Se estrenó en septiembre, pero «Finlandia» ya se ha convertido en una de las sensaciones teatrales de este 2022 que entra en su recta final. Una pieza escrita y dirigida por el reconocido dramaturgo francés Pascal Rambert que esta tarde (19 horas) se representa en el Teatre Principal de Maó. Hablamos con una de las protagonistas, Irene Escolar (Madrid, 1988).
¿Qué se siente cuando alguien escribe un papel pensando en usted?
—No me ha ocurrido muchas veces, pero en este caso, podría decir que mucho orgullo, pero sobre todo entusiasmo. Creo que es muy emocionante que alguien que está vivo, que es tu coetáneo, escriba algo pensando en ti. Porque puedes compartir el trabajo hacia un sitio mucho más profundo, me permite ir a lugares mucho más desconocidos y complicados.
Una ventaja el conocerse de antemano.
—Ya había trabajado con él en «Hermanas». Pascal es una persona que impone mucho. Es un director muy reputado en Europa y el trabajo que propone es muy complicado. Las tesituras en las que te coloca como intérprete son muy arriesgadas, hay que estar fuerte para entrar ahí. Antes no le conocía, pero ahora ha sido muy placentero, he estado muy relajada y por eso he podido ir a lugares más arriesgados.
¿Cómo ha sido la conexión con el otro protagonista, Israel Elejalde?
—Las obras de Pascal son emocional y técnicamente supercomplejas, sales muy revuelto cada vez que haces una función. Necesitas tener en frente a alguien que te dé mucha confianza. Digamos que tu único salvavidas ante un terror bastante heavy, porque da mucho miedo meterse en un texto como ese, es mirar al otro y saber que te puede salvar. En este caso con Israel ha sido muy fácil porque somos amigos y nos gusta trabajar en obras parecidas.
Dice Pascal que la obra que muestra la parte más fea del ser humano. ¿Es la función del teatro sacar algo de belleza de situaciones como esa?
—Creo que lo bello está en la verdad y para cada uno la verdad es una cosa. Pero y cuando ves algo que es muy real, a dos actores abriéndose en canal para ser transmisores de un texto muy potente, hay algo en eso que te hace buscar mucho esa verdad. Nuestro trabajo es estar profundamente presentes y que eso conmueva al espectador, que le genere incomodidad y que le haga plantearse otro tipo de vida o hacerse preguntas… Hay muchas posibilidades, desde luego no es una función cómoda.
¿Qué respuesta están encontrando por parte del público?
—No es una función que pretenda gustar, ni lo que nosotros hacemos es algo para gustar. Es otra cosa. Hay gente a la que le interesa mucho ir a un teatro y que algo le incomode y que le haga pensar, y gente que rechaza eso profundamente. El texto es muy bello, habla de la separación de una pareja, por tanto, del fin del amor, de lo masculino y lo femenino, de los nuevos feminismos y las viejas masculinidades.
Pertenece a la sexta generación de una familia de artistas. ¿Se planteó alguna vez ser algo diferente?
—La verdad es que no. Mi infancia estuvo rodeada de arte, de libros, de teatro, de cine. No era la vida normal que yo veía en mis amigas. Era diferente, pero muy apasionante, y creo que es algo que engancha mucho. Había mucha alegría y juego, y siendo un niño ves eso y te agarras a ello como una especie de salvavidas. Es muy difícil no querer entrar ahí. Luego, a medida que vas creciendo te vas dando cuenta de la crudeza y la realidad de esta profesión, también de la incertidumbre, de lo mucho que hay que pelear. Ahora no me planteo hacer otra cosa porque no sabría y porque mi vida está invadida por la profesión y eso me hace muy feliz.
Pisar el escenario con 9 años es algo que marca.
—Sí, el nivel de adrenalina. Todo lo que se genera cuando te sientes conectado a un escenario, rodando, actuando. Que es algo que tiene que ver con sentirse muy vivo, es muy difícil querer dejarlo.
He leído que decía que es un privilegio amar aquello que uno hace… ¿Es la clave?
—Sin duda. Amar lo que uno hace y que no te importe las horas que tienes que dedicar. Eso es puro placer, te estimula y da sentido a tu vida. El trabajo da sentido a mi vida, y eso no es tan fácil. Podemos hacer cambiar la manera de pensar de la gente, y de alguna pequeña manera cambiar el mundo.
En cine ha protagonizado en 2022 «Tenéis que venir a verla», de Jonás Trueba. Pero volviendo al teatro, ¿por qué tenemos que ir a ver «Finlandia»?
—Porque te ayuda a entender un poco más la complejidad del mundo. Está bien ir a ver cosas donde uno no se siente totalmente representado, donde la expresión artística puede ser incómoda, puede molestar, puede ser oscura, incluso. Estamos en un momento en el que vamos a ver sobre todo cosas que nos sean complacientes o fáciles, pero es interesante dejarse invadir por algo que te puede mover un poco. Y creo que esta función no te deja indiferente, te remueve porque cuestiona todo, las ideologías, los posicionamientos… En este momento en el que estamos, tan agitado y complejo, es interesante poder estar en un espacio viendo a un hombre y una mujer que ven la vida de una forma tan radicalmente diferente.
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