Cuando han transcurrido ya 15 años de la muerte del escritor chileno José Donoso, el célebre autor sigue gozando de tanta admiración como amplia incomprensión dentro y fuera de su país. Detractores ilustres como Bolaño, e ingratos alumnos que asistieron a sus famosos talleres de escritura para luego renegar -un poco a la callada- del maestro, temerosos sin duda de que figurar en la nómina de "donositos" les acabara perjudicando, pusieron en marcha una rara corriente anti-donosiana entre algunos de los últimos autores chilenos, creo que de naturaleza bien ajena a lo literario. Donoso, aunque sí exprese clara y repetidamente su repulsa en sus diarios personales, siempre se mantuvo en un estado de cierto autismo respecto a la dictadura de Pinochet. Ni tomó partido ni se reveló, no porque fuese un hombre sin color político, que lo era, sino porque se sentía incapaz de enfrentarse a nada ni a nadie en su vida pública. Su recurrente huida de las responsabilidades, incluso de las más domésticas, le acarreó grandes problemas en lo personal y familiar. Todo ello unido a un espíritu emocionalmente quebradizo, de tendencias hipocondríacas y obsesivas, le convirtió en un hombre que, a pesar de su amabilidad y cercanía, sentía una urgente necesidad de esconderse, de retirarse dentro de sí mismo. Su único campo de batalla fue la literatura, hasta el punto de que escribía todos los días, bien fuera novela o dietario, puesto que éste ejercicio no sólo era su refugio, sino el único medio donde Donoso podía hablar claro y sin tapujos de él mismo y de los demás. En los diarios rescatados por su hija Pilar se comprueba que no era tan amable ni condescendiente con algunos de los que le rodeaban como parecía serlo al natural. Simplemente evitaba la disputa, la abierta discrepancia, nunca por miedo, más bien por pereza, por llano desinterés a todo lo que no fuese su obra. Como todos los grandes creadores, cultivaba un gran ego, en su caso maniático, evasivo y contradictorio. Quizá por eso, muy acertadamente, su hija ha titulado su magnífico libro biográfico como "Correr el tupido velo" (Alfaguara, 2011), porque eso hacía Donoso en su acontecer cotidiano, reservándolo todo, ira incluida, para sus novelas.
Donoso fue, a lo largo de su vida, carne de diván. La práctica del psicoanálisis estuvo muy presente desde su juventud y muy enraizada en su obra, una obra en absoluto complaciente, donde la complejidad y los diversos niveles de lectura y de interpretación contribuyeron sin duda a hacer de él uno de los autores del Boom más dificultosos de leer. Aunque compartía con sus compañeros de grupo ciertos rasgos distintivos, carecía de la fuerza telúrica y popular de un García Márquez o de un Fuentes, por ejemplo. O de la imaginación desbordada de un Cortázar o incluso de un Vargas Llosa. Y lo sabía. No obstante, José Donoso es no sólo uno de los novelistas mayores del siglo XX, sino probablemente (junto a Onetti y Sabato) el gran iconoclasta de los autores del Boom. Su obra, en efecto, se hace remolona frente a cualquier fácil clasificación y él mismo experimentó cierta extrañeza frente a los libros de sus amigos generacionales, no en vano algunas de sus mayores influencias provenían de ciertos autores americanos y el propio escritor fue asiduo profesor en talleres literarios de universidades de EEUU. Donoso, además, vivió desde muy joven no sólo fuera de Chile, sino del continente hispanoamericano, aunque sus recuerdos (y las historias que le contaba de crío su niñera) le sirvieron siempre de germen para muchos de sus argumentos. Y aunque es cierto que todos los autores del Boom eran dueños de un universo particular, muchos de esos universos eran paralelos. En cambio el de Donoso es intransferible, hermético, un mundo de introspección muy profunda en el que sumergirse requiere de botellas de oxígeno y donde siempre hay numerosos rasgos de su propia personalidad acomplejada devorándose como un ouroboros desquiciado. Las novelas de Donoso son siempre catálogos más o menos extensos de arraigadas obsesiones que, en realidad, son las obsesiones del propio autor, atormentado por su sensación de eterno desclasado, de viejo prematuro que intuye la fealdad, el dolor, la decadencia mental y física, la locura, la muerte. Por ese motivo, Donoso es probablemente (y con permiso de Sabato) el autor más terriblemente humano de todos los novelistas del Boom, porque sus miedos son elementales, prosaicos, incluso desprovistos del hastío existencialista de las obras de los mencionados Sabato u Onetti, un miedo que nace con nosotros y que únicamente crece para acabar vampirizándonos con el correr del tiempo. El miedo de vivir.
Todos los libros que tengo de Donoso son de segunda mano, pescados en mercadillos de ocasión, en librerías de lance o de coleccionista, puesto que no es un autor al que se reedite mucho actualmente. Sin embargo, el libro que más me costó encontrar fue "El obsceno pájaro de la noche", pese a ser su novela más famosa y recordada. Ello se debió, en parte, a que su primera edición apareció el mismo año en que yo nací y, aunque en libros no soy nada fetichista, esa casualidad me empujó a buscar un ejemplar de ese año, tarea harto difícil porque las ediciones príncipe de obras emblemáticas se cotizan al alza. Hube de conformarme con una copia de la segunda edición, exactamente igual a la primera pero aparecida un año después.
La génesis de "El obsceno pájaro de la noche" podría haberle dado a su autor material para otra novela, pues no sólo tardó casi una década en escribirla sino que, según sus propias palabras, el pájaro estuvo a punto de devorarle las tripas. Diversos ataques de úlcera (uno de ellos brutal, con internamiento en un centro de salud mental incluido, lugar donde deliró durante días), casi acaban con él. La novela se publicó finalmente en 1970, envuelta en la polémica marcha de Carlos Barral de la editorial Seix Barral, el sello que la editó y que debía haberla galardonado también con su premio Biblioteca Breve. La marcha de Barral, contrario a las directrices de nuevos socios de la empresa, forzó la anulación del premio de ese año y Donoso se quedó sin él. Pese al contratiempo, "El obsceno pájaro de la noche" acabó convirtiéndose no sólo en la obra capital del chileno (juntamente con su monumental "Casa de campo"), sino también en el billete a la posteridad del escritor. Y si bien sigue figurando como uno de los cinco o seis títulos angulares del "Boom", probablemente sea hoy una novela escasamente leída frente a la vigencia de "Cien años de soledad", "Rayuela" o "La ciudad y los perros", por citar sólo tres. Un mundo poco complaciente, de podredumbre física y moral, donde personajes llenos de minusvalías y criadas viejas y chismosas se apoderan de una casa ruinosa (la casa, en todas sus acepciones, será siempre el continente en el que Donoso situará sus tramas), conforman una historia de varias voces, constantes retrocesos temporales, monólogos interiores e incluso paramnesias argumentales que la convierten en una lectura difícil, dura, para lectores bregados, que en poco ha contribuido a su difusión en tiempo de lecturas livianas o decididamente burdas. Y aún así, la atmósfera alucinatoria y casi pesadillesca que recorre sus páginas sigue fascinando como el primer día hasta el punto que, a poco que el lector ponga algo de su parte, se queda uno atrapado en ellas como sólo sucede en los grandes libros.
Al final de su vida, invadido por mil achaques e inseguridades, Donoso se preguntaba si quedaría algo de su obra en el futuro. Es, no cabe duda, una pregunta habitual y también estéril, porque nadie mejor que él sabía que la obra existe mientras exista alguien que, décadas después, toma uno de esos libros, lo abre y empieza a leer. Entonces sí, se produce la magia de la literatura, ésa que no conoce modas ni etiquetas. Y de pronto todo regresa al principio, se torna nuevo, y vuelve a empezar irremediablemente.
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