sabido conservar el encanto de las casetes de vorera y de casetes d’hortal de principios del siglo XX. Nuestra costa ha sufrido múltiples ataques especulativos, desde la histórica de S’Albufera, Macarella, Trebalúger… hasta que un planeamiento riguroso ha conseguido preservar virgen buena parte de nuestro litoral. ¡Aleluya!, hoy el prestigio turístico de nuestra isla se debe a iniciativas como esas.

Canteras de s’Hostal, amenazadas de desaparición y recuperadas por la asociación Lithica en 1995.
Illa del Rei, amenazada en su patrimonio y recuperada por una asociación en 2004.

Sin embargo, no todo es de color de rosa. Llegando a las payas de Son Bou te reciben dos torres de hotel, como un recuerdo del desarrollismo de los años 60. Y hay más ejemplos de balearización en Menorca; pero, en general, nuestras urbanizaciones no son espantosas y forman parte de una industria turística que nos da de comer.

Poblado de Pescadores de Binibèquer Vell, 1972.

Sin embargo, hay un caso peor por más reciente: en Sant Lluís se ha permitido levantar, a la entrada del pueblo, un mamotreto horrendo e inútil donde antes estaba Sa Tanca. Una construcción desmesurada, sin encaje estético con la arquitectura local, que fue una iniciativa privada fracasada y recuperada con dinero de todos. Aún sin saber qué hacer con ella. Lo más razonable sería usar dinamita para olvidar ese atentado, y crear algo bello y respetuoso con el entorno y la belleza de Sant Lluís; una visión desde el arte y no desde el aprovechamiento económico.

Si nos comparamos con otros lugares, sabemos que les ha ido peor, que sus urbanizaciones son más caóticas, puro guirilandia de excesos, que la destrucción de su paisaje y su identidad han sido peores; pero, ¿es eso un consuelo? ¿Es un argumento para no corregir, para no intentar recuperar lo perdido? Cita Andrés Rubio a un arquitecto italiano que propuso crear un Ministerio del Zurcido Territorial, para reparar los descosidos, los atentados y todo lo valioso afectado por la especulación y la falta de respeto.

Antigua fábrica Codina, con un proyecto de recuperación como centro cultural.

Ahora se están rehabilitando muchos edificios. Antiguas casas señoriales están siendo compradas por gente con recursos económicos y rehabilitados con respeto a la arquitectura tradicional, tanto en el campo como dentro de la población. Es cierto que preocupa ver que la mayoría de esos nuevos propietarios son extranjeros, pero también es cierto que eran menorquines los propietarios anteriores que los dejaban caer.

Entre la desidia y el abandono. El edificio Bonanova, a la entrada de Ciutadella, es otro caso lamentable de desidia intencionada; adquirido por empresarios, esperan poder declararlo en ruina total para construir en su lugar un centro comercial. Sustituir un edificio noble de inspiración palladiana, por vaya usted a saber qué nave vulgar. Un caso parecido tenemos en Maó con Villa Luisa, donde las dificultades para rehabilitarlo como residencia de tercera edad está llevando aquella preciosa villa a la ruina. O la fábrica Codina, pendiente de permisos para reconvertirla en hotel y centro de arte. En Ciutadella todavía se recuerda la Casa Cabrisas, una casa colonial con su balaustrada de hierro, en la Plaça des Born, derribada y sustituida por un austero y banal edificio de Correos. Hemos salido perdiendo.

Bonanova en Ciutadella, casi en ruinas.

Villa Luisa en Maó, muy deteriorada hoy.

Casa Cabrisas, en la plaza del Born, 1894.

¿Qué ha aportado la arquitectura contemporánea a la Isla? ¿Podemos presentar con orgullo alguna obra notable? ¿Os gusta el edificio del Consell Insular como representación del pueblo de Menorca? ¿O parece un edificio funcional, como si se tratara de un bloque de oficinas? ¿Es Binibeca lo más auténtico en arquitectura vernácula de creación? Y los polígonos industriales o los hortales que pueblan los extrarradios, ¿alguien me puede señalar una sola casita o nave industrial con encanto?

Lo que se ha construido a partir de la mitad del siglo XX es feo, funcional, banal o pretencioso.

No es tanto una nostalgia del pasado, como ver la oportunidad de reflexionar sobre lo que vamos a legar a nuestros hijos y a nuestros nietos. Se puede trabajar en el territorio planificando, diseñando y debatiendo con respeto, cariño y buen gusto, dejando margen a la creatividad de pensadores, arquitectos y artistas; en lugar de dejarlo en manos del «mercado» que, como todos sabemos, no tiene alma ni corazón. Y así nos va.