El jueves me regalaron un libro sobre mujeres vampiro. Se me heló la sangre. Creo que el comentario es suficientemente gráfico. Me explico. Podría haber intuido que el volumen era sólo una señal para seguir explorando los misterios de esta estirpe maldita pero, francamente, ya es de por sí caótico el mundo de los vivos como para fantasear con criaturas nocturnas presentadas en los últimos años en envoltorios de adonis de la literatura y el cine.
Mi rápido pero intenso paso veraniego por la saga Crepúsculo propició todo este entuerto. Supongo que verme a todas horas con los tochos de Stephenie Meyer no son precisamente pistas falsas sobre mis preferencias intelectuales pero créanme si les digo que, a diferencia de lo que piensan hoy la mayoría de adolescentes, para mi Edward Cullen y Bella Swan no son la pareja perfecta; ni la escritura de la best seller norteamericana un modelo a seguir.
Mi incursión en la literatura de Crepúsculo; Luna nueva; Eclipse; y Amanecer es fruto de otro de mis experimentos. A principios de junio me pregunté: ¿Por qué las chicas de todo el mundo quieren un novio vampiro? Mientras leía la última entrega se había acabado de estrenar otra de las películas de la saga. Los vampiros reinan en Hollywood haciendo cajas multimillonarias. El serial de Bella, Jacob Black (el tercero en discordia) y Edward cosecha 1.760 millones de dólares en todo el mundo. Casi nada, y las candidatas a Bella ni se enteran. Entre marketing y ventas, las letras juveniles más industriales mutan a petrodólares. Meyer ofrece una buena y plastificada materia prima: protagonistas con cánones de belleza griegos que aseguran el éxito. Por si fuera poco, la máquina de hacer dinero continúa este año con La segunda vida de Bree Tanner, una nueva novela surgida de uno de los personajes de Eclipse. Seguro que nada semejante a los indios de la Push y sus fases a hombre lobo.
No pienso cotejarlo, ¿y usted?
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