Es casi una cuestión de justicia social que Balears haya sido, solo por detrás de Canarias, la región con mayor crecimiento económico en 2023. Podríamos decir que al fin la pandemia ha saldado su deuda más sangrante con las islas de nuestro país, después de arrebatarnos, en el caso de nuestro archipiélago, un 23,7% del PIB en 2020. Se dice pronto. No se olvida. Quien más quien menos hemos tomado nota de lo sucedido para que el futuro no nos vuelva a coger desprevenidos.

La COVID abrió una herida profunda pero no mortal. Así lo ha puesto de manifiesto un año expansivo en el que Balears ha recuperado sus constantes vitales. Récord de turistas –cerca de 18 millones–, un gasto turístico sin precedentes, próximo a los 20 millones de euros –el 17,5 % del total del territorio español–, meses consecutivos rozando el pleno empleo y los primeros visos de una apremiante desestacionalización que nos encamina hacia un turismo ineludiblemente más responsable. Oír hablar de pandemia hoy nos transporta a una realidad distópica, que nada tuvo de ficticia pero que, sanamente –y con el recuerdo y cariño hacia todas las víctimas–, hemos podido dejar atrás. Con el fin de las mascarillas en el transporte público, el 8 de febrero dijimos adiós a una etapa angustiosa.
Balears estaba preparada desde hace tiempo para liderar el despegue del turismo y el crecimiento del empleo; para sanar la herida. Y eso, en gran medida, gracias a la resiliencia de nuestro tejido productivo, sostenido ampliamente por las empresas familiares, que continúan protagonizando la generación de riqueza –el 77,5 % del PIB en el sector privado– y la mayoría de los nuevos puestos de trabajo –el 82% del empleo creado por la empresa privada–. El arraigo al territorio, la vocación de continuidad y la probada capacidad para superar las adversidades han sido decisivos para transformar –no sin esfuerzo titánico– lo que era una fuerte amenaza en una oportunidad de progreso. Con la digitalización y la innovación, como veremos más adelante, en el foco de las nuevas estrategias de crecimiento.

Con la epidermis regenerada y tras un año de optimismo exacerbado, tendremos que ver cómo responde Baleares a la ralentización económica prevista para 2024, fruto de la desaceleración de las economías de la eurozona, el apaciguamiento turístico después de un periodo de euforia y del descenso que se pronostica en la actividad en la construcción. Tendremos que ver también cómo afecta a la competitividad de nuestras islas, frente a destinos competidores, el encarecimiento de los precios; la percepción de masificación, cada vez más manifiesta entre residentes pero también visitantes; cómo afrontamos la alarmante falta de mano de obra, agravada por la dificultad para acceder a la vivienda, o cómo nos disponemos a combatir la escasez de agua, el aumento de las temperaturas o las exigencias energéticas en un contexto de emergencia climática.

Los retos de futuro son innumerables y, por su naturaleza, requieren visión a largo plazo y responsabilidad compartida. Por supuesto y por encima de todo, voluntad política. Lo clamábamos hace unos meses desde la Associació Balear de l’Empresa Familiar y el resto de asociaciones territoriales de toda España: urgimos a que el estamento político aporte estabilidad social y credibilidad legislativa, que sea el diálogo con los diferentes actores lo que rija las decisiones políticas y que se deje de sumar incertidumbre a un día a día ya de por sí desafiante.

La agitación política, ante un año de citas electorales, ha marcado de manera extenuante los últimos meses. También –convendrán conmigo– ha llegado la hora de pasar página. Esta vez, para atender otras patologías más enquistadas pero igual de asfixiantes para la comunidad que pondrán a prueba la diligencia del nuevo Gobierno balear liderado por la popular Marga Prohens.

El retraso en la aplicación efectiva y plena del Régimen Especial de Baleares (REB), cuatro años después de su aprobación, sigue siendo un gran lastre para la sociedad balear, que no puede esperar más al desarrollo de su reglamento, si es que queremos avanzar en pro de la igualdad de oportunidades.
La crisis habitacional asoma asimismo como un problema acuciante de desigualdad social que nos vuelve más vulnerables. No nos pilla de sorpresa. Las políticas de vivienda aplicadas hasta la fecha no han derribado el muro de acceso a la vivienda entre los jóvenes y la clase media, que se ve obligada a destinar cerca del 60 % de su salario al alquiler. Ahora está por ver la efectividad del decreto ley aprobado en octubre que contempla la posibilidad de incorporar más alturas a los edificios, transformar locales en viviendas y sacar al mercado casas a precio limitado. Puede ser un buen comienzo.
Otra medida que nos insufla oxígeno es la supresión del impuesto de sucesiones y donaciones en herencias entre padres e hijos, abuelos y nietos y entre cónyuges, que penalizaba injustamente el trabajo y sacrificio de tantos durante tantos años, y que llega en un momento de preocupante inflación. Mientras familias y empresas luchan por el equilibrio financiero, solo podemos pedir que la Administración haga lo propio rebajando la presión fiscal y manejando con seny el gasto público. Eso requiere, como mínimo, diálogo entre todas las partes. Algo que ha brillado por su ausencia en la aprobación del salario mínimo interprofesional (SMI) o el anuncio de la reducción de la jornada laboral, que tendrá efectos directos en la contratación de personal y en la actividad económica.

La fuerza de las personas –lema del último Congreso Nacional de la Empresa Familiar– detuvo la ‘hemorragia’ de la pandemia y constituye a día de hoy la herramienta más poderosa de progreso. Sin embargo, tenemos por delante el enorme reto de atraer y fidelizar talento en una era en que nueve de cada diez empleados está abierto a nuevas oportunidades profesionales. La lealtad laboral es hoy la excepción y los trabajadores priorizan el equilibrio entre la vida laboral y personal por encima del éxito profesional. El cambio de paradigma es inapelable, como bien describe el estudio Talent Trends 2023 de Michael Page que tuvimos el honor de presentar en Palma el pasado noviembre de la mano de Víctor Cabrera.

Con esta realidad en el horizonte, nuestra misión desde la empresa familiar es seguir apostando por el capital humano diseñando entornos y medidas que favorezcan la conciliación laboral y familiar. Esto, unido a la cercanía en el trato, las opciones de continuidad y la retribución económica acorde al desempeño –ventajas de la empresa familiar identificadas en la Encuesta 2023 del IEF– debería colocarnos en la senda correcta para retener talento.

Pero, y a nuestro pesar, no todo está en nuestras manos. El desajuste entre la cualificación de las personas y las exigencias del mercado laboral también provoca tensiones significativas en nuestras plantillas. Especialmente en el sector turístico, donde cerca del 37 % de los empleados están infracualificados según un informe de la fundación Impulsa Balears. Las acciones coordinadas nuevamente se postulan como la solución: empresas e instituciones educativas deben tomar decisiones consensuadas para paliar estos desequilibrios que nos restan competitividad. Aunque Baleares ha escalado 13 posiciones en los últimos tres años, seguimos en la zona media-baja del ranking de competitividad de la UE (puesto 153 de 234 regiones) de acuerdo a otro estudio de Impulsa Balears, que concentra las debilidades en impulsores como la eficiencia del mercado de trabajo, la sofisticación empresarial y la educación superior.

En pilares más elementales como salud, infraestructuras, educación básica o preparación tecnológica ascendemos hasta la parte alta de la tabla. No obstante, debemos seguir trabajando para lograr una mejor posición en el entorno competitivo que garantice la continuidad de nuestro estado de bienestar. Trasladado a la empresa familiar, eso significa prestar atención a la formación de las plantillas, adecuar los procesos productivos, apostar por líderes con visión digital y captar talento también con este perfil. Significa perder el miedo a la Inteligencia Artificial (IA) y estudiar sus aplicaciones, seguir adoptando plataformas de cloud computing que nos aportan flexibilidad o implementando tecnologías de big data que nos permiten tomar decisiones con mejor criterio.

Eficiencia e innovación, a fin de cuentas. Dos palancas imprescindibles para seguir el ritmo del impetuoso 2023, que nos ha traído entusiasmo pero también ha evidenciado que el cambio climático se acelera –recordemos que hemos vivido el tercer verano más caluroso de la historia– y solo cabe como respuesta inmediata la transición energética en el modelo productivo. Una nueva oportunidad de reinventarnos, de mostrar nuestra valentía y fortalecernos ante cualquier acontecimiento inesperado. No olvidemos que nuestro mayor reto reside en el largo plazo, en impulsar, con solidez, el legado familiar hacia un futuro cuyos cimientos construimos en el presente.l