La presidenta y alma mater de la Fundación Líthica, Laetitia Lara. | Josep Bagur Gomila

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Es la guardiana de las Pedreres de s’Hostal. Desde que las descubrió hace décadas, se ha dedicado a poner en valor la nobleza de las canteras abandonadas. Laetitia Lara (París, 1957) sigue al frente de Líthica treinta años después de crear la fundación, apoyada ahora en su mano derecha, Anna Maria Bagur.

Con la perspectiva del tiempo, ¿cómo recuerda esa primera visita a este espacio?

—Vine en 1981 de viaje cuando estudiaba Arquitectura y me pareció una isla de piedra como Irlanda, pero en el Mediterráneo. Después de haber visto taulas y cuevas, en el último día de mi viaje descubrí este agujero blanco trabajado por la mano del hombre. Fue una sorpresa, como un regalo escondido en el paisaje. Me enamoré y estoy todavía por aquí.

¿Y qué la movió a empezar este proyecto?

—Después de haberme formado unos años en Barcelona, en 1991 me instalé aquí para trabajar en las gárgolas de la Catedral con Agustín Petschen. Cuando vi cómo los camiones llenaban esta cantera de escombros, nos propusimos parar este vertido. Como me había basado en estas canteras para ilustrar mi tesis sobre arquitectura esculpida para la Universidad de la Sorbona, Agustín y yo fuimos al Ayuntamiento con la tesis. Nos hicieron caso y la catalogaron como bien de interés etnológico. Pero para parar el proceso de vertido definitivamente decidí alquilar la cantera y crear Líthica.

¿La gente entendió la idea de recuperar una cantera así?

—Como coincidió con la declaración de Menorca como Reserva de la Biosfera, tuvimos mucho apoyo al principio, publicamos un libro, hicimos una exposición. El arranque fue muy bonito, pero fue muy complicado mantener el ritmo. Y el gremio de la construcción no entendía como una mujer, joven y francesa, se atrevía a meterse en el mundo de la cantera. Fue duro, pero conseguimos despertar las canteras del olvido.

¿Se imaginaba lo que crecería este proyecto?

—Para nada. Todo empezó con Toni Pichón, un trencador de la cantera de al lado. Él fue mi guía y maestro, sembró en mí la idea de hacer de este lugar un espacio didáctico para las escuelas. Además del valor artístico que veía yo como parisina, vi el valor etnológico arcaico de este oficio.

Y ya llevan 30 años mostrando este valor…

—No me imaginaba que duraría tantos años. Pero no han sido 30 años de éxitos, para nada. Ha habido muchos momentos difíciles, lo he querido dejar muchas veces, pero hemos seguido. El reto ha sido devolver a este lugar la nobleza y el orgullo, mostrar que cada vez que el hombre trabaja la piedra crea como una obra de arte, algo digno de mirar. A muchos artistas les gustaría tener la inspiración del cantero, que es un artista espontáneo conectado con la tierra.

¿Qué supone ahora Líthica para Menorca?

—Ahora las canteras tienen un valor, porque está lleno de canteras que se recuperan para hacer espacios fantásticos. Antes la gente no lo consideraba así porque no es un patrimonio que tenga «muchos años».

¿Considera que hay otros espacios en la isla todavía poco valorados?

—Como espacios no, pero falta más conciencia del valor de la paret seca. Entender que es una manera de vivir, que lo talayótico forma parte de una línea de piedra que llega hasta hoy en día, y que todo es patrimonio.

¿Cuáles son los retos actuales?

—En Líthica hemos pasado de luchar por sobrevivir a estar de moda. Viene mucha gente y esto hay que gestionarlo bien El reto es mantener la esencia del proyecto: la conexión con la tierra. Antes protegía el lugar de los escombros y ahora lo hago para mantener la llama auténtica. Líthica es un proyecto orgánico que sigue creciendo, seguimos vaciando cantera, hacemos talleres, acabamos de abrir una cantera manual gracias a la ayuda del cantero Magí Moll. Y la incorporación de Anna Maria Bagur ha sido muy importante en los últimos años porque yo había luchado tanto para recuperar el lugar que había olvidado un poco la conexión con el cantero. Ella ha recuperado esta parte, además de intentar atraer a las escuelas. Y para mí es muy importante que esto venga de una persona menorquina, de aquí.