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Ficha
Me llamo Suso González, soy gallego nací en Orense hace 45 años y llevo en Menorca desde el año 2000 dedicándome a la música como he hecho desde hace mucho tiempo. De pequeño me gustaba la música, tenía buen oído y probaba de hacer cosas. Un tío mío tenia una tienda de instrumentos musicales, yo iba mucho, me gustaba tocar los pianos, los órganos y de vez en cuando me regalaba un instrumento como una armónica, una melódica y una guitarra. En cuanto pudieron me metieron en un conservatorio y hasta ahora. He tenido una carrera irregular porque he ido saltando de un tipo de música a otra, clásica, moderna... Y a la vez me he ido haciendo poco a poco como persona.

¿El talento es innato?
Uf, vaya pregunta! Yo creo que puedes tener ciertas cualidades pero esto no es todo. El talento tienes que desarrollarlo, madurarlo, sin duda hay más factores que el propio talento, y muchas veces algunos de estos factores pueden influir más que el propio talento, pero sin talento tampoco hay música.

¿La sensibilidad, no debe dejarse de cultivar nunca?
La sensibilidad creo que sí es un factor bastante innato. Las personas nacemos con una cierta predisposición y la sensibilidad está ahí, pero igual que el talento siempre hay que cultivarla y desarrollarla. Para la música es clave, forma parte de la música. La sensibilidad hace que la música sea algo realmente único.

Clásica y moderna ¿En un mismo plato o por separado?
Depende de lo que haga en cada momento, hay que saber discernir cuándo estás trabajando una cosa u otra. Pero lo que es el respeto a la música en sí misma yo prefiero no hacer distinciones, las etiquetas las ponen otros, la música es música, pueden definirse estilos pero para mí sigue siendo música. Yo me he criado con todo tipo de música y al final te das cuenta que todas se influencian unas a otras. La influencia latina, por ejemplo para mí, es muy grande, forma parte de nuestra cultura, pero también me interesa la música afrocubana y demás, al final todo está conectado de alguna manera.

¿Su mayor exponente está en la improvisación?
Me gusta la improvisación, cada momento es una creación, una composición instantánea por decirlo de algún modo. No me dedico tanto a la composición en el sentido de escribir, aunque es una faceta que tengo pendiente. Soy más de la música en vivo.

La improvisación siempre se liga al jazz...
Sí, éste es otro tópico. El jazz lo que hizo fue recoger una característica de la música que es la improvisación que había sido habitual en la clásica hasta cierta época. Pero el jazz, por supuesto, ha conseguido volver a retomar un aspecto fundamental de la música.
Con la improvisación es como cuando consideramos el concepto de libertad, este mismo concepto lleva implícita la responsabilidad. En la improvisación hay libertad pero con responsabilidad a la que se llega tras horas y horas de estar allí probando cosas, fallando hasta poder llegar a hacer algo.

¿El jazz es para Suso González la guinda del pastel?
La verdad es que la sensación cuando toco jazz es muy agradable. Cuando tocas jazz pasan muchas cosas en ese momento, es una emoción única, estás metido totalmente dentro, la cosa fluye contigo, con los otros músicos y con el público, es en definitiva una manera muy activa de hacer música, muy comunicativa.
A mí lo que realmente me interesa de la música es este aspecto comunicativo hacia los demás y hacia mí mismo, expresar cosas, emociones. La música es algo intangible capaz de conmover en gran manera, debe ser la magia más grande que hay.

¿Tiene algún proyecto musical lanzado en estos momentos?
Tenemos montado un dúo de improvisación, improvisación pura y dura, con Daniel, un percusionista con el que realmente hay un entendimiento. Llevamos años haciendo cosas juntos y conseguimos hacer música de una forma muy natural, al desnudo. Con Dani el trabajo es muy visceral, cuando hacemos un concierto no sabemos lo que vamos a tocar. Aunque esto no es totalmente así, hay un trabajo previo que es muy gordo para luego poder improvisar tocando en directo, es difícil de explicar. Es un proyecto arriesgado y complejo.
Además soy pianista titular de la Capella Davídica y profesor de la Escola Municipal de Música de Ciutadella. A veces toco en Madrid o Galicia, ahora menos de lo que quisiera, pero estoy bien aquí, salir tampoco es fácil, los músicos en general no nos vendemos bien.

¿Mejor solo o bien acompañado?
De todas las maneras! Me lo paso muy bien tocando solo pero también soy un músico que se presta y funciono bien con la gente, me adapto a los otros. Siempre intento estar ahí con la persona con quien toco o con quien canta como Maria Camps o Rut Florit, por citar a alguien.

¿Qué tiene el piano que no tenga otro instrumento?
Es un instrumento muy completo, lo tiene todo, es como una pequeña orquesta, para mí lo es, tiene los elementos de ritmo, armonía y melodía además de todos los timbres que puedes conseguir con él y esto también le hace ser muy sugerente. El piano se basta por sí mismo, no necesitas a nadie más. Toco un poco de guitarra, percusión, un poco de saxo pero como el piano para mí no hay otro.

¿La música tiene que ser siempre elegante o debe tener también algo de malvada?
La música de alguna manera es una metáfora de la vida y debe encerrarlo todo, todos los elementos de la vida. Tampoco podemos pretender que sólo tenga cabida lo bello, lo bonito y nada más que eso, tiene que reflejar también las partes del alma, las más tristes y duras, las partes más primigenias de lo que es el lado más primitivo e interior del hombre, y todo esto no hay que rechazarlo. Todo lo que nos forma a nosotros ha de estar presente en la música.

Como profesor de la Escuela de Música ¿qué contagia a sus alumnos?
La idea es transmitir el amor por algo tan bonito y tan especial como es la música. Lo que me gusta es que la gente descubra con la música esta magia que te atrapa, que te embelesa, que te hace reír, que te hace llorar, eso es lo que intento.

Ha tenido algunos alumnos aventajados como Marco Mezquida o Xavier Larsson con los que se le ha visto tocar, ¿se siente especialmente orgulloso de ellos?
Sí, claro, son como pequeños hijos míos y me gusta ver cómo prosiguen, es una satisfacción, claro. Pero realmente lo que me gusta es que la gente venga y disfrute con las clases que doy y que sientan que aprenden, que se les abren caminos y no importa si llegan a ser grandes músicos o no, es mi forma de verlo. Si hay algo que dar y puedo dar, disfruto dándolo y ya está. Cuando doy clases creo que a la gente le llega que yo estoy dentro de lo que estoy enseñando, me lo creo e intento transmitir todo esto.

Después de diez años viviendo en la Isla, ¿se siente a gusto, se quiere quedar?
Sí, vine aquí porque precisamente encontré una forma de vivir alejada de la locura en la que se ha convertido el mundo. Para mí lo importante es sentirse bien donde estás y que las cosas sean normales. Llegué y no conocía a nadie y en diez años todo el mundo me quiere, me conoce y me respeta por mi trabajo, no por nada más, y esto es gratificante. Me siento un menorquín de adopción total.